Llegó el día en el que Pablo y yo íbamos a firmar el acuerdo, aquel en el que se afirmaba que el Gobierno sería compartido.
La prensa iba a grabarlo todo, cada imagen, cada momento iba a ser plasmado en pantalla para los millones de espectadores que nos estaban viendo en directo.
El flash de las cámaras y los gritos de la gente me ponían muy tenso, pero con él a mi lado, todo se hacía más llevadero.
Noté a Pablo muy nervioso, sus manos sudaban y su cara estaba colorada, sin prestar atención a los periodistas que le hablaban, a sí que le llamé la atención. Reconozco que no me gustó hacerlo, porque me sentía muy cómodo con sus ojos fijados en mi rostro.
Él rápidamente reaccionó y mantuvimos una conversación fluida con la prensa, sobre el honor que era para ambos poder gobernar con el otro.
—Es un placer compartir el poder con alguien tan fascinante e inteligente como lo es Pedro Sánchez. Es un honor que me haya cedido este cargo—enrojecí levemente pero nadie lo notó, y me limité a contestar que para mí también lo era, nada lejos de la realidad.
Por algo le había elegido a él, y no a otros. Y es que yo era feliz a su lado.
—Juntos.
Nos abrazamos durante un largo tiempo, mientras cientos de cámaras apuntaban a nuestra dirección.
Tardé un poco en comprender lo que estaba sucediendo. ¡Pablo Iglesias me estaba dando un abrazo! ¡A mí!
Por poco rompo a llorar en aquel momento, pero retuve las lágrimas y lo estreché más fuerte entre mis brazos. Hubiese dado lo que fuera por quedarme así el resto de mi vida, era una sensación de paz y esperanza por sacar adelante al país, por un futuro mejor...
—Juntos...—le susurré.
Lentamente nos fuimos separando entre murmuros de desconcierto y algunas risas, estaba muerto de vergüenza.
Entonces ocurrió algo inesperado, que jamás pensé que fuese posible, se acercó demasiado a mi rostro, ladeó la cabeza y suavemente juntó sus labios con los míos, fundiéndonos en un cálido beso.
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Abrí los ojos en señal de sorpresa, y los iba a cerrar para disfrutar del momento cuando Pablo ya se separó con la respiración entrecortada y sus manos apretando mis hombros.
El silencio inundó la sala. Todos los presentes enmudecieron y las fotos cesaron. Las cámaras no paraban de grabar, y pensé que todo estaba perdido.