Capítulo 1.- Reencarné en una cría de dragón

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―Ah, Robert. Siento ser yo la única persona en ver cómo partes de este mundo ―deposita el portapapeles en la silla que hay en la habitación―. Si tan solo tus hijos fueran más agradecidos...

―Déjalos estar ―digo con la respiración en dificultad y exhalando mis últimos alientos en la mascarilla que me cubre la boca―. Soy responsable de sembrar de lo que cosecho.

El doctor deja de hacer lo que estaba haciendo y lleva sus brazos a sus caderas.

―Mejor no digo nada fuera de lo laboral ―toma un dispositivo―. Bien, ¿algunas últimas palabras antes de la desconexión?

―Ninguna ―tan solo me arrepiento de todo.

―Bien. Procederé.

Aprieta el botón que sobresale del dispositivo y la máquina que me mantenía con vida, bombeando mi presión sanguínea, detiene sus funciones. Quería sentir el último sufrimiento para luego ver oscuridad, pero curiosamente, no sentí nada. Mi respiración poco a poco cesaba. La dicha oscuridad apareció y me envolvió.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo, mi alma. De pronto sentí algo en mi espalda, algo que podía mover. Qué raro. Todo a mí alrededor era oscuro pero contenido, como si fuera una caja ovalada en la que estoy. La ansiedad me inundo. Comencé a esforzarme por salir de allí, pero no había una tapa por la que escabullirse. Era muy resistente a todos mis intentos.

Seguí y seguí hasta que crujió algo. ¡Una apertura! Destrozarla no fue complicado. Los haces me azotaron y mis ojos, los que no podía abrir por alguna extraña razón, se vislumbraron. Si los tuviera abiertos, quedaría ciego en su totalidad.

―Vaya. El pequeño eclos~ionó ―la voz siseante excla... Espera, ¿eclosionar, dijo?

―Sí es verdad. ¡Pero qué linda tonalidad plateada, y es albino! ― ¿qué?

Intenté formular una palabra, ¡pero nada! ¿Qué está pasando?

―Aw, qué ternurita. ¡Trata de decir algo! No es maravilloso. Déjame cargarlo.

― ¡No toques~ a s~u Majes~tad, cazadora tejedora de pes~tilentes~ hilos~!

―AH. Buscas pelea, víbora ruin. Además, mis pestilentes hilos son los que cubren tus nulos pechos, desgracia femenina.

― ¡No ins~ultes~ la fis~iología de mi raza!

¿Qué rayos está pasando aquí? La luz me cegaba pero era ver mí alrededor o quedarme con aquella incógnita.

Ya abiertos, lo primero que noto es a dos "mujeres", una agraciada y la otra no. ¿En qué me estoy fijando? Eran una mitad serpiente mitad mujer y una mitad araña mitad mujer. ¿Qué es esto?

Por el asombro, me moví hacía atrás. Lo raro fue que en vez de sentir dos piernas, fueron cuatro. ¡Cuatro!

Miré detrás y contemplé, además de la libertad de hacerlo, un par de alas platinas, mis patas y una cola escamosa. ¡¿Qué rayos soy?!

―Ah. S~u Majes~tad s~e movió.

―Es verdad. Dime, su Majestad ―hace una leve reverencia, inclinando un poco su torso humano―, ¿me permite cargarlo?

Agito mi cabeza de un lado a otro. Ambas, sorprendidas, se acercaron y me abrazaron. Obviamente la sensación que transmitía la dotada era muy elevada a la que no. Espera, no. ¿Qué rayos es esto? Pareciera que me encuentro dentro de una caverna pobremente decorada.

―De seguro tendrá hambre. Iré a ver si las trampas tienen una presa para comer ―dicho eso, la mitad araña se va.

―Ahh ―la mitad serpiente se toca el busto y se enoja de la nada.

¡Reencarné en el Último Dragón del Mundo! [Hiatus]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora