Haust

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El ajetreo se escuchaba tras las enormes puertas de madera, no había sirviente o guardia alguno que no estuviese corriendo por los pasillos atiborrados de ánimo; llevaban cortinas, alfombras, platos dorados repletos de comida y jarras rebosantes de hidromiel de un lado a otro. Supuestamente ya todo estaba arreglado desde una semana atrás y, aún así, la gente corría despavorida intentando afinar los últimos arreglos en el lugar.

Y, como si eso no bastara, los deslumbrantes rayos de sol iluminaban la ridícula y enorme habitación dorada en la que el príncipe de Jötunheim se encontraba. Tenía que ser un día brillante y, al parecer, el sol y el cielo coincidieron en hacerlo aún más rutilante.

—Esto es absurdo— un bufido de disgusto dejó ver la molestia de un joven que miraba su figura reflejada en un espejo oval, giraba levemente en su lugar para mirar de arriba a abajo el atuendo que confeccionaron especialmente para él en ese día. —¿Por qué no puedo usar nuestra ropa ceremonial en vez de esta?
—Bueno, hay muchas razones para eso— una enorme criatura azulada se encontraba recargada en un pilar viendo al diminuto príncipe molesto, era su única compañía después de que todos los sastres fueron corridos de la habitación en un ataque de ira después de tantas y tantas manos arreglando su ropa. —Te vas a casar con el príncipe de Asgard, en Asgard. Ah, espera, esa es la única razón así que, deja de quejarte y se una linda novia. Querido hermano.
—Oh...

En el justo momento que escuchó "príncipe de Asgard", su corazón dio un acelerado salto. Era cierto, estaba a punto de casarse con el heredero al trono de Asgard; el próximo Padre de Todo se uniría a él en el acto más grande de paz realizado en el universo entero.

La emoción se apretó en una delgada línea formada por sus labios, suprimiendo la sonrisa que le generaba pensar en que pronto, muy pronto, estaría casado con Thor, el segundo Æsir, vivo, más importante en los nueve Reinos.

—Además, te encanta todo esto, no lo niegues— su felicidad fue interrumpida cuando el gigante tras de él, se acercó e intentó agacharse a su lado para poder mirar lo que el espejo engrandecía.
—No soy una novia, lo sabes Helblindi.
—Aquí creen que lo eres.
—Pues no lo soy.
—Que importa eso, estás a unas cuantas horas de volverte "Reina".

La emoción volvió a reflejarse en sus ojos cuando su hermano se atrevió a decirle Reina. La ambición en la mirada carmesí no pasó desapercibida por el mayor que torpemente se enderezó para volver a imponer su gloriosa estatura.

—He llegado a pensar, Loki, que esto no te desagrada por completo. He visto como miras a tu futuro esposo y, no creas que no noté lo rápido que te adaptaste a este lugar; parece que te has olvidado de Jötunheim en tan sólo un mes.
—Consorte, Heblindi, no Reina y no he olvidado nada— Tan pronto como sus emociones fueron suprimidas por un ceño fruncido, el futuro esposo se giró para mirar a su hermano fijamente, con los brazos cruzados en el pecho y la boca torcida en una mueca que parecía más un puchero.

Loki conocía muy bien su posición en el nuevo juego de su padre. Él, a pesar de ser el mayor entre sus hermanos, era el tercero de los hijos del Rey Laufey; su débil y pequeña forma fueron suficientes razones para que el Gigante gobernante de Jötunheim no lo reconociera como su heredero desde su nacimiento y, así pasó a ser el tercero en línea después del nacimiento de Helblindi, el Jötun que ahora le hacía compañía en el día más especial de los Reinos. Y de su vida.

La idea de casarse con el hijo de Odín fue abrumadora, al principio no entendía como pasó de ser el olvidado a, ser el más importante de los hijos de Laufey. En él recayó la esperanza de acabar con la más codiciosa de las guerras que llevó a su Reino al caos y a la terquedad. Los jötnar ya no tenían nada que perder, se negaban a rendirse y buscaban desesperadamente recuperar el único tesoro por el cual, Loki se encontraba ahora comprometido con el hijo de su enemigo. Lo más extraño para todos, incluso para su padre fue que, el Rey de Asgard hizo la sugerencia del fin de la guerra a través de un matrimonio; fue Odín quien pidió la mano de Loki para dársela a su único hijo, fue el Padre de Todo quien firmó un acuerdo de entregar el cofre de los antiguos inviernos una vez que se consumara el matrimonio entre el príncipe heredero de Asgard y el tercer príncipe de Jötunheim y, una vez que el matrimonio diera frutos esperanzadores de una larga, muy larga era de paz.

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