No había nada. Por más que prestases atención, no había nada. No conseguirías ver nada, por más que te esforzases en encontrarlo. Entre otras cosas porque no había nada. No había nada en centenas de kilómetros a la redonda. Las milésimas parecían segundos, los segundos minutos, los minutos cuartos de hora, estos últimos horas enteras, y así sucesivamente. La nada le daba miedo.
Ya lo tenía asumido, no era una niña.
Sabía vestirse sola. Alguna que otra vez se ponía la camiseta del revés, pero al ver la etiqueta de Adidas cuando se agachaba para calzarse las playeras, se la ponía del derecho. Preparaba su desayuno y merienda cada día, sin pasarse de dos cucharadas del Nesquick sabor fresa, su favorito. Ya había quitado casi todos los pósteres de Pokémon e Inazuma Eleven de las paredes de su habitación. Casi nunca separaba la lechuga verde de la morada. No tenía que pedir ayuda a nadie para hacer cuentas grandes, ya no se liaba con las llevadas. Ya no cerraba los ojos cuando en las películas que papá veía en la tele salía alguna escena subidita de tono, aunque sí cuando aparecían cuchillos. Aún conservaba sus chapas de Hannah Montana, pero nunca llevaba más de cinco o seis en su mochila. Sabía en qué balda del armarito estaban las tiritas, el Betadine, el Dalsy, las Estrepsil y los sobrecitos que tomaba antes de cada salida vacacional para no marearse en el coche. Dormía con la luz apagada. Tal vez en alguna que otra ocasión echara un ojo debajo de la cama para asegurarse de que el monstruo no había venido. Pero era una cosa muy excepcional, casi nunca lo hacía. Eso sí; antes de cerrar los ojos y dejarse abrazar por el cansancio, se aseguraba de que ni un solo nano milímetro de su cuerpo asomara fuera del edredón, solo por si acaso. Incluso en verano. Podría sustituir el edredón por una sábana, pero no lo hacía. Demasiado fino para ella. Demasiado fino. Incluso para ella, quien nunca tenía demasiado. Quien nunca tenía suficiente.
A pesar de esto, había una cosa que demostraba que ella ya no era una niña. Un asunto tan, pero tan adulto y que requería tanta responsabilidad que dejaría en evidencia a todo aquel inconsciente que se atreviese a cuestionar su madurez. Su calendario de madera. Cada mañana, antes de irse, rotaba los dados de madera para que marcaran en qué día del mes se encontraba. E incluso una vez al mes cambiaba las plaquitas de más abajo para que marcaran en qué mes estaba. Januar, Februar, März, April, Mai, Juni, Juli, August, September, Oktober, November y Dezember. Le compraron el calendario en Alemania, pero nunca le había preocupado por saber cómo se pronuncian los meses en alemán. No fue sino hasta que los dio en sus clases de alemán que lo supo. Cinco años después de haberlo tenido en su posesión. Tendrías que haber visto su cara al descubrir que esa a con diéresis del mes de März se pronuncia como una especie de e. Pero presta atención, que esto no acaba aquí: una vez cada cuatro meses, cambiaba las fichitas que marcaban la estación del año. Una flor para la primavera, un sol para el verano, una hoja carmesí para el otoño y un copo de nieve para el invierno. Esta era su favorita, ya que el copo estaba dibujado con purpurina plateada, y cada vez que la cogía notaba el relieve que esta creaba en la pequeña lámina. Sin embargo, esto no era lo mejor de todo, ya que después de tomarse las doce pequeñas frutas verdes que cerraban cada año e incluso antes de abrazar a sus familiares, corría tan rápido como sus piernas le permitían para tachar el año que acababa de terminar con rotulador para así escribir el nuevo, aún con la boca llena de uvas. El calendario no venía con algún sistema para marcar el año, lo que era la única pega que podía ponerle a este. Pero era lógico, ya que harían falta otros cuatro dados más para esto. Y eso si eran de nueve caras, porque si fueran de cuatro se necesitaría un mínimo de nueve para marcar todas las fechas posibles antes y hasta el año diez mil.
Si eso no deja en claro que Ellice era una adulta, no sé qué lo hará.
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Cosas que pasan
AdventureLo importante de un viaje no es el camino, sino que tu punto de partida no sea una mierda