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Hoseok sentía que su vida había terminado. Estaba pálido y delgado encerrado en una habilitación. Nada podía sacarlo de su trance, perder a su alfa y a su hijo era un golpe del que no podía recuperarse, aún peor cuando otro alfa lo había marcado.
Podía recordar el día en que Jungkook se fue y prometió volver. Como le decía lo mucho que lo quería, cada beso y cada palabra que juraba que regresaría. Pero también recordaba el momento en que aquel alfa, el rey llego a su puerta y le dijo que Jungkook estaba muerto. No creyó en él, trato de ir a buscarlo pero fue detenido por el pronto nacimiento de su hijo.
No solo fue el dolor del alumbramiento, fue la angustia y verse a sí mismo solo mientras la beta encargada de asistirlo sin anestesia alguna cortaba su vientre. El alfa lo veía con atención, tomando su mano, susurrando que todo estaría bien.
Pero...
—Esta muerto. El bebé nació muerto.
Hoseok se sintió desfallecer. No, su hijo no estaba muerto. Él lo escucho llorar, lo vio moverse. Estaban mintiendo.
Se quedó encerrado en otra alcoba, aún con la fresca cicatriz y la sangre sobre su ropa. Estaba en un profundo trance, sufriendo y esperando que Jungkook regresará, que reconfortará su dolor, pero ya no sentía nada. Simplemente Jungkook ya no estaba. La perdida de su cachorro era suficiente para dejar que todo su cuerpo comenzará a destrozarse.
—Yo cuidare de ti Hoseok... —dijo el alfa mientras lo abrazaba con fuerza mientras Hoseok veía por la ventana esperando una señal de Jungkook. Él llegaría—. Nunca te dejare solo.
Sintió la pesada respiración sobre su cuello. La marca de su alfa era amenazada.
¡No!
Hoseok se separó de manera brusca. Su cuerpo rebotó contra el espejo hasta que los pedazos se incrustaron en su piel.
—Alejate.
—Hoseok. No te preocupes, todo saldrá bien. Yo te cuidare —sus manos tomaron con fuerza su cabello negro dejando su cuello al descubierto—. Tu serás mio omega.
Dolor.
Fue lo que siento. Un lazo puro y de amor que se rompió.
Desde entonces habia pasado largas semanas encerrado en esa alcoba del palacio. No se quitaba de la ventana. Su agonizante omega aun lloraba por su alfa y su cachorro.
Esperaba, aún esperaba el regreso de Jungkook.
—Vuelve...por favor.
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El palacio de los Kim era una imponente construcción protegida por alfas y betas guardianes. Claramente ninguno lo esperaba.
Bajo la oscura noche Jungkook veía con ojos tan rojos como la sangre cada parte del lugar. Su aspecto había sufrido un cambio drástico dejando de lado el castaño de su cabello hasta un negro profundo, su piel era pálida y sus sentidos más agudos.
Lo único que tenía que hacer era sacar a Hoseok e irse lejos. Olvidar todo y comenzar de nuevo. Disfrutar su mortalidad, pues ahora su alma estaba vendida y en su muerte terminaría en el infierno. Pero valía la pena.
Sentía el aroma de Hoseok en el aire. Solo vasto con seguirlo para encontrarlo mirando a través de la ventana. Estaba ahí, tan desprotegido y perdido que cada parte de Jungkook gritaba que tenía que ir por él.
Se sintió feliz al verlo, su lobo alfa se regocijaba con volver a sentirlo.
No espero para escalar con gran habilidad hasta la ventana y romper los cristales. Hoseok se quedó quieto viéndolo hasta que sus acuosos ojos brillaron de felicidad.