Parte 1 Sin Título

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A Cata comenzaron a dolerle los pies luego de pasar casi una hora continua bailando. Fue sólo cuando "Oye como va" terminó y se hizo una pausa que notó el cansancio. Su novio, Julio, lo notó al instante y la acompañó a tomar asiento junto a Lolis. Cata se apoyó en el hombro de su cuñada mientras se quitaba los zapatos de tacón y se sobaba un poco los pies, sonriendo.

"¡Ay, mira la hora! ¡Me van a matar!" -dijo la joven al ver que ya pasaban de las 11. Su hora de permiso había caducado.

"Ahorita te llevamos, espérate a que pongan "Las piernas de Malena"... -contestó Lolis lanzándole una mirada a su hermano- ¿verdad que ahorita la llevamos, mano?

Julio asintió. Él era un caballero en toda la extensión de la palabra y jamás permitiría que su novia, con sus 14 años recién cumplidos, tuviera que caminar sola por la calle a esa hora. ¿Qué cosa dirían sus papás de él...?

¡Las piernas de Malena, verdad, qué lindas son!

Lolis se levantó de un salto al escuchar la esperada canción y tomó la mano de su hermano antes de que pudiera terminar sus pensamientos. El joven únicamente pudo lanzar una breve mirada a Cata, la cual correspondió con su dulce sonrisa y su inocente mirada. Julio se sonrojó y miró hacia otra parte, sin saber que no volvería a ver ninguno de esos atributos nunca más.

Cata, sentada, cansada y preocupada, escuchó varias canciones terminar e incluso movió su pie al ritmo de algunas de ellas. Miraba constantemente a su novio y a Lolis bailando sin parar entre la multitud y miraba su reloj de 14 quilates en su muñeca. Las diez para las doce... ya podía escuchar los gritos de su papá. Y a la pobre de su mamá tener que lidiar con su mal humor. Otra noche de peleas y gritos... su pie comenzó a moverse, pero esta vez siguiendo el ritmo de la ansiedad. Sus pobres uñas ya habían sido víctimas de ella.

"Muy bien, Catalina, ya te arruinaste la manicure...", pensó antes de levantarse y echar un último vistazo a la multitud bailarina. No había rastro de Lolis y Julio.

Cata siguió observando, desconectándose de la música y concentrándose únicamente en las características de sus acompañantes de aquel día. Sin embargo, estos parecían haberse esfumado. Y, su ansiedad, silenciosa pero audaz, la hizo mirar de nuevo el artilugio que colgaba de su mano. Las doce en punto.

La joven casi podía escuchar el movimiento de las manecillas en su cabeza mientras se dirigía rápidamente a la salida de la discoteca. Lo último que habría escuchado, de poner atención sería aquella voz rasposa cantar: "Yo soy un chavo de onda y me pasa el rock and roll..."

Sus pasos apresurados resonaban por la calle vacía y oscura. Su mano se levantaba automáticamente para mirar la hora de vez en cuando. No pasaba nada, en unos cuantos minutos llegaría a casa. Con suerte y su papá ya estaba dormido.

Cata pensó, por un momento, en regresar. Quizá debería avisarle a Julio que había decidido irse... no, no, él debería saberlo. Ya les había dicho a ambos que tenía que irse y se habían puesto a bailar luego de hacer sus promesas falsas. Si tanto le importaba, seguramente la alcanzaría. O eso quería pensar.

Era una noche fría y sus brazos descubiertos lo resentían. Se los había calentado con sus manos y caminaba así, envuelta en su preocupación y pensando que, quizá, si Julio estuviera ahí, le habría prestado su chaqueta.

"Debí haberlo buscado más...", pensó, pero ya era muy tarde y, además, ya casi llegaba a casa.

Cata no encontró a nadie en la calle y mientras pasaba por fuera de las casas, imaginaba a las personas dentro, resguardadas en sus camas y con una gruesa cobija encima. Entonces sus pies volvieron a quejarse. "Ya casi, ya casi..." se repetía para sí cuando, de pronto, llegó a esa calle.

QuédateWhere stories live. Discover now