Sobre la cama

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Los besos eran suaves y delicados. Empezaron en la comisura de sus labios. Siguieron en el contorno de su cuello y prosiguieron hasta el escote de su pecho. Abruptamente se detuvieron. Las manos del joven se colaron por debajo de su vestido y de un movimiento desprendió su ropa interior. Cinthya ahogó un grito y bajo un poco las manos, como para protegerse.

—Ah, ah, no te muevas hasta que yo te lo diga. —dijo el joven.

Entonces los besos volvieron a comenzar. Esta vez desde arriba de las rodillas. Una a una las fue besando, acariciando. Y gradualmente subiendo; los muslos los  acaricio y besó como si fueran lo más apetitoso y exquisito del mundo. Cinthya empezó a sentir cosquillas y una ardiente sensación entre sus piernas a la vez que él subía y saboreaba sus muslos. Cuando por fin llegó a la frontera de aquel precioso país, Cinthya cerró su entrepierna y apretó los labios. Jamás había sido besada ahí, y la vergüenza la invadía totalmente. Sintió como el joven se levantó de la cama y después se sentó junto a ella.

—Cada vez que hagas algo que no debes, —le acarició la mejilla con la yema de sus dedos—recibirás un castigo.

Y de la nada un golpe certero le había volteado la cara. Fue una bofetada. No lo suficientemente fuerte como para dejarle una marca o aturdirla, pero la impresión de ser castigada le había calado. Debía de obedecer. Ser una buena chica. El joven se volvió a levantar y se posiciono de donde había estado antes. Continúo besando el vértice de sus piernas. Ahora Cinthya, apretando los labios y los ojos, abrió poco a poco las piernas, dejando entrar a aquel intruso.

Lo primero que sintió Cinthya fue el calor de la lengua en su interior, después los movimientos circulares que hacía aquel entrometido musculo entrando y saliendo a su gusto. Los nervios internos de Cinthya se sensibilizaron a la décima potencia y  actuaban creando efectos diferentes con cada estampida. Después fueron los labios y su vulva las que fueron arremetidas por aquellos juguetones labios y lengua. Pequeñas mordidas en las zonas correctas le hicieron temblar de pasión. Las manos del joven no se quedaron quietas. Vehementemente sobaban las nalgas de Cinthya, de arriba abajo, apretaban una nalga u otra. En un punto, Cinthya arqueó la espalda y dejó salir un gemido.

— ¡Hey!—gritó aquel hombre, deteniéndose de su labor—Aún no te he autorizado a tener un orgasmo. Así que más te vale no tenerlo. Tu orgasmo debe estar sincronizado con el mío. Por ahora relájate o ya verás…

Cinthya forzó a su cuerpo a retener un escalofrío. Jamás había tenido sexo oral, y aunque siempre le pareció asquerosa (y le seguiría pareciendo), no cabía duda de que disfrutaba de aquella batalla que la lengua batía en su parte privada.

—Voltéate, hermosa. Viene lo bueno.

Espabilando de su trance, Cinthya agitó su cabeza un par de veces y torpemente se puso en cuatro. Alzaba su cabeza y prestaba oído a todo sonido que lograra escuchar. Escuchaba al muchacho de nuevo en aquel armario. Moviendo cosas, azotando cosas. Luego los pasos que se acercaban. Algo rozó sus hombros, primero el izquierdo y luego deslizándose hacia el derecho, luego desde el centro de sus hombros hasta la división de los glúteos.

—Te has portado muy bien, preciosa. —dijo desde atrás el joven—. Y por eso no te he castigado, pero lo que sigue probablemente no lo vayas a disfrutar. Es en sí un castigo, pero tómalo como una recompensa. Te azotaré en unos instantes—Cinthya tragó saliva–, y me gustará hacerlo; no lo hago para que tú lo disfrutes, sino por razones egoístas.

