Como era de esperarse, no pegué ojo en toda la noche.
No me atreví a acercarme al ventanal y cerrar las cortinas para no perder de vista a Grayson, que me estaba dando un miedo que no tienes idea mientras seguía ahí, plantado en su lugar. Aún así, después de un rato, él cerró sus cortinas.
Una alarma que no sabía que existía me avisó que ya era de día, pero yo ya lo sabía por la claridad que entraba por el inmenso ventanal. Los rayos del sol estaban por todas partes. La desactivé en cuanto encontré mi teléfono escondido entre tantas almohadas y me quité las sábanas de encima. Me puse de pie y salí de la habitación con la misma ropa arrugada de ayer.
Todavía me recordaba metida en la cama, viendo a Grayson. Las miradas entre ambos casi parecían de esas competencias de no parpadear de niños. Se había quedado mucho rato mirando fijamente. No pasaron quince minutos cuando se le antojó hacer otra cosa y cerró sus cortinas.
Al rato, me fue inevitable quedarme dormida.
Imaginé que se había ido a dormir y que la invasión de los rayos del sol por la mañana no eran agradables. Podía decir con facilidad que todo en él gritaba “soy un vampiro”, porque tenía potencial para ser uno.
Su cabello negro, sus ojos claros, su piel pálida, sus tatuajes...
Por mi mente corrían demasiadas cosas. Desde lo que ocurriría en la fiesta de hoy que los chicos organizaban y el encontronazo entre Malik y Harper que me sabía mal haber visto, hasta la advertencia de Drew y el comprobante de sus palabras: Grayson.
Me picaba la curiosidad por saber a qué se refería Drew.
No estaba muy concentrada.
Se me hizo fácil seguir el camino hasta el comedor, aunque fue casi por inercia. Desde el pasillo podía oler el aroma a panqueques recién hechos, que se intensificó cuando el personal abrió las puertas del salón para mí. En la mesa sólo estaba Harry, el criminalista lleno de pecas.
Me senté al frente suyo.
—Buenos días. —le dije con la voz chiquita y algo tímida.
El servicio entró al comedor vestido de mesonero y dejaron dos platos vacíos sobre un mantel en medio de los cubiertos, uno frente a Harry y otro para mí. El resto de platos llanos, hondos, copas y jarras que pusieron sobre la mesa estaban llenos de comida y jugos. Todo se veía delicioso. Cuando se fueron, Harry me señaló la comida con amabilidad para que empezara a servirme.
Dejé sobre mi plato dos waffles, huevo revuelto, mermelada y serví jugo de fresa en la copa.
—Buenos días. —respondió él al cabo de unos segundos, con la voz ronca. Me sonaron a las primeras palabras que decía hoy.
Se me hizo raro que la mesa estuviera así de sola, con tantos chicos en la casa y el aroma tentador del desayuno, y como si no fuera curiosa —porque lo soy y bastante—, me atreví a preguntar:
—¿El resto duerme aún?
Harry se metió un enorme bocado de panqueque en la boca y siguió hablando, sin molestarse en tragar.
—No todos. —pausó para morder y pasar la comida—. Sólo Boston y Braeden. Ambos tienen una energía de mierda y si no es porque duermen hasta tarde, no sobreviven a la fiesta.
—Pensaba que los Zacharly eran los más enérgicos en la casa.
Harry negó de inmediato, concentrado en picar el huevo revuelto en su plato con el tenedor y rociar la cantidad exacta de sal sobre ellos. Sus pecas se veían aún más que anoche cuando lo conocí, como si en la mañana le aparecieran más.
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Asaf y la alerta de auxilio
Teen FictionSin preocupaciones, Sin compromisos, Con sonrisas que olvidan sus defectos, Un arrogante innegable, Irreverente de nacimiento, Y un buen chico de corazón. Así era Asaf. Y pronto no pude evitar caer en él. En su bonita destrucción.