Capítulo III: El sueño de Anna Ozolinis

54 11 6
                                    

23 de diciembre de 2020

Un golpeteo suave en la puerta llamó al desvelo de la joven Anna que con ojos somnolientos percibió cómo Ilze se escabullía de la habitación a hurtadillas. Sonrió sabiendo de lo que podía tratarse. Frente a ella, encontró a Tseriba, tan hermosa como siempre, durmiendo tan profundo como nunca. Incluso cuando ese viaje era para descansar, ella continuaba estudiando.

Anna se levantó de la cama al no poder concebir el sueño y el clima helado de invierno la saludó con una malvada intención. Se vistió lo más rápido que pudo antes de acercarse a la ventana a mirar cómo la nieve caía majestuosamente a través de la ventana, como si fuera azúcar espolvoreando algún pastel.

Sin embargo, no pudo evitar distraerse con la caja que habían encontrado la noche anterior. Se aseguró de que su novia siguiera durmiendo antes de inspeccionarla con detalle, la abrió para saciar su curiosidad, pero frunció el ceño al encontrarse con un nombre tallado en el interior del cofre, un nombre conocido: Aivars Rudi.

Dentro del cofre había una pequeña bolsa de tela desgastada y estaba por tomarla cuando el graznido de un cuervo la asustó. ¿Por qué de repente esos escalofriantes animales los seguían a donde quiera que iban?

Buscó al ave con la mirada y la halló cerca de la ventana, golpeando con su pico el vidrio, buscando adentrarse en el lugar, como si reclamara una conferencia privada con ella, una que la joven no deseaba tener en absoluto. Anna dejó el cofre sobre la mesa de nuevo y se encargó de ahuyentar a la bestia. Pese a que el ave dejó de graznar, no se movió del lugar, como si estuviera vigilándola.

Anna no pudo evitar sentirse insegura y, con temor, cerró las cortinas antes de correr hacia la cama de Tseriba para dormir con ella. La rubia se quejó lentamente mientras se removía y abrió los ojos encontrando a su novia frente a ella.

—¿Qué pasa? —murmuró somnolienta.

—Hay un cuervo en la ventana —respondió cubriéndose con la manta y buscando su cercanía.

Tseriba sonrió recordando que su novia solía ser un poco asustadiza con algunos animales, así que estiró su brazo y rodeó sus hombros para acercarla a ella mientras besaba su frente con dulzura y Anna se acurrucaba.

—¿Estás vestida? —inquirió la rubia mientras pasaba una pierna entre las de su novia—. Anna...

—Quería dar un paseo —susurró con timidez—, pero iba a esperarte.

—¿Qué hay de Ilze? Ella siempre madruga.

—Porque se ve con Valdis —recordó haciéndola reír—. Se fue hace unos minutos con él.

—Espero puedan confesarse pronto —admitió acariciándole la espalda—. ¿Quieres dar un paseo?

—Ahora prefiero dormir.

Tseriba rio antes de acurrucarse y retornar a su sueño. Anna, por otro lado, tardó un par de minutos en olvidar a la bestia que la acechaba desde la ventana y por eso cerró los ojos con fuerza, concentrándose en la respiración de su novia, en el dulce perfume que persistía incluso luego de un largo día, en la seguridad de sus brazos y en el sabor a amor que le quedaba en la boca cada vez que estaba cerca de ella.

El sueño la atrapó lentamente, jugando con ella como un depredador con su nueva presa, hasta que la hundió en una inevitable somnolencia. Allí, Anna sintió que toda sensación de confort que Tseriba fue capaz de darle, se esfumó tan rápido como un suspiro.

No entendió dónde se encontraba, pero sí que estaba sola y que había un pastizal, o algo parecido, y niebla, mucha niebla, el sol no se asomaba ni por casualidad. La oscuridad era su única compañía, sintió frío y notó que se hallaba en un camisón largo sin ningún otro abrigo.

#1. La maldición de Asinis #1.CiudadesMalditasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora