Aleluya.

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La oscuridad de la habitación cegaba mis ojos y la humedad hacía picar mi nariz.

Tenía los labios resecos y agrietados.

El sudor y la sangre seca mezclándose sobre mi piel.

Mis dientes y cuerpo temblando por el frío. Mis pies descalzos sin poder moverse, mis piernas atadas y entumidas.

El pecho doliendo con cada respiración, sintiendo como mis costillas crujían, o tal vez sólo era el dolor que me hacia delirar.

Aquí estaba yo, luciendo como un desgraciado. Esperando mi juicio, el castigo de mi Dios, aquel al que arrodillado le rogué mil y un plegarias. Aquel al que ofrecí mi cuerpo y alma.

Aquel al que le dediqué mis poesías y entregué mi fidelidad en unas caricias.

Aquel que me pidió que lo amara con fervor.

Aquel al que ahora ruego compasión con un sordo "por favor".

No me reconozco, todo es tan ambiguo y lejano. Mi cuerpo siente que ya no puede más.

La puerta delante de mi se abre, la luz entrante me ciega momentáneamente.

Abro mis ojos poco a poco, ahí esta él, mi castigador y salvador.

La luz alumbra sus cabellos dorados, aquel que tantas veces acaricié y besé.

A pasos lentos camina hacía mi, su blanca vestimenta solo confirman lo limpio y puro de su ser.

Su piel luce igual al día en que lo conocí, tan etérea e impoluta.

Unos recuerdos fugaces vienen a mi.

Aquellas bolsas oscuras bajo sus ojos ya no están, aquellas manchas y heridas desaparecieron. Sus mejillas también volvieron a su habitual volumen, dejando en el olvido aquellos huesos marcados.

Se para delante de mí, y veo como levanta un cuchillo que hasta el momento no había notado. Mi cuerpo se sacude en un temblor, veo mi rostro en aquella navaja, el temor y decepción extendiéndose.

Se acerca aún más, sosteniendo aquel objeto en sus manos.

Trato de alejarme pero él me detiene y niega con la cabeza.

Con cuidado toma mis manos atadas, y de un corte limpio corta la soga que las une. Mis manos al inicio no pueden moverse, pero poco a poco siento como la sangre circula sin interrupción, dándome un desagradable hormigueo.

Quiero hablar, pero con un suave "shh" silencia mi intento.

Fijamente observo como se pega a mí totalmente, y en un lento y torpe movimiento se sienta en mis piernas, con las suyas envolviendo mis muslos.

Siento su cálido pecho pegado al mío, levantando la mirada lo observo de cerca, sus lindos ojos mirándome, una solitaria lágrima saliendo de uno de ellos.

Levanto mi mano para quitar aquella gota, pero el mueve su rostro en un brusco movimiento. Dejándome ver que su piel no volvió a ser la misma. Una marca oscura se extiende desde la cien hasta el costado de su mandíbula. Aquella imagen hace que mi mano baje temblando.

Voltea su rostro y me mira otra vez, aquella solitaria gota ahora está acompañada por otras más. No podía evitar pensar que esa marca lo hacía lucir como un muñeco de porcelana, un roto y hermoso muñeco de porcelana.

Escucho como toma una quebrada respiración. Levanta una de sus manos y acaricia mi rostro, mientras más lagrimas salen de sus ojos.

Una de ellas baja hasta la comisura de sus labios, deteniéndose en la curva de su cicatriz. No resisto más y mis ojos empiezan a crear su propio rio. Un sollozo escapa de mis labios, los temblores de mi cuerpo hacían mella en las zonas lastimadas.

¡Aleluya! || Kookmin One ShotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora