capítulo Dos

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Él veía fijamente los ojos de Gabriel. Totalmente cautivador.
Apasionante. Aunque los nervios carcomían su columna, Gabriel
no quería —no podía— alejar la mirada.

—Baja tus jeans hasta los muslos.

Su estómago se oprimió. Mientras torpemente bajaba el cierre, Gabriel se atrevió a ver la nariz de su Amo, el abundante cabello rubio que rozaba su frente, la pálida incipiente barba en su ruda mandíbula —todo lo que el shifter permitía. Pero eran los ojos los que le ordenaban. Le hacían señas. Gabriel lamió sus labios y se estremeció ante la fría expresión en la firme mirada. Lo que fuera que el shifter intentara hacer con Gabriel, ese era el real castigo —forzar a Gabriel a verlo a los ojos. Gabriel lo sabía. Su Amo también lo sabía.

Empujando la húmeda mezclilla por sus caderas, Gabriel descubrió su culo y su pene saltó.

Su Amo sonrió. —Manos, mascota.

Gabriel las llevó de nuevo a la base de su columna.

Tarareando satisfecho, el shifterr le jaló el cabello sacándolo
de balance y envolviendo los dedos de su mano libre alrededor del necesitado y arqueado pene de Gabriel.

Gabriel gruñó con lujuria.

Él se rio. —¿Me extrañaste, mascota?

Dios, lo había hecho. Lo extrañó. El horror de lo que el hombre le había hecho no había disminuido la aguda necesidad. Gabriel había soñado con él en los dos meses desde esa noche y había pensado en él interminablemente. No importaba lo mucho que Gabriel viviera, él nunca olvidaría el amargo sabor del semen del Amo en su boca, el sonido que hacía cuando jodía a Gabriel, o el exquisito dolor de sus dientes encajándose en la nuca de
Gabriel.

Apretó el agarre del pene de Gabriel.

Gabriel jadeó.

—¿Niño?

—Si, señor —finalmente dijo alrededor de un quebrado
gemido.

—¿Si, señor… qué?

Oh Jesús, él estaba perdiendo la cabeza. —S-si señor, lo extrañé.

Él pasó su pulgar sobre la cabeza del pene de Gabriel. Su uña enterrándose en la ranura, exprimió el cerebro de Gabriel. —
Y sin embargo —dijo un grave ronroneó—, no buscaste a tu Amo.

Gabriel se mordió el labio conteniendo los ruegos que luchaban por desgarrar su garganta. Por piedad. Por el orgasmo

que ya sentía hormigueando en sus bolas. Por solo un momento
de indulto para pensar.

—La noche que te ofreciste, tu palabra de seguridad era gorrión. Aun lo es. ¿Lo entiendes?

Asombrado de que incluso ahora —especialmente ahora—
se le permitiera una palabra segura, Gabriel parpadeó ante él. Y
sabía, que independientemente de lo que el shifter le hiciera, Gabriel no la usaría. Él la había jodido tan mal… Gabriel no negaría a su Amo de nuevo. —Entiendo. Gracias, señor.

—De nada. —El shifter le dio un perezoso jalón a su pene—. Sobre mis rodillas, niño.

Gabriel obedientemente se acomodó en su regazo, el
trasero arqueado y levantado mientras sus pies y las puntas de sus dedos se agarraban del suelo para el equilibrio. Su Amo ajustó su posición, así el pene de Gabriel se acomodaba entre la mezclilla

de sus muslos. El deseo de Gabriel luchaba contra la vergüenza y el miedo mientras era acomodado en el lugar. El deseo ganó.

Una gran mano frotó los redondos globos del trasero de Gabriel. La otra sobre su baja espalda, sosteniéndolo en su lugar. —Diez deberían marcar esta lección en tu memoria. Diez y entonces los últimos dos meses serán perdonados. ¿Lo entiendes?

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