Oscuridad y sombras

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No soporto esta soledad. Me acompaña desde hace demasiado tiempo.
Todo empezó en el colegio. Mis compañeros no tardaron en hacerme el vacío. No sabría decir cómo empezó, pero no jugaban conmigo, no me hablaban. Yo me acercaba a ellos, ellos se apartaban. Yo les hablaba, ellos me ignoraban.
Los profesores enseguida se dieron cuenta del problema. Nos hicieron tutorías para solucionar el problema. Los niños son crueles y de nada sirvió.
La hora del patio era el peor momento del día, allí era donde la soledad me abrazaba con fuerza y no me soltaba.
Si por casualidad algún niño o niña se me acercaba, eran repudiados por el resto, por lo que me abandonaban a mi suerte.
Mis padres intervinieron con presteza, hablaron con mi tutora y con la dirección del centro, que actuaron como se debía. La situación no mejoraba. Estaba estigmatizado y los niños seguían dejándome de lado.
Lo que sentía no se puede expresar con palabras. El vacío y no sentirte seguro fuera de las paredes de tu casa, era muy duro.
Al cabo de poco tiempo me cambiaron de colegio. Mi situación mejoró, al menos por un tiempo. Intentaba comprender qué parte de mi físico o de mi personalidad no gustaba. Yo me veía un niño normal, sin embargo, algo pasaba que provocaba el rechazo.
Cuando en las siguientes escuelas pasó lo mismo, comprendí que todos los compañeros no podían ser malos, que el problema era mío, que yo provocaba ese malestar en los demás, que mis actos, voluntarios o involuntarios, construían una barrera invisible e impenetrable.
Pasaron los años. En el instituto nada mejoró, al contrario, todo cogió un cariz esperpéntico, devastador. No solo recibí el rechazo de mis compañeros, el vacío más absoluto, sino que empecé a sufrir todo tipo de agresiones verbales y físicas.
Mis padres sufrieron lo que no está escrito, pobres. No se merecieron todo aquello. Interpusieron denuncias y varios de aquellos salvajes fueron sancionados por la ley. Eran menores, no se podía hacer gran cosa.
Seguro que estaréis pensando si se me pasó por la cabeza el suicidio. No sería el primer chico, que empujado por el acoso escolar, se tiraba de una azotea o se cortaba las venas.
Claro que lo pensé, claro que lo pienso, a diario. No es fácil evitar esa tentación.  Que rápido acabaría todo.
De hecho, me sumerjo en estos pensamientos desde la repisa de la azotea de mi edificio. La tentación ha vuelto, lucho contra ella, pero es que ya no aguanto más. Mis padres sufren, mis familiares sufren, yo sufro.
Me entristece el mal momento que les voy a hacer pasar, pero me han vencido. Esos demonios han podido conmigo.
Cuando esto acabe, podré descansar tranquilo, solo en la oscuridad, sin nadie que me rechace, sin nadie que se burle de mí, sin nadie que me pegue.
Es tan duro que solo los que lo sufrimos lo entendemos.
Cierro los ojos, abro los brazos e inclino el cuerpo hacia delante para dejarme caer.
–No lo hagas. –dice alguien a mi espalda.
Abro los ojos y miro hacia atrás. Un hombre alto, moreno, vestido con un traje blanco me mira a cierta distancia.
–¿Quién eres? ¿Cómo has salido a la azotea? He atrancado la puerta.
Miro hacia la entrada y la veo igual que como la dejé minutos antes.
–No importa quién soy.
–¿Cómo dice?
–Aquí el que importa eres tú. Repito, no lo hagas.
–No se acerque. Ya lo he decidido, es demasiado doloroso.
–Todo tiene una explicación, créeme.
El hombre de blanco introduce una mano dentro de su chaqueta y saca una tarjeta. La deja en el suelo.
–Aquí encontrarás las respuestas a las preguntas que se agolpan en tu cabeza.
Y entonces dudo. La curiosidad me invade y hace que gire sobre mis pies. El hombre me mira fijamente, inmóvil.
Decido bajar de la repisa, algo me dice que todavía queda mucho por saber. Bajo la vista y salto a la seguridad del suelo de la azotea. Cuando vuelvo a mirar, el hombre de blanco ha desaparecido. La tarjeta sigue en el suelo. Lo busco con la mirada, pero no lo encuentro. Corro por toda la azotea en busca del enigmático personaje, pero nada. Ha desaparecido.
Me acerco despacio hasta la tarjeta, me agacho y la cojo. Es blanca con letras doradas. Es cálida tacto y brilla en diferentes tonalidades cuando la muevo. Leo lo que está escrito en ella. Es una dirección, una calle que me suena bastante.
El hombre de blanco me ha dicho que en esta dirección encontraré respuestas. Me encojo de hombros, no tengo nada que perder. Decido ir hasta allí.
Despejo la puerta de la azotea y bajo a la calle. La dirección no se encuentra muy lejos de donde vivo, así que puedo ir andando.
Cuando llego al número indicado en la tarjeta, alzo la vista y me fijo en el edificio. No recuerdo haberlo visto y eso que paso por esta calle a menudo.
No le doy más importancia y miro el interfono. Solo hay un timbre. Lo presionó tres veces, es una costumbre.
Se oye ese sonido agudo tan característico que indica que la puerta se abre. Empujo. Entro. Todo está oscuro. Al fondo del vestíbulo se ilumina una mesa. Me acerco y distingo a una persona que me mira directo a los ojos.
–Te esperan. Segunda planta.
–Gracias.
Estoy medio paralizado, esa es la única palabra que consigo articular mientras camino hacia el ascensor.
–Me alegro de que no saltaras, Raúl. Esperamos mucho de ti.
Cuando me giro para responder ya no hay nadie. Esto es increíble. ¿Estaré soñando? Me pellizco y grito. El brazo me duele, no es un sueño.
Oigo una campanita a mi espalda, me giro y veo abrirse las puertas del ascensor. Subo y presiono el botón dos. ¿Qué me espera arriba? ¿Por qué la gente aparece y desaparece?
Cuando llego a la planta y se abre la puerta me encuentro con una sala inmensa.
Parece un laboratorio. Lo deduzco por el mobiliario y aparatos esparcidos por todas partes.
Todo está a oscuras, solo la luz de los monitores ilumina mi camino. Avanzo despacio.
Miro con curiosidad todo lo que me rodea. Llego al centro de la sala.
–Hola, Raúl. Bienvenido. –dice alguien a mi espalda.
Me giro asustado. Cuatro personas me cortan el paso hacia la salida. Dos de ellas ya las he visto, son el hombre del traje blanco y el extraño de la entrada, que va vestido de negro. Las otras dos, son dos mujeres mayores. Visten vestidos caros, a la última moda. Infunden respeto, pero transmiten confianza. No sé, es una sensación muy extraña.
–Tranquilo, niño. No temas, a estos dos les gusta demasiado el dramatismo.
–Sí, Raúl. Somos inofensivos. –dice el hombre de blanco.
–¿Quiénes sois? ¿Qué es este lugar?
–Ven, querido. –dice la otra mujer. –Siéntate y te pondremos al día.
Me llevan a una zona algo apartada. Hay un sofá y dos cómodos sillones. Tres de ellos se sientan en el sofá y el hombre de negro lo hace en el sillón.
–Venga, relájate. –dice el hombre de blanco.
No me queda otra que sentarme.
La mujer, que parece ser la mayor de todos ellos, empieza a hablar.
–Este es nuestro lugar de trabajo, donde encontramos a gente como tú.
–¿Gente como yo?
–Sabemos por lo que has pasado. El rechazo que has provocado en tus compañeros durante toda tu vida.
–¿Qué estáis diciendo? ¿Habéis robado mi expediente académico?
–No, cariño. No es eso. Nosotros somos cazadores de "sombras". ¿Ves toda esta tecnología?
–Sí. –digo mirando a mi alrededor.
–Pues está destinada a buscar esas "sombras". Ya sé, ahora nos preguntarás qué son. Te lo explico. El mundo que habitamos tiene secretos. En este, aparte de las personas normales, hay seres de luz y lo que llamamos "sombras". Estos seres malignos se sienten atraídos por los seres de luz. Si consiguen dar con uno, crean a su alrededor un ambiente tóxico que hace que cualquier persona cercana a él sienta un rechazo inmediato. Lo que te ha pasado a ti toda la vida.
–¿Seres de luz? ¿sombras? ¿os pensáis que soy tonto?
El hombre de negro sentado a mi lado se levanta y con un gesto de su mano me levanta del sillón sin tocarme. Me pone boca abajo. Estoy volando.
–Como nos vuelvas a hablar así, te tiro por la ventana. Un poco de respeto hacia Sofía.
–Tranquilo, Juan. Tu comportamiento el primer día fue mucho peor. ¿No lo recuerdas?
–Claro que lo recuerdo, pero tiene que aprender. –dice acercándose a mí. –¿Estás más tranquilo? Como puedes ver, no somos gente corriente, somos seres de luz. Tú también, así que escucha con atención.
–¡Vale, os creo!. Por favor, bájame.
Me da la vuelta en el aire y me sienta de nuevo en el sillón. Juan se sienta y cruza las piernas, como si nada hubiese pasado. Sofía continúa con su historia.
–Bien, ahora que todos estamos más tranquilos, te voy a presentar a los otros miembros del grupo. Se llaman Pedro, a quien ya conoces, y Lucía. Ellos se nos unieron más tarde. Igual que tú, estuvieron a punto de perder la vida por culpa de esos seres, pero logramos evitarlo. Desde entonces, seguimos buscando y cazando esas "sombras" antes de que obliguen a sus víctimas a acabar con su vida. Cuando los cazamos, la vida de las personas rescatadas vuelve a la normalidad, empezando a socializar sin más, como cualquiera.
–¿Por qué me habéis traído aquí? Me podríais haber ayudado sin más y seguir con mi vida.
–Porque eres un ser de luz diferente, Raúl. Eres un cazador. Tu instinto te llevó a buscar un sentido a tanta locura. A buscar una respuesta. La "sombra" que te acompañaba se dio cuenta y te empujó al suicidio. Tranquilo, Pedro acabó con ella en la azotea. Por eso decidiste mirar la tarjeta, porque sabías que algo no encajaba.
–Vaya, ahora entiendo muchas cosas. Una pregunta, ya sé que parecerá tonta, pero ¿tenéis poderes o qué? Porque desde que os conozco no habéis hecho más que aparecer y desaparecer como por arte de magia. Además, Juan me ha hecho volar. ¿Es un truco?
Esta vez es Lucía la que se dirige a mí.
–Todos los seres de luz tenemos habilidades mágicas. Algunos las desarrollamos más que otros y somos capaces de captar presencias, leer la mente, mover objetos, cosas así. Sin embargo, para lograr un buen uso, se necesita formación y entrenamiento durante varios años. Si aceptas unirte a nosotros, tú también lo lograrás.
–¿Unirme a vosotros? ¿Aquí? Pero mis padres...
–No te preocupes por eso, les haremos creer que te han dado una beca para estudiar en una prestigiosa universidad extranjera. Podrás seguir viéndolos durante las vacaciones.
–¿Podéis hacer eso?
–Podemos hacer lo que queramos, Raúl. Mientras nuestras intenciones sean buenas no hay problema, la magia seguirá fluyendo en nosotros.
–No sé, así, tan rápido. Necesito tiempo.
–Piensa en los niños que padecen bullying cada día, en su sufrimiento. En los adolescentes, que como tú hace unas horas, se acabarán suicidando. Contigo en nuestras filas podremos cazar sus "sombras" en menos tiempo. Te necesitamos, hacía muchos años que no encontrábamos a un cazador.
Esas palabras llegan a lo más profundo de mi corazón. Si lo que dicen estas personas es cierto, no puedo quedarme al margen.
En todas las escuelas hay niños que son ignorados, insultados y agredidos sin una causa justificada. Su sufrimiento es provocado por unos seres que tienen que ser exterminados para que puedan crecer en paz. Esos niños me necesitan, nos necesitan. Miro a mi futura familia, me levanto y con gesto decidido digo.
–¿Cuándo empezamos?
Los integrantes del peculiar grupo celebran mi respuesta, se les nota felices de verdad.
–Perfecto, Raúl. –dice Pedro. –Nos pondremos de inmediato. Lo primero es enseñarte nuestras instalaciones y tu habitación. Después, volverás a casa con buenas noticias, te vas a la universidad. Mañana organizaremos tu viaje ficticio y te instalarás con nosotros. Vamos, no hay tiempo que perder.
Las semanas se suceden a un ritmo vertiginoso. Mi formación acapara la mayor parte del tiempo. Mis clases favoritas son: magia y artes marciales. Mis compañeros hacen toda clase de conjuros para que mi aprendizaje se acelere, alcanzando en semanas lo equivalente a varios años de intenso trabajo.
Me dicen que dadas las circunstancias es del todo necesario.
Últimamente se han producido varias muertes y los actos de bullying no hacen más que aumentar. Por más que los gobiernos están invirtiendo en educación y en programas de prevención, la situación se está volviendo insostenible. Hay que actuar lo antes posible.
–Bueno, Raúl. Creemos que ya estás preparado para una clase práctica.
–¿De verdad?
–Hemos encontrado un caso de bullying que se está produciendo en un niño muy pequeño, apenas tiene cuatro años. Es un ser de luz y una "sombra" lo ha encontrado. Todavía no es grave, pero con el tiempo empeorará. Vendrás conmigo y así verás cómo son. Con las lecciones que has aprendido, serás capaz de verlo e inmovilizarlo. Yo me encargaré de acabar con él. –dice Juan, que sigue vistiendo su impoluto traje negro. Debe de tener un montón, porque siempre viste igual.
–Gracias por darme esta oportunidad. No te fallaré. Impidamos que ese niño siga sufriendo.
–Ahora que te miro, vas a necesitar una indumentaria, algo que te distinga, que te dé clase. ¿Recuerdas el tercer hechizo que aprendiste?
–Claro, los recuerdo todos.
–Perfecto. Sirve para mantener tu ropa en perfectas condiciones por mucho trote que le des. Piensa en una indumentaria con la que te vayas a sentir cómodo y pronuncia el conjuro.
Los hechizos están escritos en una lengua muy antigua. La estoy estudiando con intensidad, pero todavía no entiendo muchas cosas, así que los tengo que memorizar. Con el tiempo voy aprendiendo su significado. No sabía que ese conjuro servía para manipular la ropa. Es muy curioso.
Hago el esfuerzo de pensar en un traje que vaya bien con mis necesidades, pero que no sea demasiado llamativo. Ya lo tengo.
–"Rufelius llamtorum vixtirion fiterim"
En ese momento una nube de humo me cubre. Noto como mis ropas cambian. Cuando se desvanece, me miro y sonrío. Llevo puesto un pantalón negro de piel con refuerzos en las rodillas y un montón de bolsillos, unas botas militares negras y una cazadora gris oscura, también de piel. Esta tiene refuerzos en hombros y codos, pero son interiores y el conjunto queda bastante bien.
–Buena elección, Raúl. Moderna y cómoda. Ya estás listo. Vámonos.
Bajamos hasta el garaje en ascensor, nos subimos a un coche deportivo y salimos a toda velocidad.
–¿De dónde sacáis el dinero para mantener todo esto?
