LA ESPIRITUALIDAD DE LA LEY

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LA ESPIRITUALIDAD DE LA LEY

"No he venido para abrogar, sino para cumplir".

Fue Cristo quién, en medio del trueno y el fuego, proclamó la ley en el monte Sinaí. Como llama devoradora, la gloria de Dios descendió sobre la cumbre y la montaña tembló por la presencia del Señor. Las huestes de Israel, prosternadas sobre la tierra, habían escuchado, presas de pavor, los preceptos sagrados de la ley. ¡Qué contraste con la escena en el monte de las bienaventuranzas! Bajo el cielo estival, cuyo silencio se veía turbado solamente por el gorjear de los pajarillos, presentó Jesús los principios de su reino. Empero Aquel que habló al pueblo ese día en palabras de amor les explicó los principios de la ley proclamada en el Sinaí.

Cuando se dictó la ley, Israel, degradado por los muchos años de servidumbre en Egipto, necesitaba ser impresionado por el poder y la majestad de Dios. No obstante, él se le reveló también como Dios amoroso.

"Jehová vino de Sinaí,

y de Seir les esclareció;

resplandeció desde el monte de Parán,

y vino de entre diez millares de santos,

con la ley de fuego a su mano derecha.

Aun amó a su pueblo;

todos los consagrados a él estaban en su mano;

por tanto, ellos siguieron en tus pasos,

recibiendo dirección de ti".* 

Fue a Moisés a quien Dios reveló su gloria en estas palabras maravillosas que han sido el legado precioso de los siglos: "¡Jehová ! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado".*

La ley dada en el Sinaí era la enunciación del principio de amor, una revelación hecha a la tierra de la ley de los cielos. Fue decretada por la mano de un Mediador, y promulgada por Aquel cuyo poder haría posible que los corazones de los hombres armonizaran con sus principios. Dios había revelado el propósito de la ley al declarar al Israel: "Y me seréis varones santos".*

Pero Israel no había percibido la espiritualidad de la ley, y demasiadas veces su obediencia profesa era tan sólo una sumisión a ritos y ceremonias, más bien que una entrega del corazón a la soberanía del amor. Cuando en su carácter y obra Jesús representó ante los hombres los atributos santos, benévolos y paternales de Dios y les hizo ver cuán inútil era la mera obediencia minuciosa a las ceremonias, los dirigentes judíos no recibieron ni comprendieron sus palabras. Creyeron que no recalcaba lo suficiente los requerimientos de la ley; y cuando les presentó las mismas verdades que eran la esencia del servicio que Dios les asignara, ellos, que miraban solamente a lo exterior, lo acusaron de querer derrocar la ley.

Las palabras de Cristo, aunque pronunciadas sosegadamente, se distinguían por una gravedad y un poder que conmovían los corazones del pueblo. Escuchaban para oír si repetía las tradiciones inertes y las exigencias de los rabinos, pero escuchaban en vano. "La gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas".* Los fariseos notaban la gran diferencia entre su propio método de enseñanza y el de Cristo. Percibían que la majestad, la pureza y la belleza de la verdad, con su influencia profunda suave, echaba hondas raíces en muchas mentes. El amor divino y la ternura del Salvador atraían hacia él los corazones de los hombres. Los rabinos comprendían que la enseñanza. de él anularía todo el tenor de la instrucción que habían impartido al pueblo. Estaba derribando la muralla de separación que tanto había lisonjeado su orgullo y exclusivismo, y temieron que, si se lo permitían, alejaría completamente de ellos al pueblo. Por eso lo seguían con resuelta hostilidad, al acecho de alguna ocasión para malquistarlo con la muchedumbre, lo cual permitiría al Sanedrín obtener su condenación y muerte.

EL DISCURSO MAESTRO DE JESUCRISTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora