-Receta-

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La familia Tucker nunca había sido muy apegada entre ella, las disputas y las riñas siempre habían sido parte del ambiente familiar, aunque claro, las rencillas siempre eran meticulosamente resguardadas tras las puertas de la mansión. Porque, para el resto de la sociedad inglesa, los Tucker mantenían una imagen enfermizamente correcta.

Así que, cuando en vísperas a la festividad de acción de gracias, el vizconde de Tucker falleció por un repentino paro cardiaco, todos contuvieron el aliento ante el inesperado suceso, más aún cuando apenas en la noche siguiente el heredero de los Tucker abandonó el seno familiar con el título bajo el brazo. Dejando a madre e hijas completamente desamparadas en la inmensa mansión.

Eso les llevo a plantearse a que, quizá los Tucker no eran tan perfectos como suponían. Y no solo eso, si no que tenían trapos sucios, y si algo caracterizaba a la nobleza inglesa es que amaban los escándalos. Si no trataban de uno mismo, claro.

Aunque los Tucker, apenas hicieron alegato alguno, negándose a alimentar la morbosa curiosidad de sus iguales respaldándose en su perdida.

En apenas unos meses, la nobleza inglesa olvido el tema, los rumores escabrosos y los susurros indebidos dejaron de cobrar sentido cuando la señora Tucker apeló a su perdida, convirtiendo en un desarmado a cualquiera que tratase de manchar el prestigioso honor familiar.

Una vez las aguas se calmaron, cada uno siguió a lo suyo.

No era de extrañar que, con el tiempo, la madre hubiese buscado refugiarse en su única hija, extinguir en aquel contacto íntimo el dolor de la perdida común, en cambio, está lejos de mostrarse abierta al calor de su madre, lo había despreciado, renegando de las pretensiones de una madre que nunca había estado allí para ella.

La niña, dado al carácter frio y ausente de su madre, prácticamente había sido educada por su hermano mayor, heredando de él su temperamento, ingenio, y perspicacia, de modo que se rehusaba a verse convertida en un simple adorno decorativo por el convenio de su madre, que proponía hacerse cargo de su educación y redimirla hasta convertirla en la esposa perfecta ahora que su hermano había desaparecido del mapa.

Su madre había tratado de enderezarla sin ningún éxito, proyectando en ella las miradas y severas y discursos vacíos que hasta entonces habían sido dirigidos hacía su hermano. Cansada, la señora Tucker había decidido que su hija tenía un problema, o más bien que ella era un problema, ya que eso era mucho más sencillo que admitir su negligencia como educadora, y que solo una enfermedad había podido llevar hasta aquel limite, y claro, eso les había llevado a corroborarlo un experto. Ya que, una dama, no podía ser impertinente, ni descarada, ni curiosa, no, las damas debían de ser obedientes, sumisas, manipuladoras.

Como su madre.

O al menos así lo veía Tricia.

Aunque claro, sabía que su madre tampoco lograría sacar nada en claro, porque ella desde luego estaba segura que no había nada de malo en ella.

Con total sutileza, desplego sus piernas, desviando la atención del doctor de su exhaustivo estudio, llevaba demasiado tiempo sentada a los pies de la camilla, y sus extremidades comenzaban a adormecerse, el doctor McCormick pareció comprenderlo, cediéndole el espacio suficiente para que pudiese desperezarse sin resultar grosera.

El doctor le dirigió una sonrisa compasiva antes de regresar a su posición inicial.

Se encontraba sentado en su silla, levemente inclinado hacia delante, apoyando su barbilla sobre sus dedos entrelazados, sin apartar la mirada de joven. Tricia le dedico una mirada fría, que se endureció al percatar como las comisuras del doctor se curvaban en una media sonrisa.

Histeria (South Park)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora