Prólogo: Codex Angelum.

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Roman estaba en los aposentos destinados a quienes tomaban la Prueba de las Armaduras, por las reglas de la Orden él debía estar ahí, leer el Codex Angelum (Códice de los Ángeles en latín) y aprender de él hasta el día siguiente donde forjaría su primera armadura.

Estaba en una habitación extremadamente pequeña, era completamente negra, las paredes eran de metal, había una ducha en una esquina, al lado de un lavamanos y un sanitario; la única iluminación era proporcionada por un símbolo en el techo: era un escudo con dos espadas entrecruzadas y la imagen de un planeta grabada, el símbolo de los Paladines.

La habitación tenía unas pocas gavetas empotradas en una pared, si las tocaban se abrían automáticamente para revelar la única ropa que el aspirante estaba autorizado a llevar; pegada a la pared opuesta, la derecha, estaba la cama; era simple, Roman cabía en ella a duras penas, era algo incomoda.

Por último estaba una pequeña repisa donde solo había un libro: el Codex. Toda la habitación estaba destinada para recordar a los aspirantes a Paladín que debían dejar todas las comodidades: la vida de un Paladín estaba llena de sangre, violencia, dificultades y esfuerzo; si querían comodidades debían ganárselas de nuevo.

Roman seguía leyendo el Codex, en su interior se relataba el nacimiento de la Orden:
En 1946 había ocurrido la Gran Revelación, los seres mágicos se habían dado a conocer, estaban en todas partes y con poderes extremadamente diversos, la mayoría parecían humanos comunes y corrientes. Todos provenían, ya fuera directamente o por linaje, del sexto continente, Arcanna, los científicos los habían llamado Homo Arcannus (hombre arcano).

Después de esa revelación hubo grandes cambios en la sociedad, los Guardianes, protectores del balance mágico, empezaron a informar a los países del mundo del funcionamiento de la magia y se habían redactado leyes para regular su uso (y para protección de los Homo Sapiens). La tecnología había avanzado a pasos agigantados pues la humanidad requería adaptarse para estar al mismo nivel de la magia, los laboratorios Mage habían impulsado buena parte de ese desarrollo (por no decir casi todo).

Sin embargo la Orden había nacido mucho antes, en 1822 bajo órdenes del vaticano, quienes ya estaban enterados de la existencia de la Magia; en vista de que los Guardianes no se daban abasto un hombre común había hecho el voto de proteger al mundo de los peligros de la magia, protección que se extendía tanto a los seres humanos como a los arcanos, pues los humanos a veces podían ser monstruos peores que ninguna criatura abismal.

Ese hombre era Thomas Ravenscar, nombre clave Raziel, el ancestro de Roman y primer Paladín, nacido en el año 1802. Había usado pociones para aumentar sus capacidades físicas, por eso los Paladines durante su entrenamiento se hacían una serie de inyecciones (ahora gracias a la ciencia y no a la magia) que los mutaban y aumentaban todas sus capacidades, algunos lo llamaban «suero del súper soldado» en un chiste obvio.

Los Paladines debían ser completamente humanos, no podían tener la más mínima habilidad mágica ni ningún tipo de relación amorosa con los seres mágicos, solo las amistades eran aceptadas, pues en caso de entrar en guerra con la magia eso podría llegar a nublar el juicio.

Al entrar a la Orden, los Paladines entrenaban hasta llevar sus cuerpos al limite. Después recibían la primera inyección, que les iba dando habilidades, sus límites dejaban de existir, se volvían más fuertes, rápidos, resistentes; así volvían a entrenar hasta alcanzar sus nuevos límites, proceso que se repetía una y otra vez hasta llegar a la décima inyección. El resultado eran soldados capaces de esquivar balas, con un factor curativo que les permitía curarse de casi cualquier herida, súper fuerza y un muy largo etcétera. El único efecto secundario era que sus ojos se volvían permanentemente azules.

Las Crónicas del Último Paladín.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora