Estabas dormida cuando llegué a casa. Te vi tan cómoda; parecías exhausta y no quise interrumpir tu profundo sueño, aunque estabas sobre mi almohada. Entendí lo que era estar tan cansado como para quedarse dormido en el primer lugar que se le ocurra a uno y siendo tú quien dormía ignorando mi llegada no quise ni alterarme un poco, ni moverte a un lado, ni pedir permiso, no sea que te espante el sueño y ya no puedas dormir esta noche.
No quise creerme por nada tu dueño, ni de las sábanas, ni de la cama, porque solo somos nosotros dos no te dije nada. Admiré tu belleza mientras me desvestía, cansado de todo el tedioso día en la calle: el tráfico, los tropiezos, la cafeína, la ira contenida en mi pecho cuidando nuestro techo y mis mimutos de sueño en el bus y en el metro que son rutina, pero al final de cada uno de todos mis días nace una sonrisa entre mis mejillas y mi pecho cesa de arder tan fuerte, se refresca y se calma...
No encendí ni una luz. Adiviné a oscuras dónde están mis medias rosadas de sueño, mi tapaojos y la pastilla que da descanso a esta alma en pena. Coloqué mi ropa sucia del día sobre el libro de Green, que aun no leo, a ver si recuerdo mañana llevarlo conmigo para el camino, a ver si me animo leer en lugar de dormir en el camino. Me puse el mono que dejé en la cama tratando de no mover mucho absolutamente nada. Y salí del cuarto atando la cuerdita que hace que no se caiga, cada semana he tenido que apretarla más fuerte.
Salí a la cocina a buscar si quedaba algo más que agua, pero no. No había nada más que una salchicha, pero será bueno que para mañana cuando me levante tenga algo para compartir contigo; seguro ya estás despierta antes que me vaya.
Tomé algo de agua junto a mi pastilla y volví a la cama, te miré de nuevo y me quedé pensando en que si tuviera otra cama no te molestara con mis pendejadas de necesitar acostarme allí que, aunque sin almohada porque tú la tienes, me vendría muy bien para mis migrañas y dolor de espalda.
Tomé una decisión al verte tan guapa y tan enrollada -al fin y al cabo es mi culpa por llegar tan tarde de no lograr nada en el día-, y me fui a la sala. Me senté en el mueble y sólo eso recuerdo, ya es de mañana y puedo saberlo porque estás encima lamiendo mi cara, porque es la hora de los buenos días y el desayuno. Te abrazo y te beso, te cuento mi día y noche pasados mientras desayuno junto a ti, la única salchicha que nos queda.