Mi magia

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Capítulo 1

¿Alguna vez se han preguntado qué pasaba en Hogwarts mientras Harry Potter y su séquito trataban de vencer a las fuerzas oscuras? ¿Qué hacía el resto de los estudiantes cuando Dumbledore, McGonagall, Snape y todos ellos miraban hacia Voldemort?
Pues, pasaba de todo, aunque es de esperarse, ya que Hogwarts cuenta con 4 casas de estudiantes y 7 cursos.
Hoy voy a contarles mi historia en Hogwarts. Quién sabe, tal vez mañana alguien más se anime a contar la suya.

A mis 11 años, la mañana de un 7 de junio, mientras me preparaba para cruzar la calle e ir a jugar a la playa, entró por mi ventana un animal que jamás había visto. Tenía unos gigantes ojos redondos, alas y plumas. Se posó a mi lado en mi cama, y lo único que pude hacer fue gritar para que mi mamá viniera. En dos segundos, que parecieron un siglo, vi a mi mamá abrir bruscamente la puerta. Aquél animal y ella se miraron como si ya se conocieran. Ella miró fijamente su patita, en la que yo no había reparado ni un minuto, que tenía atado un rollito de papel amarillento con una cinta roja alrededor. Mi mamá puso una expresión de alivió tan extraña, que nunca más le volví a ver. – ¡Jacob! ¡está sucediendo! ¡ven a ver! – le gritó a mi padre y se abalanzó sobre la lechuza (obviamente, terminé aprendiendo que "eso" era una lechuza), la abrazó y comenzó a dar vueltas por el cuarto. Yo sólo podía ver sus largos rizos rojos mezclarse con las cobrizas plumas de aquel bicho mientras giraban por mi habitación.
-Mamá, para. Debes explicarme lo que es esto. Mis amigos me están esperando para la competencia de castillos de arena.
-Debes decirles que no saldrás a jugar hoy. ¡Tengo tanto que decirte, Lila! – mi decepción era tan grande que no podía concebir que lo que me quisiera decir fuera más importante que mis castillos de arena.
- Está bien, pero me sacas ese animal de aquí.

Luego de quitarme mi traje de baño, bajé las escaleras de madera intentando disimular mi cara de enojo y esperando que me dejaran ir a jugar. Realmente seguía sin entender que había hecho para que mamá me quitara la competencia de castillos de arena. ¿No podía esperar hasta la noche? ¿Acaso no sabía que el premio de la competencia eran dos gustos de helado gratis? ¡Dos! Al entrar al salón, vi a mamá y a papá sentados con una gran tetera de té y galletas. Ahí mismo comencé a despedirme de mi helado gratis. La expresión de mi papá era totalmente relajada, con una sonrisa tierna y ojos azules que parecían llenos de orgullo. Mi mamá, totalmente eufórica. Su cara estaba tan arrugada por su sonrisa, que sumado a sus pecas no podía casi verle los ojos. Lo peor era cuando intentaba aplacar la sonrisa en su cara. En realidad esa cara sí que daba miedo.
-No tengas miedo, galletita. – Él siempre me llamó así, porque dice que lo único que recuerda de su abuela muggle Mildred, es que solía prepararle galletas de chocolate, crema y menta, que se veían exactamente igual a mi redonda cara con mi cabello color chocolate, mi piel extremadamente blanca y mis ojos color menta. Algunos días. Otros días eran color hielo, aunque con el tiempo descubrí que eso también depende de mi humor, pero nadie lo sabe. En fin, él decía que eran las mejores galletas del mundo, tanto que llegó a sospechar que su abuela no era muggle, porque no podía hacerlas tan excelentemente sin algo de magia. Y dice que él, lo mejor que hizo en su vida, fue a mí, asique he aquí el origen de mi apodo.
-Hija mira, no sé por dónde empezar... - decía mi mamá mientras yo deseaba que se apresurara para poder salir a jugar.
–¿Viste como nunca te mostramos fotos de nuestra juventud? – preguntó mamá.
-Sí, se quemaron en el incendio de la cabaña donde vivíamos cuando era una bebé, me contaste tú. Que por eso vinimos a vivir a una casa frente al mar. Supongo que para apagar el incendio si eso sucedía de nuevo.
-Bueno, sí, pues... La cabaña si se quemó, pero las fotos no. Y no fue una vela lo que originó el incendio.

Mi mamá se levantó de la silla, fue hasta el aparador de la esquina del salón, y del segundo cajón saco una caja color verde brillante, con bordes dorados que jamás había visto, y juro que siempre revisé cada cajón de esa casa buscando dulces. Volvió a sentarse, miró la cajita con cariño, y mi padre mirando los ojos oscuros de mi madre, la animó a abrirla. Ella dijo unas palabras y yo pensé que vi a la caja abrirse sola, pero supuse que había sido mi imaginación. Hasta que me golpearon con el resto de la historia.
De la caja cayeron varias fotos tipo polaroid, piedras de colores pequeñas, unas flores secas, y pequeñas bolsitas de tela moradas.
-Empezaré por decirte que mamá y yo podemos hacer magia. – comenzó explicando mi papá. –Incluso fuimos a una escuela en donde nos enseñaron a hacer magia. Ahí fue donde nos conocimos. –Mi mamá le besó una mejilla, y apoyando su cabeza sobre él, continuó: -Mi madre y mi padre eran magos también, Lila. Y ellos fueron a esa misma escuela. –
¿La abuela y el abuelo magos? Ella, que siempre refunfuñaba por las marcas de pisadas que dejaba mi abuelo en su piso limpio, y él, que cada un mes tenía que comprarse nuevas gafas porque las perdía, ¿magos? Imposible.
-Pero mis padres no eran magos, galletita. Ellos se molestaron mucho cuando yo me fui para estudiar magia. Yo creo que ellos sólo sentían miedo porque no lo podían entender. Nunca más los volví a ver. – Ya veo porqué lo único que recordaba de su abuelita Mildred eran sus galletas.
Debo decir que no estaba asustada, o impactada, o paralizada. Sólo que no podía entender. No dejaba de pestañear y mover los ojos para todos lados ¿Por qué no me lo habían dicho antes? ¿Por qué habíamos vivido la vida esforzándonos si ellos podían hacer magia? ¿Qué tenía que ver la lechuza? ¿Podría haber ganado la competencia de castillos de arena con magia? ¡Haberlo dicho antes! Mamá me abrazó por los hombros y comenzamos juntas a ver las fotos. Las personas en esas fotos parecían moverse. Sí, se movían. En la primer foto, pude reconocer los largos rizos rojos de mi madre entre varios niños, todos vestidos iguales, como con una túnica negra, tenían corbatas, incluso las niñas. Pero todos estaban muy sonrientes y moviendo sus cabezas, algunos saludando a la cámara. En la segunda foto, ví a mi madre y a mi padre muy pequeños, de mi edad probablemente, sentados frente a un castillo viejo y grande que seguramente estaba embrujado. Ellos se miraban entre sí, reían y se tomaban de las manos. Así fui perdiendo el asombro a medida que mi madre pasaba las fotos, me había acostumbrado a la idea de que se movieran las pequeñas personas dentro de ellas.
-Éstas piedras de colores son cristales – señaló mi madre – Sirven para hacer hechizos, aunque ya están muy viejas, sólo las tengo de recuerdo. Extendí mi brazo para tomar una de las bolsitas de tela moradas, y antes de poder alcanzarla, papá frenó mi mano tan fuertemente que me hizo un moretón.
-Nunca, pero nunca debes tocar esto –Mi madre borró su sonrisa y seriamente guardó las tres bolsitas en su bolsillo. ¿Habrán contenido un embrujo adentro? ¿Estarían malditas?
Mi padre me miró firme pero dulce y dijo: - Mira, en el reino de la magia, tanto como en todo el mundo, encontrarás gente buena y gente mala. Y también está la gente buena que hace cosas malas, y la gente mala que hace cosas buenas. Nosotros no hicimos la mejor elección respecto a nuestros amigos cuando éramos jóvenes. Nos enseñaron cosas que no eran buenas, y nosotros las hicimos. Un tiempo quisimos intentar conjurar con una magia experimental que no es inofensiva ni segura, y eso trajo malas consecuencias. Tú eras sólo una bebé, nosotros debíamos protegerte, y no lo estábamos haciendo bien. Y a consecuencia de eso, como castigo, ofrecimos tu magia, pensamos que serías una squib. Pero todo lo que queríamos era a ti, nos conformaríamos con que fueras una niña feliz y sana, y sobretodo que te quedaras siempre a nuestro lado.
Mamá con lágrimas cayendo por su mejilla, otra vez sonrío con toda su fuerza: -¡Por eso estaba tan contenta de ver esa lechuza en tu habitación! ¡Lila, eres bruja! – Desenrolló el sobre, lo abrió, y era la carta de Minerva McGonagall invitándome a concurrir a Hogwarts el próximo 1 de septiembre. –Tengo tanto que explicarte, y tenemos tanto que comprar hija. Vamos, vamos. Voy por mi bolso. ¡Ah no, pero claro! – Ella se detuvo y sacó de su manga un palo largo y grueso de madera oscura, y sin dejar de sonreir dijo: - ¡Accio, bolso! – Y como en una película puesta en velocidad muy muy rápida, su bolso bajo las escaleras y atropelló el pecho de mi madre. –Estoy lista, vamos.- dijo.

Los que quedamos detrás de Harry PotterWhere stories live. Discover now