Y fue el graznar de los cuervos lo que afloró el despertar de Ellice. Ese insoportable graznar... O al menos lo era para ella. Su cuerpo tardó un rato en resurgir por completo. Primero los dedos. Los de los pies, no los de las manos. Pulgar, índice, corazón, anular y meñique. Y ahora el otro pie; pulgar, índice... Índice. Nunca dejaba de parecerle gracioso que en alemán se llame Zeigefinger al dedo índice, lo que significa "dedo mostrador" o "dedo para señalar". Es muy curioso. Es muy curioso que en momentos como ese pasaran por su cabeza aquella clase de datos, y no los que la ayudarían a recordar porque se estaba despertando ahí, y no en su cama, en su cuarto. O en el sofá de su casa. O en el sofá de la casa de Iván. O en su cama, en su cuarto. En la cama de Iván, en el cuarto de Iván. Y ahora, los dedos de las manos. Poco a poco, todo lo que había a su alrededor fue cobrando forma. El suelo, la carretera, los árboles que al fondo se alzaban y las dichosas aves. Eso era todo lo que había a su alrededor. Entonces, puso las manos contra el suelo. Hizo fuerza, y más fuerza, y más y más fuerza... Y por fin, se levantó. Una vez incorporada, no le faltó mucho para tropezarse con sus propios pies y caer al suelo nuevamente. Al principio le era muy difícil mantenerse completamente erguida, pero tras un par de pisadas tontas aquí y allá, lo consiguió. Todo un logro, sí señor. Le dolía la cabeza. Demasiado. Se había hecho una herida. Le dolía mucho. Y cuando algo es mucho para Ellice, realmente es mucho. En ese momento, y como si de una estrella fugaz se tratase, una explosión de recuerdos bombardeó su mente. Ya se acordaba de quién era y de cómo había llegado a parar hasta aquel lugar. Y casi aún más importante; con quién.
Iván. ¿Iván?. ¡Iván! ¿Dónde puñetas estaba Iván?
Solo era necesario un giro de trescientos sesenta grados para confirmar que Iván no se encontraba ahí en ese momento. Iván no estaba, no. Eso quedó confirmadísimo. Allí no había ningún Iván. En cambio, había dos bolsas verdes cerca de donde ella se había levantado. Dos bolsas de basura. No muy grandes y no muy llenas, pero no muy inútiles, sino todo lo contrario. Ellice se agachó con cuidado para abrirlas. Le llevó tres minutos deshacer esos nudos tan exageradamente complejos. ¿Por qué estarían tan entrelazados? ¿Acaso los había hecho un marinero? ¿O... una marinera?
Fuera quien fuese que hizo esos nudos, una vez desatados quedó bien claro por qué los había hecho. Dentro de aquellas bolsas había una auténtica fortuna. Tacos enteros de billetes de quinientos euros. ¿De dónde había salido aquel dinero? ¿Y los billetes de quinientos no se estaban dejando de fabricar? Tenía tantas preguntas en mente... El caso es que no podía quedarse allí parada, en medio de la nada. Menos mal que los bolsillos de su abrigo amarillo eran enormes. Cuando estaba apunto de marcharse se dio cuenta de que unos bolsillos sin cremalleras no eran el mejor lugar para guardar semejante dineral. Los guardó un poco mejor y emprendió su camino. Si su intención era la de llegar a la civilización y no a los montes, lo que debía hacer era seguir la carretera. Solo había dos posibles direcciones: la derecha o la izquierda. A decir verdad, no sabía cuál era cuál, no contaba con una brújula. Aunque si la hubiera tenido tampoco habría sido especialmente útil, ya que no tenía ni la más remota idea de dónde se encontraba. Incluso empezaba a dudar si estaba en España, Fracia o Portugal. Creía que tal vez podría medio entenderse con un portugués dotado de mucha paciencia, pero su francés no pasaba del "un-deux-trois". Tras sufrir un par de pequeñas migrañas, entendió que era mejor que no pensara en nada. Dejar la mente en blanco... pero le resultaba casi imposible.
¿Cómo se podía no darle vueltas a todo en una situación como esa, eh? ¿Cómo? ¿Por qué las cosas eran tan complicadas? ¿Cuándo iba a recuperar su vieja vida? A volver a poder sentarse en el sofá de su casa y leer la Hobby Consolas o revisar las novedades de Netflix, sin preocupaciones que perturbaran su calma. Solo quería volver atrás. Que su cabeza y su corazón abandonasen la disputa por un ratito... Solo por un ratito.
ESTÁS LEYENDO
Cosas que pasan
AdventureLo importante de un viaje no es el camino, sino que tu punto de partida no sea una mierda