Encuentro

9 0 0
                                    


Tomarse un momento para descasar lejos de sirvientes y consejeros era algo que hacía muy poco a menudo. Lidiar con decisiones para su pueblo, organizar nuevas posiciones de avanzada, recibir las noticias de las patrullas, mediar entre su pueblo cuando se asaltaban desacuerdos era absolutamente cansador, gratificante como regente, pero agobiante de todos modos. Aún tenía un montículo de papeles que leer sobre peticiones y acuerdos a los cuales dejaba de lado hasta que su constante presencia y presión cedía por puro malestar visual.

El trabajo había sido constante, pesado y agobiante, hasta que el malhumor lo supero a él mismo. Por mucho pensarlo había decidido hacía solo unos años delegar la organización económica a Galion, su antiguo mayordomo real, un elfo al cual le dejaba gran parte de las decisiones sobre el dinero, la compra y venta de los víveres, la transacción con los pueblos aledaños y la venta de la manufactura de su gente. Había sido un gran peso menos cuando su pueblo se veía con la necesidad de encerrarse cada vez más en sus límites y necesitaban a alguien constante y accesible para permitirse deliberar sobre el comercio de este. Poco después le dio los poderes de mayordomo real a Nihiël, su antigua sirvienta de recamara. Una elfa con modales un poco toscos y vulgares, pero con una personalidad que sabía apreciar. No fue una mala decisión, Nihiël sabía su lugar y el de los demás, manejaba los deberes del castillo con mano dura, pero accesible a todos. Era el punto de organización metódica que necesitaba constantemente en los pasillos de su gran hogar.

Pero aunque su hogar estaba bien dirigido, su pueblo estaba contento y su milicia en orden... necesitaba esos momentos de soledad. Tenía una constante sensación de vacio, como si necesitara de algo o recordar algo que estaba olvidando.

El descanso de su esposa no era un lugar donde ir a molestar, pero poseía jardines reales, y allí había pasado gran parte de sus días cuidado a su pequeño hijo en aquellas tempranas edades donde la oscuridad aún era un lejano eco de malestar. Legolas, todo un hombre ya, dirigía patrullas de extermino en la frontera y era muy difícil verlo tan seguido como antes, y aunque muchas noches el malestar lo acosaba, sabía que debía dejarlo ir... su tiempo ya paso, aunque eso no significaba que doliera menos. Tal ves era eso... esa sensación de dejarlo ir, era su familia. Y muchas veces, aunque sus personalidades y conductas chocaran su hijo lo era todo para él.

Despacho a sus guardias personales que se retiraron hacía una de las entradas del jardín y él dejo su espíritu vagar por esas tierras que amaba como la vida misma. Aquí la oscuridad no había llegado, aquí los árboles crecían frondosos, vivos y cada cual más alto en busca de una luz de antaño siempre querida crecían sin temor alguno. Allí vivían las familias de animales en paz y armonía, creciendo fuertes y sin miedo. No había escaramuzas, no había dolor. En cada paso que daba su espíritu se relajaba, y cada respiro era una flecha que quebraba su aspereza y cansancio. Aquí, en medio del claro de robles, entre la danza de frondosos sauces, allí era un espíritu cansado pero lleno de vida. Allí él podía ser cualquier cosa... podía ser él mismo de antaño, aquel que buscaba a su pequeño elfo entre las raíces descubriendo un mundo cambiante, aquel que reía y descansaba con su preciosa esposa. Este bosque eran recuerdos y su hogar, su mágico hogar.

Se acercó a un pequeño estanque que había sido provisionado de un agradable asiento de madera, cerró los ojos apreciando la leve debilidad de sus músculos destensándose. Pero su oído fue alertado, y aunque se impresiono de no haber escuchado los pasos antes, aquellas pisabas pequeñas y apresuradas no eran de nadie de su pueblo. Eran claramente humanas.

No se movió, solo espero. Cuando aquella carita sucia apareció detrás de un tronco, cuando esas manos pequeñas y pálidas arañadas se aferraron al tronco hubo un torrente de preocupación en su cuerpo que había creído extinto hacía tanto. Aquellos ojos brillantes y grandes de un azul tan puro fueron como un relámpago de reconocimiento, aunque sabía muy bien que nunca la había visto. A penas si hablaba con emisarios humanos, claramente no había hablado con uno tan pequeño hacía siglos.

— ¿Roy?— pregunto la pequeña. Su lengua materna claramente no era la hablada por los humanos del lago ni los alrededores.— no, no eres. Tú, ¿quién eres? ¿sabes dónde estoy? Yo estaba con mi familia, y un bosquecillo...

Cerró los ojos haciendo un mohín como si le costara saber dónde y cuando estaba. Se acercó para verle, claramente humana con una vestimenta de recolector, en su delantal se amontonaban grandes y brillantes naranjas. Algunas con sus hojas aun pegadas.

— ¿Cómo has llegado aquí?— le pregunto en la lengua de los hombres. Se acercó lo suficiente para que la pequeña abriera los ojos enormes y se llevara graciosamente una mano a la boca ocultando una sonrisa. Una serie de pecas alfombraban sus mejillas y nariz, no debía de tener más de nueve años humanos.

— Tus orejas... ¡Están en punta!— bueno, eso no era algo que los humanos fueran hablando tan normalmente por allí, pero considero que aquella era una pequeña que obviamente no conocía su raza y estaba perdida lo dejo pasar.

— Y las tuyas redondas. ¿Cómo te llamas, pequeña?

— Alexandria, hija del bandido rojo.

— ¿Bandido rojo?

— Si, ¿nunca has escuchado de él? Es el mejor cuento de toda la región, Roy me lo contó. Roy es un doble y se cae, golpea y fractura, pero a él le gusta eso.- no podía imaginarse como a un humano podría gustarle el dolor gratuitamente, pero sabía que no era un buen tema que tomar por la manera acelerada con la que ella hablaba del tal Roy.

La muchachita intento pasar por sobre la gran raíz dejando al paso una serie de naranjas que rodaron por todo el sector. La tomo de la mano y la ayudo a acercarse al pequeño estanque donde se limpió afanosamente las manos.

— ¿Tu familia? ¿Estás sola?— pregunto preocupado. Los humanos no se acercaban a su bosque, pero ella tenía un peculiar acento que no había escuchado nunca, tal vez ni siquiera sabía dónde estaba.

— Deben estar por allí, mis hermanas recogiendo los naranjos de los arboles menores, mi madre poco más allá. No me aleje demasiado, estoy segura.— la pequeña se sentó y le sonrió. Una sonrisa amplia y un poco extraña, una sensación de calor se extendió por su pecho, algo que no había sentido hacía demasiados años. Se concentró, pero no había más ruidos a la redonda, ¿Cómo había accedido a su jardín real? ¿Naranjas? No había árboles de naranjas tan al norte. Un lamentable hecho debía aclarar.

— ¿Alexandria, eres una recolectora?— pregunto sentándose nuevamente. La pequeña asintió y tironeo su sucio delantal para que viera los arañazos y suciedad, se movía nerviosamente, como si jamás estuviera demasiado tranquila.

— Tiempo de cosecha, yo debo ayudar. Luego ir a la escuela con las demás niñas.

Continuara~~ 

The Fall in MirkwoodWhere stories live. Discover now