—CAPÍTULO I—
—DESESPERACIÓN—
Estaba asustada.
Solo corría y corría sin darme cuenta de lo que hacía.
La vida se me escapaba de entre las manos.
Estaba pero no estaba.
No entendía aun tanto.
No veía.
No veía la salida.
«¿Qué extraños pensamientos vendrían a mi hoy?»
La mesa del comedor era rectangular. De cristal, con las esquinas redondeadas para evitar accidentes con los niños pequeños, estaba soportada por una sólida base de metal negro. Era una absoluta herencia familiar. La Madre—como siempre—había cocinado la comida, pechuga de pollo con mostaza a petición de Y. ¿Cómo no pedírselo?—pensaba ella— Era un absoluto manjar, con la adecuada mezcla de especias que solo ella conseguía, el plato era una explosión de sabores en la boca. Ella lo recordaba bien. Rodolfo a su derecha tenía aún su camisa azul menta un poco mojada de salpicaduras de limón, pero era bueno, pues mantenía el olor rondando por toda la casa, y a donde sea que el fuese, dejaba tras de él un camino de olor de limón con una mezcla de infancia. Su vaso estaba hasta la mitad.
El ambiente se sentía de lo más futuro. Nadie estaba en el presente en realidad. Nadie hablaba, pero los pensamientos rondaban por la mesa, pasaban por debajo de los pies de todos, subían, saltaban el frasco de sal, rodeaban los vasos, y jugaban en los cubiertos. Y de una forma extraña, sin saber cómo, el otro sabía lo que todos pensaban. Tal vez, solo era la sensación de ella.
El único sonido eran los cubiertos en combinación de las acciones de cada uno al sonar contra las respectivas vajillas. "Clink" El Padre en la cabeza de la mesa pinchó su comida con el tenedor. "Jui-u" "Jui-u" Una y otra vez de el hermano mayor a su izquierda, usando el cuchillo, cortando su comida contra el plato. "Taz" Rodolfo a su derecha, azotó quizá con demasiada fuerza su vaso contra la mesa, causando una colisión entre los dos objetos de vidrio, un salpicón de jugo de limón manchó el lado derecho de su plato—así como la mesa—por su descuido.
—Yo lo limpio—Dijo la Madre levantándose, cruzó el arco que separaba el comedor de la cocina, tomó una servilleta volvió y comenzó a limpiar.
En su espalda, atrás de la ventana, se escuchó el sonido de un coche estacionándose. Por supuesto ese "Crujj" tan intenso de la palanca de mano solo caracterizaba a un auto que hasta entonces ella pudiese conocer. Era él.
Todos escucharon con atención el azote de la puerta del auto al cerrarse, el especial y simbólico chirrido del auto al perder el peso del conductor. Los secos y amortiguados pasos que solo dejaban un "Tu-se" perdido en alguna parte entre las combinaciones de ambos zapatos caminando por la calle, y luego por la acera hasta llegar a la cerca. "Tic, Tic, Tic" de sus llaves contra el metal, tan agudo que quiso tapar sus oídos. La puerta de la cerca se abrió, con ese rechinar tan único de ella, obsequiado por los años.
Se escuchó el tocar de la puerta "Top, Top—una pausa—Top, Top".
—Adelante—Exclamó el Padre, el no necesitaba saber quién era, él había estado llamando a la puerta por más de 25 años, con exactamente el mismo llamado.
Alonso, con sus particulares patillas cuadradas, que lo resaltaban de la multitud, entró, tenía puesto unos jeans holgados y gastados, y un sweater gris viejo desabrochado, que dejaba ver su camiseta blanca—sucia y percudida—de tirantes.
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Y niad
Non-FictionY vive en el mundo real. Y siempre vivió en el mundo real, pero, jamás vivió en el mundo real, real. Como todas las personas, vivió en el paraíso de la ingenuidad por mucho tiempo, pero ¿Qué pasa cuando el telón se cae, y revela la magia del teatro...