Un nuevo día, una nueva semana. Se levantó con un ánimo encantador que enamoraría hasta el corazón más frío y sufrido. Algo le pasaba. Abrió la ventana de su habitación, el día estaba hermoso.
Bajó a preparar el desayuno y su padre aún se encontraba durmiendo el sofá. Ella decidió sentarse junto a él para ver como dormía e intentar descifrar alguno que otro sueño.
Él despertó de golpe, abrumado. Pero todo cambió al ver que su hija estaba junto a él.
-¿Qué haces, cuando llegaste?- bostezó.
-El tiempo pasó volando. La casa al igual que la Señora Paula era muy agradable. Cocina de maravilla.
-Qué bueno… me gusta que te diviertas hija.
-Si…-sonrió a medias, inconscientemente.- ¿Huevos o hot cakes?- preguntó para cambiar el tema.
Ambos estaban frente a frente en el sofá con un plato de huevos fritos y una taza de café. Estaban compartiendo como hace rato no lo hacían, su padre estaba solo en esto, trabajando, pagando cuentas, cuidando a una chica callada y reservada. Su esposa había fallecido y cuando más él la necesitaban. Ahí fue cuando él comprendió lo difícil que era la vida cuando el amor de tu vida desaparece.
Empezaba a ponerse el clima de la manera que ella amaba, templado. Quiso aprovechar el bello clima para andar en bici. Su melena como siempre estaba suelta y revolcada y llevaba un acogedor sweater de tribales con sus Converse gastadas. En el camino no dejaba de pensar en lo agradable que fue el desayuno con su padre y se dio cuenta que en realidad los extrañaba. Extrañaba aquellos viejos tiempos sin preocupaciones, donde vivía en los hombros de su padre y en los brazos de su bella madre. Cuando sonreía sin saber por qué. Cuando era completamente feliz.
El clima seguía perfecto, el cielo azul y el sol brillaba tanto como los ojos de aquel chico que había conocido en la cena de anoche. Buena comida, buena charla. Por fin, en todo el paseo se concentró en la calle. Y fue ahí cuando lo vio, estaba subiendo unas bolsas con comida al auto, ese mismo con el que la llevo hasta su casa la noche anterior.
Sorprendida y a la vez muy confundida. Siguió de largo sin detenerse. Pero el chico no venía solo, traía con él a su abuela; la Señora Paula.
-¡Fernanda!- llamo fuerte la señora, agitando con ayuda del viento aquel pañuelo bordado con su nombre que siempre llevaba con ella.
Ella volteó impresionada de que la hubiera visto, dio la vuelta sin bajarse de su bicicleta y se acercó al auto.
-¡Hola señora Paula!- dijo amable a la señora.
Su nieto que aún estaba acomodando las bolsas dentro del auto. Abandonó lo que hacía para saludar a la bella pelirroja.
-Hola Fernanda.- dijo él sonriente.
-Hola- esta vez respondió apenada, mientras se apoyaba en el manubrio de su bicicleta y miraba al suelo. Luego, puso de nuevo ese mechón de cabello detrás de su oreja.
-¿A dónde te diriges señorita?- dijo la señora Paula muy maternal.
En verdad se notaba el aprecio que le tenía a Fernanda. Y no era para menos. Ella era una buena chica que se hacía respetar y valorar, su silencio era casi tan valioso como cuando una palabra salía de su boca y quizá toda esa ternura que expresaba, hacía que todos quisieran protegerla y ser parte de su vida. Quizá eso le estaba pasando a su nieto.
-Solo daba un paseo. El día esta hermoso.- comentó.
-Sí que lo está.- giro asía su nieto- ¿No quisieras descansar un poco de los deberes?
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Lugares perfectos para leer un libro.
Teen FictionFernanda, una chica de 17 años. Probablemente apasionada, oscura o alegre. Ni siquiera ella lo sabía aún. Su madre, había desaparecido, para siempre y no por qué lo quiso, así debía ser. Su padre, su mejor amigo. Pero quizá no confiaba lo suficiente...