-¡Rober, date prisa o llegaremos tarde!
-¡Ya voy! No me agobies...
-No es cuestión de agobiarte, pero ya sabes como se pone tu jefe si no llegamos a tiempo a la cena de tu empresa.
-Ya estoy. Tenemos que pasar antes por la gasolinera. No me llega el combustible para volver.
-Uff, vale, pero corre.
Recuerdo que aquel día las nubes se amontonaron sobre nuestra ciudad, dejando la carretera húmeda, los edificios tristes y mi precioso conjunto casi empapado. Llegamos más de media hora tarde a causa de las retenciones en el tráfico y nos encontramos a todos charlando, con una diminuta copa de champán en la mano.
-¡Anda, pero si es Roberto y su mujer!
-Novia, Patrick, somos novios.
Patrick era el jefe de Roberto. Un sesentón bastante arrogante y con muy mal sentido del humor. Bueno, digo era porque hoy en día ya no trabaja para él. Ahora os contaré lo ocurrido.
-Disculpe, novia. Seguro que a la señorita no le ha molestado mi comentario.
-Hmm...
-Bueno, bueno, vamos a sentarnos, ¡la cena está servida!
Recuerdo que sobre la mesa se sirvieron más variedades de quesos de las que yo conocía, vinos de las bodegas más remotas de Francia y, ¿caviar? Todos estaban encantados con la cena, pero el alcohol no tardó en hacer de las suyas. Empezaron los gritos, discusiones entre los empleados, algún que otro vaso derramado... en cambio yo me sentía relajada y protegida, pues a mi izquierda tenía a Robert y a la derecha a Ángel, el jefe del departamento de mi novio.
Ángel es un chico tímido en general. Las pocas veces que hablé con él intentó evitarme siguiendo con sus tareas. Aún no consigo saber el motivo. Dejando de lado su personalidad, he de admitir que lo encuentro muy atractivo. Sobre un metro ochenta, ojos claros, pelo rizadito y ese traje, ¡le sentaba tan bien!
Llegó el postre y volvimos a centrarnos en la mesa casi todos. Y digo casi porque acababa de sentir los dedos de Ángel sobre mi rodilla. Aquel chico tímido que tanto me había evitado, ¿tocándome? Por un momento pensé que se había equivocado, incluso esperé una disculpa por su parte, pero en cambio su mano fue subiendo por mi pierna. Llegó a tal altura que tuve que cruzar las piernas indignada. Le miré por un segundo y me encontré con sus ojos atravesándome por completo. Su único gesto fue tirarme una sonrisa pícara a la cual respondí mirando de nuevo hacía la mesa.
Tras un brindis por parte de Patrick, agradeciendo todo el esfuerzo de sus empleados, nos levantamos de la mesa y fuimos a una preciosa sala de estar. Desde ahí pude ver la ciudad entera, en todo su esplendor nocturno. Estabamos en un vigésimo piso así que traté de no acercarme mucho a la ventana. Sí, sufro de vértigo, y con solo pensar en la cifra del piso, me entran mareos.
-Voy un momento al aseo, Alba. Esperame aquí, vuelvo enseguida.
-De acuerdo Rober, te estaré esperando en ese sofá de ahí.
Pedí al barman una copa de Martini y me senté en el sofá donde esperaría a mi novio para irnos a casa. Tras cinco minutos de espera, empecé a preocuparme ya que no aparecía. En su lugar, el chico de los ojos azules se abría paso entre los invitados y tomó asiento a mi lado.
-Tu novio está hablando con el jefe, ya sabes, cosas de la empresa.
-Amm... -fruncí el ceño.
-Mira, tengo una cosa que contarte pero no puedo hacerlo aquí, con todos ellos. Se armaría una gorda. Debes venir conmigo.
-Ángel, dímelo...
ESTÁS LEYENDO
La noche equivocada
Short StoryUn breve relato sobre Alba y sus deseos más ardientes.