unique

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Una noche calurosa más de verano, sentado en la esquina del bar. Las luces de neón brillaban a mi alrededor, serpenteando entre las sombras y los cuerpos sudorosos; los amplificadores hacían vibrar los objetos al ritmo de la música, y el griterío de la juventud se mezclaba con el sonido de los vasos de cristal chocando contra el material de la barra. El olor a sexo y marihuana se extendía en el aire como un perfume suave, las risas agudas parecían poder silenciar por un mísero momento al mundo exterior.

Y ahí estaba yo, viendo fijamente los cuerpos moverse al ritmo de una canción antigua mezclada con la novedad del siglo XXI. Escondidos detrás de la multitud, al fondo del lugar, podía ver claramente al grupo de matones que dominaban todo el pueblo, sentados alrededor de una mesa redonda, con tiras largas de polvo blanco sobre el vidrio, y un billete de cien enrollado frente a sus narices. Agachaban su cabeza y apegaban el billete a sus fosas nasales, luego deslizaban el cilindro de papel sobre el polvillo, haciéndolo desaparecer, luego reían y bebían de una botella llena de líquido ámbar.

Mi presencia allí era una coincidencia, un pequeño escape a mi realidad, a mi vacía vida. Me gustaba sentarme ahí, con un trago variado y ver a las personas escapar de su pequeño mundo... además, estando en ese lugar, a la misma hora, cada noche de ese verano, podía verlo con su grupo de amigos.

Fijé mi vista una vez más en esa mesa, dándome cuenta que ésta vez era su turno de inhalar la blanca. Subió los ojos y me miró, su mirada estaba oscura, quizás algo vidriosa, pero aún así penetrante. Su cabello estaba despeinado y revuelto en sudor, con algunos mechones largos detrás de sus orejas; sus mejillas y la punta de su nariz estaban rojas producto de la ingesta de licor. Alzó una ceja y sonrió, dejando que el aro metálico alrededor de su labio inferior brillara con el resplandor de la luz, luego se agachó y acercó el billete a su nariz, la línea blanca desapareciendo debajo del cilindro.
Levantó la cabeza, y con los ojos cerrados se echó para atrás, sonriendo ampliamente. Él era malo para mí, estaba totalmente seguro, pero se veía absolutamente hermoso, aún así cuando acababa de drogarse. En esa posición podía ver la línea de su mandíbula, tan filosa y delicada al mismo tiempo; sus manos llenas de tinta negra pasearse por su cabello hacia atrás...

Él era una obra de arte.

Desvié mi mirada hacia mi reflejo en la vidriera al otro lado de la barra. El cabello platinado, la piel bronceada, la sonrisa extraña, era horrible. Suspiré y tomé un trago de mi bebida, sintiendo el líquido quemar mi garganta. Cada noche venía a verlo, esperando que algún día pudiera verlo de cerca o hablarle de nuevo.

-¿Por qué me observas?

-¡Jesús! Casi me matas de un susto.

Me llevé una mano al pecho y lo miré, era justamente el mismo chico de siempre. Precioso pero peligroso.

-Jesús no, es JungKook. -se inclinó en la barra y tomó mi vaso, dando un trago- En serio, TaeHyung, ¿por qué me observas?

Mi boca se secó y mis manos estuvieron a punto de golpearlo. Los viejos hábitos nunca cambian.

-Yo no te observo.

Me crucé de brazos y lo miré mal, más aún cuando soltó una risa irónica y asintió.

-Claro que no, princesa.

Sin querer deslicé mi mirada por el cuello de su camiseta, donde sobresalían sus pectorales y la tinta negra subía por su cuello, cubriendo gran parte de la piel pálida.

-Yo no soy una princesa.

-Claro que lo eres. Mírate.

Ignoré su comentario y pedí otro trago, sabía que intentaría disuadirme o alguna cosa de su clase. Mi abuela odiaba a JungKook, odiaba al vecino de la casa al final de la calle por ser un sinvergüenza.

Yes To Heaven - kookv ›os‹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora