Capitulo 1

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    Si no hubiese sido por el olor, nunca lo hubiésemos detectado.

   Mi despacho yacía tranquilo, cundo en la noche del 28 un hombre llama exaltado, diciendo que su hija había desaparecido. Tomo a dos recién graduados sin fijarme mucho en ellos y sin pestañear nos subimos a una patrulla y en 10 minutos estábamos ante una casa grande, blanca y generoso jardín, en una vecindad tranquila. Un hombre esperaba en la puerta con los brazos cruzados.

    - Mucho gusto, y buenas noches. Detective Oreto - miré rápidamente a mi izquierda y derecha, leyendo los nombres en sus placas, cosa que no me permití reparar antes. - y los oficiales Ugueto y Reynolds, a su servicio.

    - Buenas... noches. Federick Lowell - Se presentó, estrechando la mano que yo le había extendido - Pasen, pasen.

    Inmediatamente fuimos conducidos hasta una amplia sala de estar y convidados a tomar asiento en amplios cómodos sofás blancos.

    - Mi esposa está arriba... Está histérica, corroida por los nervios... Verá usted señorita, ammm.... Detective... El punto es que, cómo ya le comuniqué, nuestra hija desapareció. La buscamos por todos lados, cosa absurda para mi porque ya sabíamos donde la habíamos dejado: en su habitación. Ahora no está, se esfumó, no hay rastro de ella, como llevada por el viento... ¡Tiene que hacer algo, por favor!

    Tras unos segundos de silencio, suficientes para notar en el aire el miedo y la desesperación, entorné la conversación:

    -¿Qué edad tiene la chica?

    -¿Chica? ¡Sólo tiene un mes y medio de edad!

  Nuevo silencio. Más angustioso que el anterior. Miré lado a lado, queriendo saber la opinión de mis inferiores. Con la mirada pude constatar que estaban igual de asombrados como yo.

    -¿Y donde estaba su esposa? - Interrogué yo 

    -Conmigo, en la cocina, habíamos dejados a la niña en su cuna, durmiendo.

    -¿Cuando se percataron de su desaparición?

    - Un par de horas, creo, puesto que mi esposa fue a ver cómo se encontraba y descubrió que no estaba.

    -¿Alguien más estaba en la casa?

    -No, sólo nosotros.

    -¿Quién más puede corroborar sus palabras?

    -Unos amigos. Acabábamos de tener una reunión aquí. Helen, mi esposa, tenía a la niña en brazos todo el tiempo. Se fueron cerca de las diez.

    -¿De ésta noche?

    -Sí.

    Nuevo silencio. Miré a mi reloj: doce menos cuarto. Consulté nuevamente el rostro de mis compañeros: seguían pasmados, tal vez más.

    Iniciamos inmediatamente la investigación correspondiente. Registramos la casa entera, mucho más minuciosamente el cuarto del bebé, sin embargo nada parecía alterado notoriamente y cerca de las dos nos despedimos  cada quién para su casa descansar con la promesa de que al día siguiente  los padres irían a la comisaría a poner la denuncia y a declarar cómo testigos.

    Casi no dormí. Me presenté al trabajo al día siguiente cerca de las nueve y media, leí las declaraciones escritas por ambos padres. Decidí que los funcionarios que escogí la noche anterior y yo eramos los que íbamos a tomar el caso y una vez informado el Comandante del cuerpo, éste accedió.

  Hablamos con los vecinos y los amigos de aquella noche, declarándolos, nadie supo nada raro, ni oyó nada esa noche, nadie sabía nada hasta que nosotros acudimos antes ellos, preguntándoles. Acumulamos testimonio, tras testimonio en una nueva carpeta, perteneciente para el nuevo caso, también incluimos fotos de la casa y del cuarto, anexamos las publicaciones del periódico Suned sobre el caso. Sin embargo, tras el esfuerzo, no se supo nada de nada -además del escándalo - por más de un mes. Decidí entonces volver a visitar a los Lowell y pesquisar nuevamente la casa: tal vez algo se me había escapado, y ya con la mente fría, pueda advertir lo que se me ha escurrido anteriormente.

  Esta vez salió a mi encuentro la señora Lowell, que estaba en una silla en el patio, con los ojos cerrados, tomando el sol. Percatándose de mi presencia se levantó, alisándose su vestido veraniego, y me saludó cortesmente con el rigor de las damas de categoría: mejilla con mejilla. Una vez adentro advertí que ella parecía distante, pálida, cómo un zombie, sin vida. Cómo mujer comprendí un poco su estado, y tras prepararle un té que le ayudara a dormir, me lancé a escudriñar cada rincón de la casa. Nada parecía hurtado ni violentado. Cada ventana yacía cerradas  herméticamente con seguros contra niños, los del cuarto de la bebé tenían rejas ,muy juntas entre sí. Nadie oyó nada, todo estaba tranquilo, todo por lo menos hasta las diez de la noche, la noche del 28 de junio.

  Reparé en cada cosa del cuarto: las paredes rosadas, el suelo de madera artificial, el techo blanco y su reluciente lampara de dorada luz. Su cuna, elaborada artesanalmente por el padre, se situaba en el medio de la habitación. A su alrededor había un escaparate, un escritorio blanco, blanco y rosa, una casa de muñecas, varios adornos y peluches en estanterías, una menuda y pequeña mecedora en el rincón opuesto de la puerta y una única ventana alta. Simple, en su suma. Atestada, considerando que es - o era- de una recién nacida. Inmediatamente me situé en la ventana: daba hacía la parte de atrás d de la casa, viéndose una reducida porción del jardín, la cerca de madera y la parte trasera de la casa contigua - de iguales proporciones de la actual-. La ventana estaba enrejada, con gruesos barrotes torcidos, confeccionando un solecito en medio de la misma. Un trabajo artístico que impide el paso a cualquier cosa que no sea pequeña... Incluso el doble de pequeño que el cuerpo de una neonata de mes y medio.

    Imposible un secuestro.

   Todas las declaraciones de los vecinos afirman que nunca hubo fiestas o escándalos en casa de los Lowell, que son simpáticos y educados aunque algo retraídos. Los amigos afirman que los visitan en contadas veces, en días laborales y pasadas las siete de la noche, ya que siempre había que llamarles antes para asegurarse que estuvieran en casa. La noche del incidente estaban presentes tres de ellos: Samuel Fore, su esposa Maxine y el hermano del señor Fore, Jack Fore. Ellos afirman que no hubo nada extraño esa noche y la niña estuvo presente en toda la reunión, a veces con su madre o padre o es brazos de la señora Fore. Un par de veces se ausentaron -madre e hija- para alimentar a ésta última. No recelaron, pues del hecho, puesto que es costumbre de ella alimentarla a pecho fuera de la vista que no sea de su esposo.

La Muñeca De SedaWhere stories live. Discover now