Primera parte; el comienzo

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—¡Cuidado! —Escuché, y antes de percatarme de la situación, la pelota se había estrellado contra mi cara, ocasionando así mi caída contra la arena.

Mi mejor amiga, Abby, vino corriendo hacia mí desesperada y riéndose.

—¿Estás bien? —preguntó mientras ayudaba a pararme. Sacudí con brusquedad la arena que tenía pegada al cuerpo.

Aturdida, así la miré.

—Claro —oh, ahí estaba mi mal carácter —, estoy perfecta, ¡¿cómo lo dudas?!

Bueno.

Tal vez fui algo arisca, pero, ¿qué se cree? ¿que me van a golpear con una pelota que en vez de playa parecía una de fútbol (número cinco, por cierto) en el rostro haciéndome caer, tragar arena por culpa de los niños que pasaban corriendo con toda la emoción del mundo y por último me iba a quemar el culo con la simpática arenita, e iba a estar bien?

Sin contar el agradable chichón en mi frente que se presentará luego para darme la alegría de mi vida.

Bueno, tal vez sí soy algo malhumorada.

Pero sólo cuando me golpean con un arma probablemente mortal que podría causar algún derrame en mi cerebro.

Ella soltó una sonora carcajada.

—El golpe te afectó... —cerró los ojos, atreviéndose a hacerse la afligida —, ¡poniéndote más enojona e insoportable de lo que ya sos, Sara! —y enseguida salió corriendo hacia el mar a toda prisa —, ¡no me mates!

Iba a cometer asesinato a los catorce años.

O no.

O si.

—¡Abigail! ¡Ven aquí!

Cada vez nos adentrábamos más y más al mar, hasta que nos llegó a la altura del pecho. El paisaje era precioso, simplemente eso. No, fascinante. De agua azul cristalina, ¡podía ver mi cuerpo como si de una piscina se tratase!

Estaba completamente desconcertada. En las imágenes Grecia se veía hermosa, pero en persona era sorprendente. La luz, la vida, todo.

Me acerqué lentamente a la pelirroja y, como buena amiga que soy, le tiré agua en los ojos. Ella chilló haciéndome reír.

—¡No! ¡Tonta, desubicada! ¡Arde! —Y, de pronto, un golpe aterrizó en mi brazo derecho como venganza.

¿Dije golpe?

Fue como uno de esos golpecitos que te hacen cuando te hacen masajes. Y es que, no podía esperar nada más de ella, por suerte.

Gracias a Abby, llegué a la conclusión de que eso de «los pelirrojos son malos» es una mentira. Aunque eso sí, hay de todo.

Pero ella tiene una actitud tan inocente y dulce...

Hasta que se enoja.

Ahí da miedo.

—No me golpees tanto que me vas a destrozar el cuerpo, eh. —Carcajeé. Luego, con ella detrás, recorrimos la costa entre risas y salpicones de agua.

Habíamos venido a Zakynthos, más concreto Laganas (donde se puede ir de fiesta hasta que sale el sol, aunque como éramos unas niñas eso solo sucedía en nuestra imaginación, ejém) con nuestras familias para relajarnos y pasar las vacaciones.

Era perfecto, un reducto natural con espectaculares acantilados rocosos que caían en picados a las olas. En algunas zonas alejadas no había mucha gente, pero aquellos que buscaban un poco más de aislamiento podían explorar el desolado y rocoso noroeste y las fértiles llanuras centrales.

Sí, investigar es lo mío.

Como lo es el distraerme.

Estaba tan concentrada en mis pensamientos, que no noté que me había alejado mucho —por no decir demasiado— de la orilla. El agua me llegaba al cuello.

Volteé mi vista hacia mi amiga. Al parecer llevaba rato alejada. Pude ver que su boca se movió desesperadamente intentando decirme algo, pero por más que intentaba, no podía oírla.

Las personas que antes se refrescaban felices, ahora salían asustadas del agua.

¿Qué está pasando?

Ví a Abby acercándose con una mueca en el rostro que no transmitía nada agradable a un muchacho con un altavoz. Ella le dijo algo y él me miro. El rostro del chico palideció y empezó a gritarme. Le hice señas con mis manos explicando que no podía oírlo.

Él tomó su altavoz y de su boca salió algo que me dejó confundida y tiesa.

—¡Sal ahora mismo, se aproxima una ola de medusas!

ola de medusas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora