En mi cabeza el plan sonaba más sencillo.
Era grande y peludo. El gran lobo feroz estaba frente a mí.
Me reí de los nervios y terminé llamando su atención. Volteo para verme asustado.
Le hablé sin pensar, pero respondió muy amablemente. Era el ser vivo más lindo que hubiese visto. Toda mi vida había vivido solamente con mi madre y aquel tonto leñador. La única persona que me caía bien era mi abuela, pues siempre me consentía. Pero con el lobo sentía una esencia diferente.
Un sinfín de fantasías dieron vueltas por mi mente en un solo segundo. Ilusiones que no pensé sentir de nadie nunca. Una pareja perfecta que solo existía en mis sueños. Pero el plan era otro.
Hace unos días mi abuelita había planeado una cena por mi cumpleaños número 18. Aún podría parecer niña con la caperuza roja encima, pero por debajo ya era una gran adulta.
El platillo principal era el Gran Lobo Feroz. El leñador dijo que era increíblemente dócil.
Y realmente eso parecía. La forma en la que se paraba. Su mirada. La elegante y educada forma de hablar. Eran cosas que no había visto más que en libros viejos de fantasía.
No pude evitar verlo con deseo. Realmente ya no supe de cual forma quería comerlo.
Me distraje tanto entre mis pensamientos que no solo me fui por el camino erróneo, también olvidé darle la droga que se supone lo atontaría lo suficiente como para poder comerlo. Era un pedazo de carne que se supone se caería por mero accidente de mi canasta.
Pero seguro mi abuela se daría cuenta. Esa idea lograba tranquilizarme. O eso pensé hasta que abrí la puerta.
La imagen que tenía del lobo se rompió, como si de mi cráneo se tratase.
El mundo de fantasía que mi mente había creado del lobo logró corromperse. Las flores se marchitaron y perdieron color. EL día se volvió noche. Y la ilusión de mi corazón se perdió, volviéndose terror.
Una sensación horrible de miedo empezó a escurrir por mi espalda. Como si dejaran caer una botella de agua helada sobre mí. Acompañada de esa incomodidad que provoca tener la ropa puesta cuando te mojas.
Se notaba todo desordenado y las pantuflas de mi abuela en el suelo.
El lobo era un verdadero monstruo. No solo se había comido a mi abuela, también se había puesto su ropa.
Corrí a salvar a mi abuela, pero sin poder hacerle nada, me comió de un solo bocado.
Sentía como bajaba por su garganta, las sensaciones indescriptibles de mi piel tocando su interior no se comparaba con lo que me esperaba al final. Sentir como mi abuela se retorcía en el fondo de su estómago fue desesperante.
De pronto caí sobre la alfombra. El leñador nos había sacado de su estómago.
El lobo comenzaba a levantarse de nuevo. Mi sexto sentido provoco que mi instinto actuara por sí solo.
Me encontraba desorientada, pero estaba consciente de la situación.
Hui hacia el bosque. Era tenebroso, pero los gritos de dolor de mi abuela la cual muy probablemente estaba siendo devorada por el lobo, difuminaban la razón de mi mente.
Mientras corría, las ramas de los árboles terminaron rompiendo mi caperuza roja.
Luego de un rato mis piernas dejaron de responder por culpa del cansancio. Caí al suelo llorando.
Di la vuelta y ahí estaba él. Bañado en sangre. El terror del bosque.
Nadie hubiera imaginado que ahora es el padre de mis hijos.