El piano.

40 3 0
                                    




El despertador de Harry, como cada mañana, sonó a las 8:30. Era septiembre, y el día estaba bastante frío en Londres, así que decidió quedarse un rato más en la cama.

Cogió su teléfono móvil y revisó todas sus redes sociales. Siempre se acaba encontrando con publicaciones de sus amigos de fiesta, en un bar tomando algo o simplemente en casa de alguien pasando el rato. Él hacía tiempo que dejó de ir. Harry terminó su carrera hace casi 4 años, y preparaba su doctorado para ser profesor en la universidad.  Liam, su mejor amigo, consideraba que era demasiado exigente con él mismo.  Pero Harry no lo consideraba así, y siempre creía que podría exigirse un poco más.

Vivía en un pequeño apartamento en un barrio bastante calmado de Londres. Le gustaba, porque tenía el silencio y la comunidad suficiente para estudiar sin que nadie interfiriera en su perfecto estado de concentración. Otro punto a favor es que era un bloque familiar, y la mayoría de pisos estaban ocupados por ancianos o matrimonios cuyos hijos ya estaban viviendo fuera de casa.

Cuando dieron las 9, tomaba un café en la mesa de la cocina mientras ojeaba su libro favorito. Había leído ''1984'' miles de veces, pero siempre se percataba de algo que antes no había leído.  Le gustaba su idea principal, la libertad, sentirse observado y vigilado. Ahora que estaba preparando su tesis tenía la oportunidad de dar algún par de su clases en la universidad, gracias a su tutor, y siempre les hablaba a sus alumnos de la relación de dicho libro y el uso de las redes sociales. Les hacía concienciarse de como se exponían al ojo público por aumentar un poco su autoestima. Liam decía que era un poco hipócrita, porque al final Harry acababa cayendo en el mismo juego.

Y tenía razón, quizás lo hacía por no perder el único contacto que había tenido estos dos últimos años con sus amigos.

Colocó el marcapaginas y dejó el libro con mucha delicadeza sobre la encimera. Estaba algo gastado y viejo, ya que lo compró de segunda mano en un pequeño puesto de Candem Town, pero le encantaba.  Era incapaz de leer un libro con olor a muevo.

Cerró los ojos mientras disfrutaba del silencio tan acogedor que caracterizaba su barrio, y disfrutando de la brisa que entraba por la ventana. Sin duda, uno de sus métodos favoritos para conseguir olvidarse durante 5 minutos de su rutina.

Todo iba bien, era una mañana más. Hasta que escuchó un fuerte golpe que provenía de las escaleras. Al principio se asustó, pensaba que alguien podía haber resbalado y caer, pero el sonido había sido demasiado fuerte como para eso. Tras idear miles de teorías y llegar a la conclusión de que eran absurdas, decidió salir para intentar echar una mano.

- ¡Mierda, mierda, mierda!.- un gritó resonó por todo el bloque.- Pero tened cuidado, ¿es que no veis que es muy delicado?

La voz no le sonaba, no era ninguno de sus vecinos. Harry bajó dos o tres escalones hasta que tuvo la visión necesaria.

Se encontró con un chico moreno, bastante joven, que masajeba su sién en modo de nerviosismo. A su lado, dos hombres sujetaban un... ¿qué era eso tan grande que apenas cabía por las escaleras? El misterioso objeto reposaba en el suelo mientras los dos hombres hacían malabarismos para poder sujetarlo de nuevo. Menos mal que las escaleras eran bastante anchas.

-Es que joder, es vuestro trabajo, transportar cosas sin que se rompan. ¡Me acabáis de tirar un puto piano por las escaleras! - El chico subió los escalones. Sus fuertes pasos resonaban por todo el bloque.

Harry rapidamente subió las escaleras, y se acomodó junto a su puerta para ver como acababa la situación. Al fin y al cabo, acababa de interrumpir sus 5 minutos de silencio, así que, tenía derecho de ver qué pasaba. ¿No?

- Lo siento, lo siento, ¿Vale?, no lo tenía que haber dicho así. Es que le tengo mucho cariño al piano.

El nuevo vecino, o eso parecía, resopló y llegó al último escalón. Cogió aire de una gran bocanada. Un fuerte ruido, de nuevo, volvió a sonar. Apretó sus puños mientras recitaba en voz baja algo inteligible, aguantando sus ganas de volver a gritar.

Dirigió su mirada a Harry, que no supo que hacer, así que finalmente esbozó una sonrisa nerviosa.

-¿Qué haces ahí parando mirando?.- Los ojos verdes del desconocido vecino se cruzaron con los de Harry, que bajó la mirada por unos instantes.

-He salido por si podía ayudar.- se acercó a él y le ofreció la mano, en modo de saludo. El chico aceptó con desgana.- Soy Harry.

-Estupendo, Harry. Yo soy Louis. Y a no ser que tengas la fuerza suficiente como para cargar con un puto piano de cola hasta el quinto piso, no necesito tu ayuda.- Cuando Harry quiso contestar, el chico de los ojos verdes ya había desaparecido de su vista.

Pensó que era un gilipollas, y que ojalá no tuviera que encontrárselo mucho por el bloque. No es que tuviera la intención de convertirse en su mejor amigo, pero le había prestado su ayuda y Louis le había respondido de esa manera. ¿Qué sentido tenía? Quizás estaba perdiendo las pocas habilidades sociales que le quedaban.

Cuando entró a casa, miró el reloj. Había perdido 10 minutos de su mañana, 10 minutos en aguantar a un imbécil que encima ni siquiera le había dado las gracias. Cuando se sentó delante de sus apuntes, apenas podía concentrarse.

Si Harry había escuchado bien, lo que transportaba su nuevo vecino era un piano. Sí, un piano con teclas. Un piano con teclas que suena. Y si suena, significa que él lo escucharía, y por lo tanto eso interrumpiría sus estudios. ''Wow, Harry, ¿has deducido eso tú solo?'' pensó para si mismo, riendo a continuación de su propia (y poca) gracia. Quizás se había adelantado a los hechos, quizás era un hobbie y solo tocaba una vez al día. O a lo mejor era decoración. Bueno, eso seguro que no, pero a él le gustaba pensar que sí.

Consideró que eso no era un tema para preocuparse ahora, así que tras perder 1 hora haciendo probabilidades, comenzó a redactar una nueva parte de su doctorado.

Apenas llevaba dos líneas cuando ese sonido interrumpió en su piso.

- Estará probando si funciona el piano, al fin y al cabo se ha dado un buen golpe. Bueno, dos buenos golpes.- dijo susurrándose a si mismo, intentando convencerse de que la situación no era para tanto.

Pero al final, la prueba se convirtió en minutos, y los minutos en horas. En 2 horas, concretamente. Y el chico de pelo rizado quería arrancarse las orejas o esconderse debajo de una piedra, porque al final perdió toda su mañana. Y no solo eso, sus probabilidades se convirtieron en realidad.

Se tumbó en el sofá, mirando hacia el techo. Pensó que no aguantaría ni dos días, que se iba a volver loco antes. Y de tanto pensar, al final acabó cerrando los ojos, mientras la música sonaba de fondo y los apuntes reposaban sobre la mesa.

EUNOIA - some things are meant to beDonde viven las historias. Descúbrelo ahora