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Este fue el cuento que escribí para un concurso, no gané, pero quedé entre los mejores puestos.
Espero les guste.

 
 
Desamor y un poco más de ti. 

 
Betty mira por la ventana, con la mirada empañada de tristeza, nostalgia y lo que más la atormentaba era la calma. La calma, la estaba acosando desde que ese grito escurrió de sus resecos labios, y por increíble que suene, aquel sentimiento se negaba a marcharse incluso en el momento en que el chico al que tanto amó estuvo de pie frente a su ventana con un arma bien fija en su cien, con un arma que gritaba “vuelve”. Pero los movimientos de la joven fueron casi automáticos al tomar asiento en su escritorio y empezar a redactar su última carta de auxilio.  
“La vida no es como la pintan, ni el amor es como lo  describen. Todo tiene cierto grado de tormento  y hasta el mismo mundo puede ser un desgraciado infierno, un infierno tan grande como el que yo sentí al amarte, un infierno que se apodera de tus sentidos, que se adueña de tu respiración además de tu ritmo cardiaco. Un infierno que puede lograr consumirte hasta los huesos, calar tu alma y asesinar tu espíritu.  
Tal vez pienses que exagero, pero pienso que es lo que menos importa si estás hablando con un muerto. 
Sentirte en el cielo y en el infierno a la misma vez, no es posible, créeme cuando te hablo, pues yo ya lo viví. Mi intención no es la de espantar a nadie, pero un infierno siempre tendrá un rey al que le guste tomar el papel de cordero a medio morir y por supuesto a Satán le dará más que placer el jugar con tu mente, ¡Huye! Después de todo nadie dijo que un tormento no podría edificarse a base de hermosos espejismos. No me equivoco, y lo sé porque el espejismo más grande en atracar mi alma fue tu bien disfrazada forma de amarme, tus bien ensayadas caricias que se convirtieron en las disculpas sin sentido de otra forma de homicidio. 
Recuerdo el día en que me cansé de tu actuado amor, como grite las palabras que supone y terminarían con nuestro cuento de terror. Pero tu corazón ya había sido corroído por aquel veneno que acabó con nuestras vidas. Me gusta pensar que el veneno de tu alma fue el que acaba de cambiar la dirección de ese revolver, el mismo revolver que tú sostenías en tu cien, me gusta pensar que en tu mirada pérdida aún queda algo de amor, pero lo que no me gusta es que ese amor no pudo salvarme.” 
Un estruendoso ruido es todo lo que Betty puede escuchar antes de que cientos de cristales se incrusten en su piel, antes de que su vida empiece a ir en cuenta regresiva. Su cuerpo cae sobre el tapete negro de su habitación y ella solo llora en silencio mientras que su mirada se fija en el techo, siempre esperando lo peor, cierra sus ojos con resignación. Ya es tarde, es tarde para darse cuenta que su vida jamás tuvo que buscar amor en esos brazos, ya no hay oportunidad para que se dé cuenta de que todo lo que ella vivió no fue más que desamor y violencia. Desamor y un poco más de él. 
La figura del chico se coloca justo a su lado, antes de caer al suelo con millones de maldiciones en su garganta, comienza a buscar un teléfono para salvar a la persona a quien él mismo había asesinado. Ella abre sus ojos en un desesperado intento de ver arrepentimiento en las lágrimas de su agresor. Pero no es él, nunca fue él. 
Las sirenas inundan la avenida y los paramédicos empiezan a entrar a aquel lugar, su pulso es casi nulo y ella siente que la vida se le va, se le va como ese niño de 17 años acababa de irse sin mirar atrás.  
Betty abre los ojos en una habitación de paredes blancas y con un penetrante olor antiséptico, un psicólogo entra al lugar y empieza a hacer preguntas, ella responde: “¿Sabe? Acabo de despertar y al primero que veo es a usted, es algo injusto. Pero le diré, más injusta es la vida que viene y me da la mano cuando yo ya no tengo ánimo de ver estas paredes, cuando hay cientos de niños que luchan segundo a segundo por no solo ver este blanco, sino, también ver un celeste o gris allá afuera. Le diré, yo estoy aquí por vivir en desamor, por aceptar todo aquello que no se soporta, por amar a quien no debo y por ser quien no quiero. Estoy aquí, por mi culpa, no tiene sentido el que sigan buscando a mi presunto agresor, pues el vendrá, no estoy segura de la condición en que llegará, pero él siempre vuelve. Y no me mire de esa forma, pues…” -  ¡Desfibrilador! –Grita una enfermera-  
 

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