Capítulo 2

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—Entonces no perdamos tiempo y quítate de una vez la camisa —le sugirió Candy ansiosa, Albert se quedó boquiabierto al escucharle emitir un jadeo.

—Antes de eso vamos a cenar o se pondrá fea la comida.

Candy blanqueó los ojos, ella quería posar sus dedos en la piel de él, deseaba sentir su aliento y su aroma corporal, últimamente la loción que usaba era adictiva a su olfato ella desconocía lo costosa que era, una mezcla de cardamomo, menta y bambú, era uno de los pocos lujos que Albert se permitía delante de su amada y con el único fin que de alguna manera estuviera presente en sus pensamientos.

Albert llevó la olla a la estufa para calentar la comida, mientras Candy buscaba los platos y los cubiertos —Ya empecé a costurar tu disfraz muy parecido al de papá Noel, para que le demos obsequios a los niños en la víspera de la navidad son 15 críos los que frecuentan la clínica feliz, el doctor Martin es muy diestro en el dibujo, el me hizo el molde para las muñecas de trapo y dice que a los varoncitos les daremos carritos y camiones de madera.

—Me parece buena idea elaborar los camiones y carritos de madera, puedo hacer la mitad durante mi receso en la jornada laboral, mañana iré a la clínica feliz para que el doctor Martin me dé el diseño y trataré de conseguir los materiales a buen precio.

Después de cenar, lavar los trastes y secarlos, Albert se quitó la camisa, Candy poco a poco fue aplicando la pomada, el trataba de controlar sus impulsos de abrazarla y besarla, ella en su mente decía «piérdeme el respeto Albert» suspiró profundo.

«creo que todavía suspira por Terry» pensó Albert desesperanzado.

Esa noche Candy se puso el pantalón de la pijama pero se le olvidó asegurarse el cordón de la cintura (esa pijama la compró de oferta Candy a de la talla de Albert, así que a ella le quedaba holgada) de pronto salió del baño, Albert esperaba su turno para cambiarse, ella dio unos pasos y se le cayeron los pantalones, Albert se quedó paralizado, quería ir a ayudarla a subírselos pero no sería correcto, ella tardó en reaccionar, Albert vio como en cámara lenta se subió los pantalones. Más tarde Albert no pudo evitar los sueños húmedos.

Al día siguiente George fue requerido en la mansión Ardlay, la señora Elroy se enteró por un detective privado que vio a Albert acompañado de una hermosa rubia, ella estaba alarmada porque entre los principios y valores que se le inculcaron a William desde su niñez estaba el de casarse a una pertinente edad y eso era un vínculo inquebrantable, es decir hasta la muerte.

—George quiero que me digas ¿quién es la mujer con la William está cohabitando? ¡Está viviendo en concubinato! ¿cómo has permitido eso? ¡Eres un alcahuete! Hasta estoy sospechando que eso de su desaparición fue una mentira para estar con ella y que nadie se lo reprochara. William no es como esa joven del hogar de Pony que está practicando una vida disoluta con un lavaplatos.

George no sabía que responder, quería que los nombres de Candice y William quedaran limpios delante de su jefa.

—Señora Elroy, el propio padre del Señor William me pidió que velara por él, solo le pido que mantenga la calma, cuando sea pertinente él mismo le explicará todo, por favor borre de su mente que la señorita Candice y él están obrando mal.

—Quiero que le digas a William que solo le doy este mes para que se despida de esa mujer,

George le platicó a Albert el ultimátum que le dio la señora Elroy.

—Comprendo, pero sabes que Candy y yo ahora estamos ligados de por vida, todavía debo de asegurarme de sus sentimientos, si confirmo que todavía lo ama, tendré que hacerme a un lado.

Ese otoño parecía invierno, la clínica feliz tenía muchos casos de enfermedades respiratorias.

—Por fin nos dan un respiro, debemos seguir con las muñecas.

—Candy, dile a Albert que les consiga rostro de porcelana así se verán más bonitas, es que noto que los ojos pintados nos están saliendo disparejos.

—¿Cómo cree que le pediré eso? él ya consiguió la madera para los camioncitos además la porcelana ha de ser costosa.

«Si supiera que Albert tiene dinero hasta para abrir una fábrica de juguetes» pensó el doctor Martin.

—Ha llegado la hora de que te midas el disfraz —Le dijo Candy pasándole el extraño traje a Albert— Primero los pantalones.

—Candy, pero estos pantalones son verdes, no son rojos —mientras discutía se bajaba los pantalones para medirse los fluorescentes.

—Verás cuando fui a comprar la tela, me dijo el encargado de la tienda que el terciopelo rojo se debe apartar con un mes de anticipación por la demanda que tiene en estas fechas y solo le quedaba un retazo, con eso pude hacerte la chaqueta y eso que las mangas la mitad son verdes y la otra mitad rojas.

—Candy entonces ¿Qué personaje soy? No puedo ser papá Noel con las piernas y el antebrazo verdes.

Fue una revelación que tuve, vi a un hombre escribiendo un borrador de un cuento para niños, me pareció excelente la idea, eres una especie de duende navideño, además no puedes representar a papá Noel porque estás delgado.

—Entonces el doctor Martin debe representar a papá Noel, él está gordito.

—El no va a poder subirse a la casa, capaz y rompa el tejado, además no cabe en la chimenea.

—Candy ¿Y por qué mejor no entra por la ventana?

—Los rateros son los que entran por las ventanas, además todo el mundo sabe que papá Noel entra por la chimenea.

—Sí, pero tu misma estás diciendo que soy una especie de duende navideño.

—Hoy estás imposible, estás replicando a todo lo que te digo.

—Nena, es que no me parece buena idea bajar por la chimenea, creo que no entraré por ahí.

Candy hizo una mueca, ya se había imaginado a los niños cantando villancicos y de pronto ver a Albert salir de la chimenea riéndose jo, jo, jo.

Albert quería que ella estuviera feliz ese día así que tuvo que ceder— Está bien, bajaré por la chimenea con este traje de duende navideño. Ya no estás enojada ¿verdad?

—No me enojé.

—Si, vi que arrugaste la nariz y que hiciste una mueca.

—Es por el frío. Albert ¿Dónde conseguiste el árbol navideño?

Albert recordó que entró a la propiedad Ardlay ahí había unos plantados, de pronto Archie estaba practicando tiro al blanco, cuando vio que se movía el arbusto para luego caer al suelo.

—¡Deténgase o disparo!

La última NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora