Natural.

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En aquel momento, fácilmente, volvían a su memoria los recuerdos de las últimas cinco Navidades que habían pasado.


Una siempre muy distinta a la anterior; cada vez más extrañas, y hasta bizarras. Ya había probado varias cosas, desde las glamorosas cenas de medianoche, hasta la estadía en un bohemio bar de los suburbios.

No era capaz de identificar un patrón sobre sus festividades decembrinas. Ningún indicio que marcará una costumbre. La única constate a la que se aferraba era estar lejos de casa, y sin una compañía fija o estable.


En un término más sencillo, se encontraba solo.

Pero aquel término le hacía sentir incómodo; así que trataba de evitarlo fervientemente. Ni siquiera lo articulaba en su mente, porque incluso a él, le parecía demasiado deprimente.


Intentado eliminar aquellos pensamientos, observó por la ventana a su izquierda, enfocando sus ojos en el descenso de la nieve; al mismo tiempo que ejercía mayor presión sobre el asa de la taza decorada con pequeños renos.

Bebió del tibio y espeso líquido que prometía ser chocolate caliente, con un poco de crema; y por supuesto, el toque de ron, nada sutil, ni ligero, que raspaba por toda su garganta.

Soltó un suspiro resignado, no podía hacer más; no en la improvisada fiesta de universitarios a la que se había colado; no en un ambiente desordenado y frívolo. Nuevamente, su Navidad daba un giro radical, por lo que el joven ya ni se animaba a formar expectativas, sólo pasaría de largo la noche sin esperar algo.



Una corriente de aire helado atravesó la aglomerada estancia, fuerte y rápido; penetrando el ambiente, alcanzando hasta aquel apartado lugar en el sofá, donde él reposaba. Al mismo tiempo, una serie de vítores y gritos de alegría inundaron el cuarto; los jóvenes estudiantes de apesaraban a saludar animadamente a la figura que bajo el umbral.

Y, muy a pesar, de la curiosidad que sentía, se negó rotundamente a abandonar su sitio, para limitarse a observar la ruidosa y enérgica bienvenida.

El tiempo siguiente intentó ocuparse en alguna de las múltiples actividades de fiestas que se desarrollaban a su alrededor; sin embargo, ninguna de ellas captó su interés. Saludaba cordial a algunos jóvenes; se detenía a saludar y brindar con algunos de sus colegas de medicina; incluso, participó en una ronda de juego de tragos.

A pesar de todo lo que había probado, la idea de regresar a casa permanecía vigente rondando dentro de su mente. Pero no lo haría.

Su situación era terrible, no tenía algún tipo de problema que le impidiera su retorno, nada excepto la ideología que él mismo se impuso: si no llegaba a tiempo para las fiestas, no tendría derecho a pasarlas en casa.

Con una leve opresión en el pecho, y la premisa que al día siguiente estaría en camino, regresó a su asiento original. Era pura suerte que se encontrara vacío; de todos los sitios atiborrados, su lugar en el sofá permanecía vacante.


Bueno. Las cosas de aquella fiesta estudiantil-Navideña, no eran tan espantosas. Ahí está su asiento en el sillón, y se aferraba a él como mejor recuerdo de la noche.

Inclinó la taza con renos, la cual había rellenado con un nuevo chocolate a su gusto, y bebió del líquido, permitiendo que la suave y ligera espuma paseara por su boca. Dulce y caliente.

Seguidamente, cerró sus ojos y centró sus sentidos en la música de fondo, reconociendo la melodía de las guitarras; aún degustando la esencia restante del chocolate. Una atmósfera completamente diferente y ajena al entorno, rodeaba al joven; junto a todos esos estímulos, pudo percibir como el asiento continuo se sumía ante la presencia de alguien más; aquel cuerpo era, sin duda, muy distinto, pues parecía irradiar calor y cierta energía que era perceptible, a pesar de no verlo.

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