El primer azote sonó como un relámpago sobre la piel de Cinthya. El dolor fue instantáneo, pero efímero. Acto seguido, el joven besó el lugar de la nalga donde había dejado caer el azote. Después siguió otro, a un costado del muslo izquierdo, después uno sobre la nalga derecha, luego otro sobre la izquierda. Cinthya solo podía sentir como su piel se hinchaba y se enrojecía después de cada golpe de la fusta. Sentía el cuero curtido de la punta de la fusta; el dolor fugaz que la invadía y después el espasmo de excitación que se hacía presente al final. Todo convergía en un remolino apasionante y delirante que le hacía dar vueltas en la cabeza.

Después paró. La tomó por las caderas y volvió a sobar sus nalgas y sus muslos con aquellas villanas manos. Le rodeó de besos sus posaderas para demostrarles cariño; Cinthya sólo se mordía el labio inferior y alzaba la cabeza para tratar de liberar su fogosidad.

Con las manos aún en las caderas de Cinthya, el joven jaló su trasero hacia él, frotando su miembro aún dentro del pantalón con las nalgas de ella. Lo movió a su antojo, excitándose a sí mismo y haciendo crecer aquel falo que Cinthya sentía palpitar.

—Muévete, hermosa—ordeno al fin el hombre—, hazme querer cogerte. Convénceme.

Cinthya comenzó a moverse. Movió sus caderas de arriba a abajo, quería sentir aquel miembro en toda su piel, en su coño entre sus nalgas, aunque siguiera aprisionado en el pantalón negro que llevaba el joven.

—Co-cógeme…—su voz fue un suspiro trémulo.

— ¿Qué dijiste?

Cinthya se arrepintió de haber dicho aquella palabra. No le habían ordenado hablar. Detuvo su sensual baile trasero y sintió miedo.

— ¿Qué dijiste, hermosa? Vamos, repítelo, quiero escucharte pedirlo.

—Co-co…—la palabra se le atravesó en la garganta. No la podía repetir. La pena la dejaba muda. Se quedó con la boca abierta por un instante hasta que el joven la hizo reaccionar; se dobló hasta ella y le apretó la boca con su mano poderosa.

— ¡Venga, hermosa! Pídemelo. Pídemelo. Ruégame, ruégame que te coja, que te penetre. Dime que lo quieres, que ya no puedes aguantar. Sé sumisa y  amable y tal vez te lo cumpla.

Le soltó la boca y volvió a su lugar, mientras guiaba el culo de Cinthya sobre su pene ya en su punto máximo.

—Cógeme—dijo, con miedo.

—Dilo otra vez, no te escuche.

—Cógeme—había alzado la voz tanto como sus cuerdas vocales le permitieron en ese momento.

— ¿Puedes pedírmelo por favor, preciosa? Y más alto, que me jode tener que acercarme a ti para escucharte.

— ¡Cógeme por favor!— Su voz fue más alta y sin duda la había escuchado.

— ¡Di “cógeme por favor, amo”!

— ¡Cógeme por favor, amo!

— ¡Más alto!

— ¡Cógeme por favor, amo!—Cinthya sintió que ya no podía hablar más alto. Jamás se había sentido tan humillada ni caliente al mismo tiempo. Era una emoción nueva y excitante.

—¡MÁS ALTO!

—¡CÓGEMEPORFAVORAMO!

Cinthya gritó tan alto que se ensordeció a sí misma. Nunca escucho lo que dijo. Su cara se había puesto completamente roja como un tomate y gotas de sudor le empezaban a llenar el cuerpo que seguía con aquel hermoso vestido negro. El joven se detuvo. De hecho, Cinthya sintió que el mundo completo se había detenido. Un zumbido le atravesaba los oídos y la estaba empezando a desesperar tener los ojos cubiertos y no ver nada. Cinthya escucho algo caer, el sonido de la tela al golpear el suelo. Y el mundo volvió a andar.

A CinthyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora