A limpiar vidrios

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Pito sale de la casa de su tía y continúa a su trayecto por toda la calle hasta llegar a una avenida. El semáforo está en rojo y los vehículos se detienen; hay chicos que limpian vidrios y venden dulces, tarjetas de llamadas y flores.
"Lo que yo necesito es un trabajo como este", piensa Pito mientras espera para cruzar.
Un dulcero se pone a su lado, y como Pito es provechoso, le pregunta:
-¿Qué hay que hacer para trabajar aquí?
-¿Qué tú quieres hacer?
-Limpiar vidrio o lo que sea.
-Esto aquí tiene mucha gente, pero si tú vas a la próxima avenida y dices que Joel te mandó, seguro que ahí te buscan un lado.
-¿Tu crees?
-Sí.
-¡Gracias, amigo!
Pito cruza la calle dejando a sus espaldas una risa maliciosa. En la próxima avenida, minusválidos, mancos, cojos, ciegos y buenos actores y actrices invaden los frentes de los vehículos para preocupar una limosna que los de buen corazón o los ignorant es le den.
Pito se vuelve victims del sol, que inicia su batalla veraniega enviando los rayos más débiles al frente, y le comenta a una señora con muletas:
-Joel, el de la otra calle, me mando para que me den el chance de limpiar vidrios.
-¡Joel!
-Sí.
-¿El dulcero?
-Si, lo vi vendiendo dulces.
Sin quitarle los ojos de encima, la mujer silba.
En un segundo, una docena de jóvenes y adultos con esponjas y gomas, dulces en bandejas, tarjetas de llamadas, flores y hasta gafas, lo rodean.
-Oigan lo que dice este, que lo manda Joel.
-¡Ah, pues vamos a quemarlo! -dice uno del grupo.
Pito empieza a temblar, las manos se le ponen frías, sus labios no se mueven y su rostro se torna blanco. Baman gruñe con ferocidad.
-Se está muriendo el muchacho- dice otro que tiene rosas en la mano y una risa en la cara.
Todos empiezan a reírse y a burlarse de Pito por el miedo que no le sale de su semblante.
-¿Dónde está tu esponja? - pregunta un muchacho con las manos llenas de espuma.
-No, yo no tengo.
-Yo tengo una, te la vendo en 10 pesos.
-Tráela a ver- responde Pito. El chico da unos pasos más adelante y trae un pedazo de esponja.
-Mírala.
-¿ Dura mucho?
-Más que la mía.
-¿Y por qué no la usas?
-Bueno, porque estaba esperando que esta se me dañara.
-Ok- responde Pito y saca del bolsillo la moneda de 25 pesos. El chico le devuelve una de 10.
-Si quieres, por hoy usa mi agua. Pero mañana traes la tuya.
-Esta bien.
El sol incrementa su ataque. Baman espera dormido debajo de su estand de periódicos. Pito da sus primeros pasos en su trabajo sin preocuparse por observar a nadie. Lanza su esponja de manera tal que le da un terrible susto a una obesa señora que va para su trabajo en su Cadillac de los sesenta, rojo y con aros originales, y que le envía una lluvia de maldiciones desde el asiento. Pito, al parecer no escucha nada, se acerca y llena el parabrisas de jabón.
Entonces, mientras estriega el vidrio, siente la rabia de la señora y le dice que se calme, que el semáforo aún está en rojo. El vidrio está completamente enjabonado, se da cuenta de que no tiene la goma para limpiarlo y corre apurado donde el chico que le vendió la esponja. Él la está usando y Pito le señala el carro y la mujer que está sacando la mano ardiendo de furia.
El chico va con Pito y, al llegar, notan que los limpia vidrios del auto están averiados, al verlos la mujer mueve la palanca con rapidez. El chico le quita el jabón, el semáforo se pone en verde y la mujer arranca temeraria. Al cruzar, un policía la detiene y, sin importar la explicación, le escribe un papel que luego le entrega.
Chato, el chico que le vendió la esponja a Pito, es alto, delgado y negro como la noche, sin dientes delanteros y usa una gorra de rayas multicolores con la visera hacia la espalda, una franela gris y unos pantalones jeans hasta la pantorrilla. No tiene gomas pero conoce a quien las vende y lleva a Pito donde un adicto  para comprarla.
Es mediodía, el hambre se asoma y ni Chato ni Pito han hecho nada para la comida. Hay un comedor público a unos kilómetros. Chato los recorre de rutina. Será la misma rutina para Pito. La fila, el sol, el murmullo, el desespero, las preferencias y la mala comida montan una escena deprimente ante Pito y Baman. Chato deja a Pito en la fila y desaparece por varios minutos. La fila avanza y Pito, inseguro, mira a los lados: ve personas que parecen hambrientas.
Diez cabezas adelante, dos se han dado una bofe tasa por el turno. Los policías municipales restauran el orden. Los malos olores no se esconden y el descuido de los clientes revive con el calor que provoca el sol. La fila avanza despacio y Chato aún no regresa. Puro ya ve la entrada, le dan un jalón que le provoca un susto: es Chato, que lo lleva a la parte trasera. Ahí los espera la señora con gorro plástico rosa, botas blancas, jeans y t-shirt gris quería les da unas fundas llenas de comida.
Se van a un parque abandonado por la sociedad y acogido por el bajo mundo. Debajo de un árbol de quenepa, entre transacciones, atracos y maltratos, Chato, Baman y Pito se alimentan con un moro de habichuelas rojas con trozos de carne de cedro.
La tarde está un poco tupida, las avenidas entaponadas y la gente desesperadas por llegar a su destino. Hay zafra para los chicos, las esponjas vuelan hasta los parabrisas, Pito experimenta y su esponja, en vez de en el parabrisas, cae al piso.
Entonces, decide hacerlo más de cerca.
Algunos lo rechazan haciendo mover los limpia vidrios y otros le dan monedas. Lo hace feliz estar más cerca de aprender a escribir. Le faltan por encima de los 600 pesos y hoy hizo 60. Había conseguido unos 100 pesos, pero como su amigo Chato no tenía para el pasaje, le dio 25 pesos.
Además, la joven que vende periódicos le pidió 10 para un par de dulces de maní y un haitiano que acostumbra a mendigar, al verlo dar, se le acercó y le pidió una moneda. Pito sacó del bolsillo una de 5.
Pito mira el dinero y se siente satisfecho.

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⏰ Última actualización: Dec 06, 2019 ⏰

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! Quiero Aprender A Escribir! Pero Me Hace Falta Una ButacaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora