La guerra más fría

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Mi lealtad a los Estados Unidos de América es absoluta, al igual que mi lealtad a S.H.I.E.L.D. No puedo imaginar regresar a mi vida anterior con la KGB y la "madre patria".  Tengo mi apartamento con todas las comodidades y a Ivan a mi lado, siempre servicial y protector. Si creyera en los ángeles, diría que él es uno. Allá a donde voy, el cuerpo de Ivan va dos pasos detrás de mí y su cerebro al frente, salvaguardando todas mis acciones. Es mi maestro, mi hermano, mi padre. Podría serlo todo para mí si no fuera porque mi corazón ya fue entregado años atrás a un piloto de pruebas, mi amado Alexei. Un piloto y una bailarina. Alexei y Natalia. Guardián Rojo y Viuda Negra. Todo uno. Una fusión perfecta que parecía que nadie pudiera separar. Pero la muerte me lo arrebató. No una, sino dos veces. Doblemente viuda se podría decir que soy. O triple, si tenemos en cuenta el sobrenombre por el que todos me conocen.

Quizá sea una mujer atormentada por la pérdida y esta hiciera que no volviera a sentirme jamás capacitada para entregarme por entero a nadie más. Pero este dolor no interfiere jamás en mis acciones. Yo sigo adelante. Siempre. Aprendí desde mi juventud que lo importante es la misión, sin importar las posibles bajas en su ejecución. Lograr el objetivo es lo que cuenta. Y, en ocasiones, cumplir esto desgarra el Alma aún más de lo que ya lo está el corazón Voy a casa misión con la mente fría, sabiendo que cada movimiento en falso puede costarme la vida pero con el convencimiento pleno de que no será así. Sé luchar, soy ágil. No diré que soy invencible porque todo invencible cae y yo no pienso caer.

Aquella noche en el embarcadero del West Side de Manhattan, en el río Hudson no fue diferente a otros momentos en los que se requirió mi presencia para llevar a cabo un plan. Dos tipos dialogaban sobre una transacción que yo debía impedir para evitar un mal mayor al país. Pude esperar a ver realizado el intercambio —un disco de ordenador por un maletín lleno de dinero— y caer sobre mi objetivo de manera silenciosa y limpia pero, ¿qué se le va a hacer? Me gusta lucirme y no tardé en permitir que supieran de mi ubicación en aquel yate. Como era de esperar, no estaban solos e, incluso, puede que me estuvieran esperando. A una señal de Sterling, el interesado en conseguir el disco, varios matones aparecieron armados hasta los dientes con intención de reducirle. Les llamo matones por no herir su orgullo, ya que realmente no tan mas que simples peleles que bien podría haber despachado de un soplido, si hubiera querido. En menos de un microsegundo tenía a Sterling inmovilizado con mis brazos y apuntándole al cuello, dispuesta a mostrarle el poder de mi picadura. Sterling no era más que un peón en un tablero y una jugada de unas magnitudes mayores a las que él pensaba. Aquellos que debían protegerle y ayudarle a conseguir la victoria en su misión no dudaron en acribillarle a balazos en cuanto vieron que el disco estaba en mi poder y que él era alguien prescindible. Todo estaba hecho ya allí. Aprovechando el tiroteo y la oscuridad de la noche, me arrojé a las aguas del río Hudson por las que buceé para protegerme de las balas, haciendo que mis enemigos me perdieran el rastro. Llegué exhausta a la orilla y no debió sorprenderme que Ivan estuviera allí dispuesto a tenerme su mano...como siempre. Me introdujo en el coche, ofreciéndome una toalla para secarme y una de sus reprimendas típicas cuando me consideraba una inconsciente.

Comencé a vestirme en el asiento de atrás mientras él conducía. Debía ser rápida ya que pronto nos encontraríamos en el siguiente punto de la misión pero, no resultaría tan sencillo. ¿Qué es una misión sin una persecución en coche por las calles? Una limusina gris intentaba darnos alcance pero mi camarada ruso conocía demasiados trucos de conducción como para ser una presa fácil para nuestros persecutores. Todo en orden. Llegamos al punto de encuentro antes incluso de lo previsto. Ivan se había cambiado de atuendo antes de introducirnos de lleno en nuestro nuevo escenario. Ya no lucía su traje de chofer sino que se había ataviado con un traje de gala y una capa de noche que le hacían digno compañero de mi Armani exclusivo de 5000$. Nos separamos como estaba acordado e interactuamos con los demás invitados. Quedaba poco para la medianoche cuando decidí acudir al aseo de señoras. Retoqué mi peinado y maquillaje ante el espejo. Estaba sola con la doncella que atendía el aseo y otra joven que no encajaba en la fiesta por su atuendo y a la que decidí ignorar. Cuando se marchó al fin, me acerqué a la asistenta que se ocupaba del aseo y cuidado del tocador y le entregué el disco como se me había ordenado. Misión cumplida. Podía marcharme a casa a darme una ducha y descansar, o eso pensaba al abandonar el edificio.

Pero cuatro individuos se encargarían de retrasar mi idea de descanso...

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⏰ Última actualización: Apr 15, 2021 ⏰

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