Capítulo 1

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Había una vez un niño. Este niño estaba en su primer día de escuela. Al entrar, vio tres grupos: uno de niños, uno de niñas y uno de maestros.

Siendo él un niño, decidió acercarse al grupo de niños. Al principio lo recibieron muy bien, sin embargo, al escuchar las conversaciones de sus compañeros, el niño se dio cuenta que no tenía mucho en común con ellos. De hecho, el niño tenía opiniones muy diferentes. Y en algunos casos, los temas ni le interesaban. ¡No tenía nada que decir!

Sus compañeros, al darse cuenta de esto, comenzaron a cuestionarlo: "¿Por qué no te gusta?" "¿Cuál es tu problema?" Luego, cuando parecieron llegar a la conclusión que era demasiado raro para sus gustos, decidieron rechazarlo: "Que raro eres"; "mejor vete, nadie te quiere aquí"; "pareces una niña"; "¡salte de aquí!"

El niño, sorprendido, se alejó rápidamente del grupo de niños. Se sintió triste al quedarse solo, aunque después, sintió confusión, ya que no podía entender qué había hecho para que lo odiaran. Lo único que hizo fue decir sus pensamientos. ¿Era malo ser honesto?

Entonces, optó por ir al grupo de niñas, con la esperanza de ser bienvenido con el mismo entusiasmo que recibió con el grupo de niños al principio. Pero esta vez, a lo mejor no sería tan abierto con sus opiniones.

Por un momento, las niñas no reconocieron la presencia del niño. Durante este tiempo, el niño escuchó sus pláticas y encontró, descorazonado, ¡que tampoco entendía a las niñas!

En ese instante, las niñas notaron al intruso en su compañía e inmediatamente se dispusieron a correrlo:

"¡Asco! ¿Qué hace un niño aquí?" "¡Niños no son bienvenidos aquí!" "¡Aléjate! Antes de que nos contagies de algo", le gritaron. El niño, rechazado de nuevo, se alejó lo más pronto posible.

Una tormenta de preguntas, confusiones y súplicas se formaba dentro de él:

¿Por qué me odian? ¿Qué hice mal? ... ¿Hay algo mal conmigo? Se preguntó a sí mismo.

El niño, solo otra vez, tenía una última opción: los maestros.

A lo mejor los adultos me pueden entender, pensó el niño.

Sin embargo, el intento fue en vano. Ninguno de los maestros le dio ni un minuto de su precioso tiempo.

"Juega con los de tu edad"; "aprende a hacer amigos, es importante"; "trata de ser más sociable"; "¿qué hace un niño como tú con esos pensamientos? Deberías ser cómo los demás"; "trata siendo más... normal"; "¿por qué no te juntas con niños de tu propia edad?"

Por más que trataba, el pobre niño se encontraba con una puerta cerrada en cada dirección. Sintió sus ojos arder e hizo lo único que podía hacer un niño en su situación: correr. Corrió por los árboles de la escuela. Corrió con sus lágrimas nublándole la vista. Corrió sin saber a dónde iba.

De pronto, su pie se atoró con una raíz salida del suelo y cayó con sólo un segundo para levantar sus brazos y proteger su rostro.

Se mantuvo en el suelo, su llanto sacudía su pequeño cuerpo, hasta que su mente registró la extraña oscuridad que lo rodeaba.

De inmediato levantó su cabeza, aterrorizado. Estudió su alrededor, sólo para llegar a la conclusión que estaba, sin duda alguna, perdido.

Los árboles parecían acercarse a él, formando una especie de jaula. Las ramas y sus hojas daban la impresión de que alcanzaban el cielo y cubrían al sol. Y los troncos, además de impedir su camino de regreso, imposibilitaba su percepción de alguien, o algo, que le diera al menos un sentido de normalidad.

Un NiñoWhere stories live. Discover now