La hoz del invierno

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Aún lo recuerdo, esa noche volviendo entre farolas que me observaban sintiendo pena de mi ser. Hojas cayendo a mis pies como almas que morían por la fría hoz del invierno. Una sirena al fondo anunciaba una posible escena más cruda e interesante que la que se desarrollaba a mi alrededor.

No puedo recordar qué hora era en ese preciso momento, en mi mente no pasaba absolutamente nada; ni si quiera me sentía mal por andar de nuevo sólo a esas horas. Sabía que mi madre me esperaba en casa molesta y preocupada; no me importaba. Sólo era mi persona y aquella serena soledad de la que disfrutaba cada noche luego de estar largas horas en el parque de diversiones con algunos compañeros de la escuela.

Entonces apareció de nuevo, ese sonido resonando muy tenue, casi imperceptible a mis espaldas. Parecían getas golpeando el suelo de manera tímida. Siempre me giraba intrigado y nervioso solo para ver una vez más el enorme vacío que dejaba atrás en aquél callejón.

Había llegado a casa, mi madre estaba exaltada, casi lloraba de ira. Entre gritos y golpes me dijo muchas cosas que tal vez para otras personas tendrían alguna importancia; no me importaba en lo absoluto.

Me tiré en la cama, fatigado, exhausto pero sin sentirme culpable, a pesar de ahora mi estómago rugía por mis actos. Una vez más el techo de la habitación sería mi musa para recordar lo bien que habría transcurrido aquél día, subiendo a todas esas atracciones, saltándonos las largas filas de personas sin importar las quejas de estas. Corríamos por todo el lugar como animales, empujando a los niños más pequeños y débiles, admirando la mirada de envidia de los mayores por no poder ser como nosotros.

Y ahí estaba otra vez, en el oscuro e insensible callejón. El ambiente era más frío, más denso. Creo que me dirigía a casa; sabía que de nuevo mi madre me esperaba molesta, pero en ningún momento me importó. Las farolas ahora iluminaban de un color carmesí y copos de nieve caían sobre mis pies, como almas que vivían por la fría hoz de invierno.

Resonaron una vez más las pisadas detrás de mí, y sabía que si volteaba vería lo mismo de siempre. Aún así, la intriga y los nervios empezaban a dominar mi primer pensamiento.

Los golpes en el suelo se hacían más fuertes, estos ya no parecían ser los pasos tímidos que acostumbraba a oír cada noche que caminaba por ese lugar. Obligaba a mi cuerpo a no girar, pero lentamente los nervios pasaron a ser miedo y lo hice. En ese momento fuera deseado ver el decepcionante vacío, que ahora era opacado por una enorme silueta esférica estática a pocos metros de mi. Aunque no tenía ojos era portadora de una sonrisa tan horripilante, tan cínica que hizo estremecer cada milímetro de mi cuerpo. Los copos de nieve empezaron a transformarse en una lluvia negra como el cielo que desintegraba las edificaciones a mi entorno y las farolas ahora lloraban sangre.

La silueta se comenzaba a abalanzarse sobre mí, y yo, lleno de pánico intentaba huir, pero mis pasos parecían hacerse más lentos, y esa cosa estaba cada vez más cerca. No podía hacer nada más, iba a morir. A pesar de eso seguía luchando inútilmente hasta que por un momento dejé de oír los pasos. Giré lentamente la cabeza para ver como aquella deforme y desmesurada boca se expandía frente a mis ojos para devorarme.

Desperté, con la frente empapada y agitado por aquella horrible pesadilla. Me quedé observando el techo de la misma manera que lo había hecho antes de dormir, pero ahora con las imágenes de mi sueño que probablemente me acompañaría el resto del día.

La mañana transcurrió de manera común, como era de ser, sólo con la diferencia de una pesadez mental que me seguía. El desayuno sobre la mesa que mi madre dejaba todos los días antes de irse a trabajar, las mismas personas en la parada del bus, los mismos profesores y alumnos al llegar a la escuela; las mismas bromas en clase que me alejaron un poco de esa sonrisa diabólica.

La hoz del inviernoWhere stories live. Discover now