Caos

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Nubes negras se agolpaban sobre su cabeza. Raven las oía gritar, prisionera de las profundidades. Movió un brazo, una pierna, los escombros se desplazaron a su alrededor, hasta que de repente dejaron de hacerlo. Sintió su pie izquierdo atrapado bajo un enorme bloque de concreto, por lo que entornó los ojos y giró la cabeza. Podía ver la sangre manar.

Tosió con brusquedad, provocando que una intensa punzada en el estómago le hiciera doblar el cuerpo.

Una cúmulo de polvo se concentró frente a su rostro. Las partículas de tierra y granito le picaron los ojos, quemándole las pestañas. Intentó volver a moverse, pero el escozor en su pie incrementó. Apretó los dientes, impotente, para evitar lanzar un alarido.

Aún si pedía ayuda, no serviría de nada. Así como ella, seguro había cientos de personas atrapadas bajo tierra, y más personas intentando liberarlas. Había un solo detalle. Ellas no tenían poderes. Ellas no eran los héroes que venían a salvar el día.

Porque cuando un héroe está en problemas, ¿quién acude a salvarlo?

Apretó los párpados, concentrando toda su energía en respirar, en mantenerse viva. Sentía las palpitaciones en las puntas de sus dedos, la frialdad del suelo, la textura arenosa del polvo condensado. También estaba la sensación pegajosa de la sangre adhiriéndose a su piel. Sí, podía percibirlo. Por sobre la piel dura, los huesos roídos y su cabeza punzante, había un corazón que se encargaba de bombear sangre a su cerebro. Ella seguía allí, peleando. Aunque no podía ser muy optimista al respecto. Aquel órgano tan pequeño y vital era una máquina descompuesta que luchaba por seguir girando sus engranajes, una y otra y vuelta a comenzar.

«Escogimos el camino de la independencia, de la soledad. Es necesario valernos de nosotros mismos. Eso es lo que quiero. Claro que así lo quiero, maldita sea. Y podría, si tan solo pudiera moverme...».

Se apoyó sobre sus codos y se impulsó hacia arriba, solo un poco, lo suficiente para que su cabeza chocara contra el enorme escombro que había sobre ella. Quería enderezarse, palpar la magnitud del espacio que tenía, por lo que giró su torso; sus brazos temblaron bajo el peso de su cuerpo. Entonces escuchó que algo se desgarraba, y ahí sí no pudo contener el grito de dolor.

Volvió a caer al suelo. Entrecerrando los ojos, giró la cabeza otra vez para ver su magullado tobillo, torcido en un ángulo para nada normal.

Inhaló y exhaló varias veces, buscando no entrar en pánico. Estaba bien. Cuando saliera de esa, todo estaría bien. Solo debía respirar, pero no podía. En ese espacio minúsculo, el oxígeno escaseaba. Se estaba ahogando.

Apretó los puños, tensó la mandíbula y, preparándose como quien fuera a saltar, le propinó un golpe al pavimento fragmentado.

—A-Azarath, Metrion... Zinthos...

Un manto negro se extendió alrededor de las piedras que la aplastaban. Estas comenzaron a temblar, como si algo dentro de ellas estuviera a punto de explotar. Raven cerró los ojos, abrió una mano y de pronto ya no sentía su peso sobre ellas. Poco a poco, la claridad se coló por las fisuras entre las rocas, revelando destellos de luz que se reflejaron en sus pupilas. Evitando mover su pie lastimado, se arrastró, asiéndose de los codos, hacia la superficie, hacia la luz del día. Piedrecitas cortantes arañaron su piel, sus músculos pedían un descanso, mas ella sabía que tenía que salir de allí de cualquier forma. Lo único en lo que pensaba era en la luminosidad blanca que se abría paso frente a sus narices.

Cuando sus manos trémulas tentaron la parte del asfalto que no estaba destruida, se dejó caer al suelo, exhausta. Escuchó cómo los escombros se derrumbaban otra vez. Ese sonido, ese espantoso sonido, el de algo desprendiéndose, crujiendo, y tú debajo, lista para recibir ese peso sobre ti.

One-shots de los Jóvenes TitanesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora