El primogénito.

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Dios realmente había nacido para crear y era algo que le llenaba, lo alejaba de su problema más grande. Su hermana no paraba de decirle que perdía el tiempo en tonterías, lo que los llevaba a tener discusiones que terminaban en alejarlos aún más con cada una.

Creaba para no sentirse solo mientras su hermana le castigaba con la "ley del hielo", y la verdad, no le estaba yendo nada mal. Tomó otro poco de material y jugando con la energía en él. De repente, y sin una razón visible, el mismo material rechazo una de sus partes cuando intento volver a unirlo.

- ¡Uhh! – Exclamó animado por la nueva reacción.

Sorpresivamente al darle la vuelta, este comenzó a atraer la parte suelta, hasta volverse casi inseparables. Dios analizó las dos partes en sus manos, notando la diferencia de positividad y negatividad en ambos polos.

- Imán. – Susurró para sí.

Su momento de descubrimiento fue interrumpido por su hermana, con su mejor cara de malhumor. Ella apartó con furia sus creaciones dispersas por el suelo, y Dios tuvo que inhalar despacio para no intentar matarla por eso.

- ¿Vienes a romper mis cosas y mirarme fijamente con odio? ¿Solo eso? – Interrogó con desdén Dios.

- Quería saber qué tontería estás haciendo ahora. – Dijo ella sentándose a la mesa, tomó una de sus partes de material, que mágicamente atrajo a otra. - ¿Qué es esto?

- Se llama iman. – Dijo orgulloso. – es un material nuevo, con un magnetismo significativo, de forma que atrae a otros imanes y algunos metales. Tiene dos polos. Iguales polos se rechazan, distintos polos se atraen.

Su rostro era todo emoción, y su hermana no comprendia que era tan fantástico de esa estupidez. Hasta que Dios se puso de pie y empezó a andar por la habitación.

- Imagina la cantidad de cosas que puedo crear. Con un magnetismo lo suficientemente fuerte, podría mover... inmensas toneladas de materia sin siquiera tocarla. – Sopesó, abriendo su mente a un mundo de posibilidades.

- ¿Para qué harías algo tan tonto? – Dijo ella, apartando esas piedras raras lejos de su lado en la mesa.

Dios blanqueó los ojos, impresionado por lo poco imaginativa que podía llegar a ser su contra parte. Definitivamente eran como imanes. Volvió a sentarse, frente a sus materiales a su disposición, mientras su hermana jugaba con un trozo de algodón.

- Pero siento que... me falta algo más. – Confesó. – Siento que estoy tan cerca de alcanzarlo pero no lo tengo claro.

- Solo te falta hacerte de materiales a ti mismo. – Bromeó ella.

Pero, como siempre, simples palabras desataban una ola de ideas en Dios, y eso fue lo que su silencio delato.

- ¡Ay, no! – Lamentó su hermana. – ¿En qué estás pensando ahora?

- ¡Quiero un hijo! – Soltó de repente.

- ¿Un qué?

- Si, creare un ser de mi propia energía, como una parte de mí. – Comenzó a barajas posibilidades. – Tiene que tener conciencia como nosotros y libre albedrío y... hermosas alas.

Sus ojos brillaron en cuanto la idea tomó forma en su cabeza y estaba tan apresurado por cumplir con su imaginación, que no se dio cuenta cuando su hermana dejo la habitación. Fabulaba sobre la creación de alguien a quien pudiese enseñarle miles de cosas y a quien pudiese amar eternamente, un ser que dependiera de él, pero a la vez supiera forjar su camino. Alguien que alumbrara su oscura soledad.

El Primogénito.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora