Contraseña peligrosa

50 5 5
                                    

Como todos los días, el sol comenzaba a surgir y entraba sin permiso por su  ventana . Gastón Ferreira era chaqueño, sus padres siempre se habían dedicado a la cosechan algodón. La idea de pasarse la vida trabajando en el campo con sus padres, sencillamente no le gustaba. Hizo unos cursos de computación y se mudó a Córdoba en busca de un mejor porvenir. Consiguió empleo en una casa de informática del centro como técnico y encargado general del local.

-¡Uh las siete! Pensó que se le antojaba dormir un poco más, pero ya era hora de levantarse, puso la pava a hervir y se metió a la ducha. El agua templada lo despejaba. El agudo chirrido que hacía la pava le recordó que el agua había hervido; ya completamente vestido la apago. Tomo unos mates amargos y abrió la puerta bajando rápidamente las escaleras rumbo al trabajo. Debía abrir el local a las nueve si no su empleador, el señor Ferguson, hombre bajo de no más de un metro cincuenta, regordete, casi calvo, no se lo perdonaría. Su jefe era un hombre particular. El primer día de trabajo le dijo a Gastón con un alto grado de soberbia y la sapiencia de un gran maestro que técnicos de informática había muchos, empleos pocos y que si no aprendía cuidarlo otro se lo sacaría. Era sarcástico cuando se lo proponía, pero Gastón necesitaba el trabajo y se acomodaría a sus pretensiones. Saco los candados, levanto la cortina de metal y abrió la puerta de vidrio, prendió las luces, la computadora principal y empezó a controlar el stock. Estaba sumido en sus tareas, cuando se abrió la puerta sin aviso.

-¡Hola, hola!, ¿algún cafecito por aquí? Dijo la joven mientras irrumpía en el local.

Hola Alejandra, no te vi entrar.

-¿Seguro? No me digas que no llegaste a ver la mini a cuadros que traigo, se rio libertina.

Alejandra era la moza del café del frente, tenía una figura esbelta, era alta y flaca, tenía pelo rojizo quizás era real, sus piernas se apreciaban bellísimas, de ahí su preferencia a las minifaldas. Su edad a ojo de buen cubero no pasaría de los veintiséis. Hacía tiempo que se sentía atraída por Gastón, pero él se mostraba

indiferente a sus encantos. Estaba acostumbrada a traerle el café al Señor Ferguson, todas las mañanas, pero esté no había llegado aún.

- No llego Ferguson todavía, le dijo a Alejandra que en ese momento canturreaba un tema del Barón Rojo, pero te aviso cuando llegue.

- No hay problema corazón, perdón Gastón, se corrigió a si misma viéndose excedida en una confianza no retribuida.

Mientras se retiraba le advirtió a Gastón que había una hoja caída al pie del escritorio.

-Ya me fijo Alejandra, gracias.

Efectivamente, deslizada junto del escritorio, como una hoja de otoño debajo de un árbol, la nota decía: "Espero que hayas abierto a tiempo Gastón, por unos días no vendré a atender el negocio, viajo al interior, cuento con tu responsabilidad"

Una hora después, el golpe de unos pequeños nudillos sonó en la puerta de vidrio

- Señora Bermúdez, pase está abierto, le dijo Gastón con una sonrisa autentica.

- ¿En qué puedo ayudarla?

- Pasaba para comprar un cartucho para mi impresora querido, sentencio la septuagenaria.

- A ver, veamos. ¿Qué cartucho lleva su impresora?

- A no se nene vos debes saber cuál es. Gastón haciendo un esfuerzo para refrenarse y continuar con su cortesía hurgo en su memoria y finalmente lo recordó. - Es el cartucho 21, aquí está. Son ciento cincuenta pesos.

- ¡Ciento cincuenta pesos, vos te volviste loco!

- Sra. Bermúdez es el mismo precio de la vez pasada

Contraseña peligrosaWhere stories live. Discover now