–Nuestra sociedad hace mucho tiempo que existe. En su momento se hicieron muy buenas inversiones. Estas nos proporcionan beneficios abundantes cada año. Parte de ellos se vuelven a invertir, el resto paga todo esto. No te preocupes, nuestro patrimonio es muy numeroso. Poco a poco lo conocerás, puesto que algún día te tendrás que hacer cargo de su administración.
–Vaya, todo esto es tan... buf.
–Lo sé, impresiona bastante.
Juan responde a todas las preguntas que le hago. Está claro que confían plenamente en mí.
Al cabo de pocos minutos llegamos a un parque infantil, el niño que debemos salvar está jugando en el parque. Está solo, los otros niños lo ignoran, ni se le acercan. Intento ver a la "sombra", pero no veo nada.
–¿Dónde está ese ser? No lo veo.
–Debes concentrarte y ver con tu ojo interior. Focaliza el niño e intenta ver más allá, relaja tu mente.
Intento hacer lo que me dice. No veo nada. Cierro lo ojos y me concentro más. Los abro despacio y me centro en el niño, me relajo y extiendo mi mente.
El contorno se difumina y empiezo a notar todo tipo de ondas a mi alrededor. Juan sabe lo que estoy viendo.
–Son las esencias de los seres vivos. Cuanto más claras son, mejor. Fíjate en el crío.
–Es muy oscura.
–Correcto. La "sombra" le rodea. La tiene muy cerca. Solo tienes que fijar tu atención en él, olvida las otras esencias.
Hago lo que mi maestro me dice. Todo desaparece a mi alrededor. Me centro en el chaval. Entonces, esa esencia oscura se compacta y se materializa.
Ante mí veo un monstruo muy oscuro, tiene las extremidades muy largas y unos ojos rojos que brillan. Su cabeza es grotesca, tiene una boca enorme que deja entrever unos dientes afilados y sucios
–¡Lo veo!
–Lo has hecho muy bien. No se lo digas a Pedro, pero él tardó mucho más tiempo en verlos. Has nacido para esto.
–¿Cómo lo matamos?
–Ayer aprendiste un movimiento muy específico.
–Sí, estuve todo el día practicando con Sofía.
–Con ese movimiento inmovilizarás a esa criatura. No te preocupes, desde esta distancia nadie te verá. Cuando esté indefenso, pronunciaré un conjuro que lo hará desaparecer para siempre. ¿Estás preparado?
–Por supuesto.
–Pues cuando quieras.
Miro hacia donde está el niño y repaso con la mente los movimientos. Cuando estoy seguro, me levanto y los hago a la perfección.
Veo como la criatura se queda quieta. El niño no se da cuenta de nada. Al salir correteando hacia los columpios, noto como su esencia cambia a un color claro. De inmediato, una niña se le acerca y empieza a hablar con él. Después le deja un juguete con el que estaba jugando.
Juan pronuncia algo incomprensible para mí y la oscura criatura salta en mil pedazos. Lo hemos conseguido.
–Ya está, Raúl. Te puedes relajar.
Tengo los ojos llenos de lágrimas. El niño está feliz por jugar con alguien después de tanto tiempo. Sus padres se acercan y abrazan a su hijo y a la niña. Es una escena que jamás se me borrará de la mente.
–A esto nos dedicamos, Raúl. A hacer feliz a la gente.
Me giro y le doy un abrazo. Es algo maravilloso.
Me aparto. Lo miro a los ojos.
–Muchas gracias, Juan. Ahora más que nunca quiero formar parte de esto. Volvamos a casa. Quiero seguir aprendiendo. Necesito ayudar a todos los niños y jóvenes que pueda.
–Y lo harás, amigo. Lo harás. ¿Sabes qué? Que cuando lleguemos te dejo que se lo digas a Pedro. Así lo hacemos rabiar un rato.
Nos echamos a reír con ganas mientras nos dirigimos hacia el coche.
Prepararos, malditos "sombras". Vamos a por vosotros.

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