capítulo 10

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El robusto alfa lo obligo a subirse a la parte trasera de un auto. Poco después se colocó frente al volante cargando en su rostro la expresión más solemne. No menciono palabra alguna durante el viaje. Tampoco se quejó del angustioso llanto, ni de los gritos histéricos que dejaba salir el omega asustado.

Jimin estaba aterrorizado, hecho una bolita en un rincón del asiento, suplicándole al alfa que lo dejara ir o, en su defecto, que lo matara allí mismo.

Nada resultó. Y el desasosiego fue creciendo a medida que notaba descender la velocidad del auto, deteniéndose frente a un sitio que el desconocía. Todo estaba demasiado oscuro, y sus ojos completamente hinchados y llorosos no lograban distinguir demasiado. El auto avanzo, adentrándose a un estacionamiento subterráneo.

Minutos más tarde, Jimin se encontraba siendo empujado por aquel mismo alfa de mirada gélida. No sabía a dónde lo enviaba, ni que le haría. Aunque podía imaginárselo, y de sólo pensar en ello su estómago se contraía.

Subieron por una estrecha escalera apenas iluminada. Y continuaron subiendo, uno o dos, o quizás tres pisos. Jimin no supo contarlos. Solo sabía que cuando dejaron de subir estaba realmente exhausto. Con su corazón palpitándole como loco en el pecho.

El omega no quería seguir y descubrir cuál era su doloroso destino. Quería huir, esconderse. No quería que lo lastimasen. El miedo se compenetraba cada vez más en su cuerpo a medida que avanzaban por un silencioso, y tal vez siniestro, corredor.

De pronto, el tipo lo metió en una de las habitaciones de un empujón y, sin siquiera decirle algo, le cerró la puerta, dejándolo allí en absoluta soledad. Dentro de una habitación enorme y lujosa, la cual se encontraba sumergida en las penumbras. Jimin comenzó a dar vueltas, nervioso, remordiéndose las uñas mientras aguardaba atemorizado lo que le esperase.

Y mientras se decidía por iniciar una búsqueda de algo que le sirviera para defenderse, pensaba en por qué el aroma que invadía el lugar le resultaba tan familiar. Nunca había estado allí, pero ese olor... ese olor...

Un golpe seco se oyó desde el corredor. Jimin se alarmó. Su respiración se entrecortó; su aliento había sido robado. Ya no tenía tiempo, por lo tanto se apresuró en emprender su búsqueda. Sin embargo, no logró encontrar más que ropa y objetos personales de, quien suponía, era el dueño de aquella habitación.

Pasos resonaron del otro lado de la puerta, deteniéndose justo delante de esta. Jimin tembló. Tragó en seco y corrió hacia el balcón, sitio que no había advertido antes. La brisa helada lo tranquilizó apenas un poco. Necesitaba aire libre.

La vista, sin duda, era preciosa. Pero eso no importaba. Se asomó por el barandal, notando que eran dos pisos de altura. Sería una caída dura. Tal vez, ni siquiera viviría para escapar. Y tal vez aquello sería mejor que vivir y escapar herido.

No lo pensó dos veces. No quería pensarlo dos veces, porque sabía que si lo pensaba demasiado se acobardaría. El ruido de la puerta cerrarse fue el aviso para que se apresurase. Si no se mataba él, lo matarían. Así que se subió al barandal por puro impulso. Le echó una leve miradita hacia abajo y el vértigo se acumuló en su estómago súbitamente. Ya estaba allí. A un solo paso. A un último respiro.

—¿Qué mierda haces?

La inesperada pregunta a sus espaldas le provocó un muy inoportuno respingo. Un respingo que le hizo perder el equilibrio. Jimin soltó un alarido cuando sus pies dejaron de sentir algo sólido debajo. El terror lo azotó de golpe al saber que la muerte abría sus brazos para atraparlo.

Pero, de pronto, una de sus muñecas fue sujetada fuertemente, impidiendo su viaje directo hacia el otro mundo. Jimin levantó la vista completamente asustado y desorientado. Sus mejillas cubiertas de lágrimas, sus cabellos revueltos por culpa del viento, sus pies colgados buscando sostenerse de algo inexistente.

Y entonces lo vio. Un par de ojos negros lo miraban con un excesivo grado de preocupación. Era él. El olor era de él. Oh, mierda, cuan agradecido se sentía.

—¡Sostente! ¡Vamos, Jimin, dame la otra maldita mano! —exclamó el alfa alarmado.

Jimin ahogó un grito cuando el agarre del alfa comenzó a resbalarse. La adrenalina se esparcía como una corriente eléctrica por sus venas, colisionando con el insuperable vértigo que lo acribillaba por dentro. El omega estiró su otra mano para que el alfa se la sujetara. Y así lo hizo. Tironeo con fuerza, y de un veloz y ágil movimiento lo levantó de golpe.

Por consecuencia, ambos terminaron cayendo al suelo de aquel balcón. Sano y a salvo, el omega se aferró al cuerpo del otro, rompiendo en llanto una vez más. Y sólo entonces pudo sentirse completamente seguro.

—Me puedes explicar qué diablos pretendías —exigió el pelinegro, tratando de incorporarse con el pelirosa enredado tal cual mono a su cuerpo.

—Y-yo... yo p-pensé que... —balbuceó en medio de incontrolados sollozos que no le permitían articular muchas palabras seguidas—... q-que me... matarían o... algo así.

Jimin sorbió los mocos.

—Quería escapar... o morir, no lo sé —agregó.

Le oyó al alfa inhalar profundo. El solo se sintió capaz de acurrucarse aún más contra su pecho, eso era lo que su instinto le demandaba.

—¿Por qué creías que alguien te mataría?

—Porque... porque ese alfa me secuestró y, y... y tú, tú ni siquiera...

—No, Jimin, yo le ordene que te sacara de allí. La situación ya no era —hizo una pausa para suspirar—...segura.

—P-pero... ¿y mi castigo?

El omega se apartó apenas un poco con el propósito de mirarlo a los ojos.

—¿Qué castigo? —preguntó el alfa examinando cada centímetro del rostro de Jimin. Sus ojos jodidamente hinchados, sus mejillas pálidas y humedecidas, sus labios resecos y casi sin tonalidad. Estaba devastado.

Posó una de sus manos en la mejilla de éste, y con el pulgar comenzó a darle ciertas caricias que el omega recibió gustosamente.

—Tú has dicho que... mh... si arruinaba...

—Tú no has arruinado nada.

—Sí, fue mi culpa... yo...

—No, tú no has tenido la culpa de nada —acalló, para luego inclinarse y atrapar aquellos apagados labios sin vida en un beso que le devolvería su fulgor.

Lo besó suave, despacio, con cuidado, como si temiera lastimarlo de alguna manera. El cálido contacto de sus labios encontrándose con los suyos fue lo último que necesitó para que la completa calma reinara en su interior.

—Entremos —dijo el alfa poco después, haciéndole entender a Jimin que era tiempo de que se levantara de encima de su cuerpo. Lo hizo, y ambos se pusieron de pie—. Vamos a darnos un baño, ¿quieres? Necesito relajarme, y creo que tú también.

Jimin asintió con algo de timidez. Luego de todo lo que había experimentado la última hora necesitaba seriamente relajarse. Había pensado en suicidarse en dos ocasiones en menos de sesenta minutos pensando en que lo asesinarían. Joder, cuanta maldita tensión había sufrido.

Sin embargo, había algo que el omega ni siquiera se imaginaba, algo que ignoraba por completo, y es que ese era sólo el comienzo. Al menos si pretendía permanecer a su lado...  

sublime dominación 丼 kookmin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora