Prólogo

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Residía cerca de aquel lugar un hombre de cuarenta años de edad, tenía la barba larga y el cabello enmarañado, su experimentado perro lo acompañaba a todas partes.
En aquel bosque solían presentarse mucho los leñadores ilegales, puesto que era un lugar protegido, su trabajo era ahuyentar a los leñadores e incluso a los cazadores furtivos de la zona. De pequeño su padre solía contarle muchas historias, muchas de ellas falsas; cerca de los riscos que comunicaban a la cascada Snowflake, existía un pasadizo entre las rocas que comunicaban a un lugar donde residían seres extraños. Con el tiempo se fue dando cuenta que aquello no eran más que leyendas para asustar a los niños, ya que a pesar de su avanzada edad nunca se había topado con estas criaturas.
Un día miércoles mientras caminaba por el bosque como acostumbraba, su perro empezó a comportarse de manera inusual y agresiva y sin motivo se lanzó a correr entre la maleza. Después de buscarlo durante varios minutos lo encontró frente a un desfiladero que conectaba a través de un extraño camino de rocas calizas a una cueva de proporciones pequeñas. Se deslizo a través de las rocas con su perro detrás moviendo la cola de una manera muy nerviosa e inquietante.
No esperaba encontrar mucho en aquella cueva puesto que ya había visitado cientos de las que existían en aquel bosque. Cuando estuvo dentro se percató que el lugar era mucho más amplio que su entrada.
Se dio cuenta de una sombra que se deslizaba hacia él, así que optó por ocultarse tras una roca. Vio a varios hombres vestidos de negro con capucha, todos flotando en el aire formados en círculo mientras recitaban unas palabras que desconocía. De pronto sin percatarse empezó a flotar en el lugar donde se encontraba, uno de los hombres que se encontraban en aquel lugar se bajó la capucha y lo tomó por la mano y le dijo ven, lo colocó en el centro del circulo y de pronto el techo de la cueva empezó a iluminarse y una luz le cegó los ojos, y lo único que podía escuchar era el techo de la cueva mientras esta se abría, las voces de aquellos extraños personajes, y conforme pasaba el tiempo aquello lo fue llenando de una paz y una tranquilidad incomparable; el susurro de aquellas voces se volvió grato a sus oídos y poco a poco lo fueron adormeciendo.
Se despertó en su cama con su perro al lado de ella y vio que aún no anochecía, vio la hora en su reloj que marcaba las siete de la madrugada y su calendario mostraba que era miércoles dieciocho de abril de mil novecientos. Una sonrisa adornó su rostro mientras recordaba lo vivido, se levantó de la cama y se vistió listo para continuar sus labores.

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