Un Guerrero

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 El aire de las montañas se adentraba en sus cavidades nasales, sus mejillas ardían por el frío indómito que se extendía por el bosque y de su barba caían pedazos de nieve manchados de sangre; el otrora verde cristalino de sus ojos lucía ahora opaco, su nariz aguileña inhalaba y exhalaba con pausado ritmo, y bajo sus voluminosas cejas se escondía una mirada severa e incansable.

Su armadura estaba hecha pedazos, «¡te mataré, Arthur!», pensaba, mientras se desprendía de lo poco que aún colgaba de sus hombros; sus pasos eran siempre firmes, sin ceder ante el cansancio que lo agobiase, seguro, no miraba hacia atrás ni se detenía por un instante. Llevaba consigo, en una gigantesca bolsa, tres cabezas de trol, acompañadas por los objetos recuperados: varas y coronas de oro con incrustaciones de piedras preciosas, monedas doradas, rubíes, sortijas de plata, granates, jades y telas de fino terciopelo. «Simples ladrones..., lejos estaban de ser simple ladrones», revisaba con frecuencia las heridas de sus brazos, que exponían un renegrido morado por los bordes de cada cortadura.

- Jácob, debe ver esto.

- ¡Estoy ocupado, maldición!

- Mire, hacia el camino –señaló con su dedo índice el sendero principal– allá va un hombre, carga con algo, mira, ¡qué enorme bolsa!

-Lo veo, lo veo –comentó en cuanto se puso de pie, ajustándose las prendas de vestir–, podríamos sacarnos la lotería –sus manos se frotaron– ¿Qué clase de idiota caminaría solo por estos bosques, con carga tal?

- Esa clase de idiota –señaló, sonriente.

- Puede que sea un soldado de La Orden –su mirada se enfocó en los fragmentos de armadura esparcidos en el suelo–, parece que regresa de una batalla.

- Todo indica que lo es, tío –dijo Ardúel, adoptando una expresión despectiva– ¡un repugnante soldado de La Orden!, y si, por el contrario, se trata de un miembro de los seguidores de El Caído, podemos estar seguros de algo, no es uno de los nuestros, esos cobardes ladronzuelos no se adentrarían tanto como nosotros dos.

- ¿Sabe lo que significa, Ardúel?

- ¡Lo sé, lo sé! Es el momento para demostrar nuestra valía como servidores de El Caído, asesinar campesinos y violar mujeres ya no basta, necesitamos dar el siguiente paso, si volvemos con la cabeza de un soldado de La Orden ganaríamos el respeto que nos merecemos –una llama de fuego arde en los ojos de Ardúel.

- ¿Puede ver si lleva algún arma?

- Ninguna, es posible que las cargue en la bolsa, o que las haya perdido.

- De llevar una, ¡no le daremos tiempo de sacarla! Tiene suerte de que yo sea un hábil estratega, observe –Jácob, utilizando una pequeña rama, comenzó a trazar figuras sobre la nieve–, le disparará desde acá, por la espalda, apunte a su cabeza... pero, ¿de qué estoy hablando?, usted no acertaría ni a un dedo de distancia, por lo menos atine en cualquier parte del cuerpo; yo, entre tanto, lo rodearé por aquí, en cuanto la flecha impacte, apareceré por sorpresa frente a él y, con uno solo de mis movimientos, su cabeza saldrá volando por los aires.

- No estoy muy seguro de esto, tío, hay algo extraño en este hombre... Podría ser un metamorfo, de ser así, si fallo y se da cuenta de su presencia, ¡estaremos perdidos!

- Si usted falla y él se da cuenta, imbécil, de igual manera girará hacia su ubicación y, ¿subestima mis capacidades, sobrino? –Jácob sacó de su bolsa una gruesa y luenga espada de acero, cuya empuñadura revelaba figuras del lenguaje vampírico, con tres largos hilos rojos colgando de su mango– casi pierdo la vida robando esta reliquia, pertenecía a un joven Lord acusado de vampirismo, La Orden se encargó de asesinarlo.

LicántropoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora