Capítulo 2

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   Si nadie se la llevó ni fue hurtada desde la ventana, ¿Qué le pasó entonces? Meditaba el hecho desde todos los ángulos a medida que observaba con minuciosa atención cada detalle de los objetos presentes. Aún cavilaba yo, dando casi la vuelta entera a la habiación, cuando entró en ella el señor Lowell.

   -Detective, me sorprende verla aquí. ¿Acaso avanzó usted en la investigación?

    -Me temo que no, señor Lowell. -Su rostro trató de gesticular, pero ningún músculo se ponía de acuerdo en qué forma contraerse.

   -Señor Lowell - continué yo - ¿Hace cuanto no se limpia este cuarto?

   -Pues, según tengo entendido, dos días antes de la desaparición. Mi esposa pasa a menudo tiempo aquí, sentada en aquella silla - dijo extendiendo su dedo hacía la mencionada y milésima de segundo volverla a bajar -, a veces con algún peluche o dormida. Yo entro solamente para sacarla de este lugar. -Luego de pensarlo unos segundos, su tono cambió, adoptando una mas interesada (del tipo interrogativo) - ¿Porqué la pregunta?

   Pero no respondí a su pregunta. Mi cuerpo se movía dónde mi nariz le ordenara, en busca de aquel olor. No era un olor de sucio o de mal lavado. Tampoco era de polvo o de abandono. En sí en el cuarto quedaba una ligera fragancia: la señora usaba mucho y puesto que se la pasaba mucho en el lugar es natural que en él quedara su olor. Pero no, no era el cuarto. Era el lugar. Me encontraba justo en el lado opuesto de la pared donde se encontraba la puerta, había dado la vuelta lentamente de izquierda a derecha, siguiendo las manecillas del reloj alrededor del cuarto y ahora me encontraba casi en el inicio. Sólo me encontraba con un objeto en el trayecto: la casa de muñecas del rincón. Realmente sólo e trataba de una rinconera en forma de casa, fuertemente pintada de fucsia y rosa, resaltando colores pasteles como turquesa pálido; estaba decorado de lazos, brillantines, adornos y perillofos en cartelitos de cartón.

   A pesar de lo obvio yaciente allí, decidí acercarme y contemplar más de cerca.

   Una sencillísima fragancia a flores emanaba aquella casita. En su interior yacían varias muñequitas de trapo imitándo varias faenas del hogar, en los diferentes pisos de la "casa".

   En aquella sencillez, algo estaba a la vista. En aquella fragancia, algo le hacía competencia. Observé más detenidamente.

   Todas vestían de seda, con trajes victorianos. Sin duda aquella obra fue hecha con manos expertas, y pequeñas también. Una estaba barriendo, otra cocinando, otra lavaba platos, y la otra ponía la mesa. Había una que hacía la colada, otra que limpiaba el baño, otra tendía la cama y otra le daba de comer a un gatito. Finalmente una estaba sentada leyendo un libro y otra ponía música; incluso, a los lados de aquella parafernalia, una muñequita ponía flores en un jardín y la otra tomaba el sol, en una sillita y con unos lentes puestos.

   Todo imitaba la vida doméstica, tal vez desde todos sus puntos. Incluso había una que imitaba las funciones de madre. En uno de los "pisos" yacía una muñequita de avanzado "embarazo" junto a otra muñequita en una cuna, ésta última con un traje más corto y más flexible, sin tantos adornos; sin duda imitaba al bebé.

   Todo era normal. Mi cerebro no encontraba qué, pero mis ojos advertían la anomalía del lugar. Mi nariz lo detectaba, pero yo no lograba encontrar la conexión. Repasé nuevamente piso por piso, siete en total y las "alas" del patio. En el sótano, una muñequita haciendo la colada; en la sala, una barriendo y otra leyendo. A sus lados: el patio; una plantando flores y otra tomando el sol. En la cocina habían dos muñequitas, una cocinando y otra lavando, arriba una ponía la mesa en el comedor; En el siguiente piso una tendía la cama y más arriba otra lavaba el baño. Finalmete una muñequita cuya notoria protuberancia en el vientre sonreía, mirando la cuna, cuya última muñeca (algo más grande que el resto de las demás) vestía sencillo, con los ojos cerraditos y envuelta en una mantita, dormía en la cuna.

   Nada parecía fuera de lo común, aunque así lo era.

   Mis ojos, ahora cómo platos.

   Mi nariz, dilatada en toda su extensión.

   Mi boca, tiritando igual que si estuviera en el ártico, contemplaban una escena tanto "inocente" cómo diabólica.

   El señor Lowell parece haber notado tanto mi rigidez cómo mi espanto, todo reflejado en mi rostro. Se acercó y me preguntó qué ocurría. Yo no contesté, seguí contemplando aquel cuadro de horror. El hombre pareció notar mi petrificación y siguió el curso de mi mirada. Después de unos cinco minutos, anunció encontrar mi hallazgo con un grito de espanto, tapándose la boca y arrodillándose con los ojos clavados en el piso.

   Si no fuera por ese singular olor, no lo hubiésemos detectado.

  -Llamen al forense y unos paramedicos, la niña apareció.

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⏰ Last updated: Jan 13, 2020 ⏰

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La Muñeca De SedaWhere stories live. Discover now