No hace falta más

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La recuerda, en cada ocasión que sus padres lo arrastraban a esa celebración del veinticuatro a la que no quería ir, ella estaba ahí.

Fue como a sus diez años de edad, sino mal recuerda, sus padres le habían anunciado un día antes a él y a su hermana que irían a una fiesta de noche buena en el centro de la ciudad.

Sus padres sonreían, a su hermana se le iluminó la cara como las luces que encienden las calles y su emoción solo le había causado una mueca.

Él no quería ir, para nada. No estaba dispuesto a soportar el frío, a estar rodeado de gente desconocida y a morirse del aburrimiento en la espera de que a sus padres se les ocurra irse rápido. Quizá, lo único rescatable podría ser la comida; si era una fiesta, debía haber comida ¿cierto?

Pero a pesar de todos los contras y su evidente falta de ganas, fue a esa fiesta con traje nuevo, un gorro de navidad y un seño fruncido que no se le quitó en todo el camino.

Había un gran árbol decorado de forma tan deslumbrante para cuando bajaron del auto, que a su hermana y a él le sacaron una exclamación de fascinación. Debía de admitir que el lugar estaba genial, con diversas luces de colores tintilando en los alrededores, en conjunto con varias guirnaldas y campanas. Además de que, el olor a comida daba un toque excelente.

Justo ahí pasó la mitad de la noche, cerca de la mesa con comida servida para las personas. Había sillas distribuídas por el lugar, así que se jaló una y no se movió de allí aún con las peticiones de su madre para que se divirtiera y las súplicas de su hermana para bailar.

A las dos les dijo no.

De todas maneras, a su hermana Suguha no le costó simpatizar con los demás niños que iguales a él fueron traídos con sus padres. Y si no fuera por su actitud reservada, tímida, tal vez él también hubiera intentado hacer amigos que solo duraran esa noche.

Si no se sintiera tan incómodo.

Entonces mientras comía un panecillo ─con algo muy delicioso encima─, fue que la vio, al dirigir su vista a un lugar cualquiera la encontró.

Sentada cerca del árbol, una niña de ropajes blancos y con cabello castaño claro un poco más abajo de sus hombros, bebía de un vaso mientras que su mirada del color de las nueces iba de acá para allá.

Aparentemente ella estaba en la misma situación que él, rodeada de extraños y con el deseo de ir a casa.

Y de acuerdo, la niña le pareció muy linda.

Sin embargo cuando la niña quitó sus ojos de su bebida y coincidentemente se encontró con sus propios ojos negros, no pudo hacer más que desviar su vista y concentrarse en acabar su panecillo, intentado no pensar en la posibilidad de que la niña linda se le haya quedado viendo.

Se paró por algo de tomar cuando terminó, volteando de vez en cuando en la dirección del ser vestida de blanco. Ella seguía quieta, balanceándo ligeramente sus pies y con la mirada baja. Tomó un poco de su jugo recién servido y decidió no volver a mirarla, no quería dar una mala idea si era descubierto, y de todas maneras no tenía caso, no la volvería a ver después de esa noche.

Pero, la siguiente vez que sus miradas se cruzaron, él atrapó los ojos de ella, quizá descuidadamente, pero aún así la castaña se sonrojó y se volteó a mirar el árbol.

Eran unos niños y ya mirarse a los ojos dos veces era raro. Tenía sentido si estaban avergonzados y nunca más deseaban que se volviera a repetir.

Entonces sucedió una tercera, en un encuentro inesperado no planeado y siendo interceptadas a mitad de un camino. El cruce fue casi como si algo decidiera que pasara. Ya era demasiada coincidencia.

No hace falta más ⚘ 𝘀𝗮𝗼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora