Era media tarde y ya había concluido todas las tareas previstas para el día, sólo le quedaba pasar la bayeta por la encimera de la cocina y poner el lavaplatos, después podría descansar un poco y retomar la lectura del libro que estaba intentando terminar desde hacía más de dos meses. Algo la distrajo de sus cavilaciones, dejó la bayeta y puso los brazos en jarras para simplemente dedicarse a mirar por la ventana. Lo vio cruzar la verja del jardín, mirar a ambos lados de la carretera y echar a correr hasta la acera de enfrente. Por allí, una urbanización tranquila, muy rara vez pasaban coches y los que había por lo general solían estar dentro de las cocheras o aparcados junto a las casas, de modo que no había peligro alguno y eso la relajaba en cierta medida.
El problema de vivir en un sitio tan poco transitado como aquel, y bastante pequeño también, era que allí todos se conocían a la perfección. Ella que siempre había sido una mujer orgullosa, temía lo que podrían pensar los vecinos si en aquel momento concreto se asomaran a las ventanas y vieran lo mismo que ella veía.
Su hijo de seis años se las había ingeniado para salir de la casa sin hacer ruido y ahora estaba dando vueltas alrededor del contenedor de basura en busca de a saber qué.
Una de las casas de enfrente, tenía nuevos inquilinos, un matrimonio joven y sin hijos, bastante agradable a su parecer. Habían dejado las cajas vacías de la mudanza junto al contenedor y eso era lo que el pequeño miraba con tanta atención. Había estado toda la tarde tentado de acercarse y husmear, y mientras ella estaba a su alrededor no le había costado disuadirlo de que se quedara dentro de la casa, entreteniéndolo con lo primero que se le ocurría: hacer los deberes, ver la televisión, jugar a video-juegos…Pero para ser tan pequeño, resultaba ser sorprendentemente terco, por eso cuando se había visto por fin libre de vigilancia, había escapado sin pensárselo dos veces.
Se agachó entre las cajas y las examinó concienzudamente. Cuando hubo dado con la adecuada, la separó del resto. Tiró de una de las lengüetas y la arrastró no sin dificultad. Su madre lo observó arrastrar la caja hasta la parte trasera de la casa, donde lo perdió definitivamente de vista.
—¡Este niño no tiene remedio! —exclamó, llamando la atención de su padre que había permanecido todo aquel tiempo leyendo el periódico tranquilamente— ¡¿Qué pensarán los vecinos?!, ¡registrando en la basura!, ¡habrase visto!
El hombre pasó una página del periódico y miró a su hija con gesto cansado. Ya era un hombre mayor y nada le sorprendía demasiado.
—No será para tanto, mujer… —contestó, aunque estaba seguro de que en ningún momento se había dirigido a él.
Su hija se volvió aún con los brazos en jarras y una mirada que bien podría haber provocado una guerra, le recordó muchísimo a su difunta esposa. También ella tenía la costumbre de alterarse por minucias.
Nada más verla supo que allí sobraba, así que plegó el periódico y se levantó.
—Iré a hablar con él… —dijo. Ella pareció darse por satisfecha porque volvió a retomar su tarea sin añadir una palabra más.
La casa estaba especialmente silenciosa. Su yerno no llegaría hasta la noche, de modo que cuando se trataba de tener entretenido al niño siempre le tocaba a él. Soltó un prolongado suspiro, convencido ya de que cuando uno se hace viejo pierde todo derecho de decidir por sí mismo…
Abrió la puerta de la casa y salió. Hacía buen tiempo, un soleado y caluroso día de verano. Se estiró un poco y dejó escapar algún que otro quejido de dolor.
—¡Maldito reuma! —se quejó. La edad ya le pasaba factura.
A continuación miró alrededor en busca del pequeño, tuvo que rodear la casa para dar con él. Lo encontró en el jardín trasero destrozando la caja con saña. Le hacía gracia lo enserio que podía llegar a tomarse las cosas, aunque para él lo que hacía el niño no tuviera el más mínimo sentido.
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¿Imaginamos? ©
Short StoryBreves relatos donde la imaginación y la inocencia de los niños son las protagonistas. Obra registrada en Safe Creative y en el registro de propiedad intelectual ©