En la habitación

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La habitación era larga, oscura y con un techo alto. Cuatro luces rojas posicionadas en cada esquina de la habitación iluminaban tétricamente el cuarto, el cual era un reflejo imaginario de la mente de su creador. Una cama se encontraba en el centro de esa habitación; pulcra, bien hecha, como si hubiera sido arreglada especialmente para ese día. La puerta de la entrada se encontraba en el centro de la pared izquierda, negra y pesada, de madera, pintada de negro; la entrada a un mundo nuevo, un mundo místico de placeres y erotismo. Del otro lado de la habitación había un armario grande de roble, guarida de maravillosos y placenteros instrumentos.

Cinthya dio un paso tímido dentro de esa inmensa habitación, empujada por su anfitrión. El joven que la acompañaba, vestido de pantalón negro, camisa blanca de mangas largas subidas hasta arriba del codo y corbata roja, se adelantó unos pasos por delante de ella y, con las manos en los bolsillos y una sonrisa en sus labios, le pidió que se sentara en la cama. Ella, aún indecisa, obedeció y se posó sobre el borde de la cama.

— ¿Estás nerviosa? —pregunto aquel hombre, acercando su rostro al de ella.

Ella le devolvió la mirada sin mover su rostro, bajando el mentón un poco, casi ocultando la cara.

—No te preocupes—dijo, y se levantó de la cama—. Nada te pasara. Nada que no quiera que te pase. Aunque la verdad, quiero que te pasen muchas cosas.

—De hecho—dijo ella al fin—, sí estoy nerviosa. Pero… Bueno, tengo curiosidad… Siempre he tenido curiosidad.

—Y yo te mostraré lo que quieres saber. —exclamó y se colocó frente a ella para arrodillarse y darle un beso en la mejilla. Cinthya se sonrojo con el acto y dibujo una pequeña sonrisa con sus labios.

El joven la siguió mirando fijamente, ahí, arrodillado frente a ella, con esa sonrisa que escondía un secreto.

— ¿Te cuento algo?—prosiguió—Siempre quise tenerte. Conmigo. Desde que te vi por primera vez sentí algo dentro de mí. Un deseo. Unas ansias inmensas de poseerte. Sé que es raro que te diga esto después de salir estos últimos días, pero estaba esperando el momento oportuno para traerte aquí. Y por alguna razón sabía que compartíamos algo. Tú y yo—su sonrisa se expandió más, una alegría le invadía el cuerpo, y Cinthya podía intuirlo en su voz, en el movimiento nervioso de sus manos—. Y es esto. Mi secreto. Mi guarida. Mi tesoro. —el joven le tomo las manos, sin apartar la vista de los ojos de Cinthya. Ella a su vez abrió los suyos más, para poder ver un poco más a aquel hombre, quería abarcar todo con su mirada. Era él. Había algo en su voz que la excitaba. Había algo que la envolvía en un ardiente deseo de ser de él. De caer en sus manos, de ser controlada por él— ¿Me acompañarías esta noche en mi viaje?

El joven se levantó, sin soltar las manos de Cinthya, esperando la respuesta, pero sabiendo cuál sería.

—Te acompañaré. Dime qué hacer y lo haré. —Cinthya ya había perdido un poco de la timidez con la que había entrado a esa oscura habitación. Ahora la invadía la expectativa de saber lo que le sucedería y cómo acabaría aquella noche.

Lentamente se apartó de ella y se hundió en las entrañas oscuras de la habitación, donde se encontraba aquel enorme armario. Cinthya empezó a mirar a todos lados; observando la quietud de las paredes y preguntándose qué secretos podrían ocultar aquellos muros. Después de un rato que a Cinthya se le antojaron horas, el joven apareció, ahora con la camisa de fuera, y con una mascarilla en su rostro, y entre sus manos una cinta roja de seda larga que arrastraba por el suelo.

—Recuestate, extiende tus brazos; exacto así, junta tus muñecas y cierra los ojos. — Cinthya obedeció cada orden al pie de la letra. Cerró sus ojos y solo sintió como aquel atractivo joven se posicionaba encima de ella y ataba sus muñecas. No muy fuerte, no muy suave. —Sigue con los ojos cerrados, no los abras. Ahora ataré tus pies, júntalos. Los tobillos, tontilla. Júntalos. Así. Ahora haré esto…

Hábilmente y con movimientos precisos los tobillos de Cinthya fueron aprisionados. Ella seguía con los ojos cerrados. No se atrevía a abrirlos. El joven no hizo ningún sonido, y Cinthya sintió que pasaron otras mil horas más antes de que volviera a sentir el tacto de aquel joven.

—Bloquearé tu vista. No verás nada. Solo sentirás. Todo será sensaciones aquí y allá.
Un velo rodeo sus ojos y se apretaron delicadamente a su cráneo. Ahora, aunque abriera los ojos no vería nada.

Así, lentamente, empezó la odisea de Cinthya.

A CinthyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora