Prólogo

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«Hay veces en las que una persona sencillamente no puede resistirse» así continuaba la conversación en casa de Mateo, era una de esas quedadas que sus amigos planeaban de vez en mes. Esas reuniones a marcha de vino y pasabocas donde practicaban el chismorreo, claro está, muy a lo macho. Poniéndose al día en cuanto a la vida del contrario. Era casi ya un acto estéril protocolar en el cual se repasaban los mismos temas de forma intacta, exactamente igual a como fueron tocados desde la última vez. Pero esa noche del viernes una casualidad hizo que fuera distinta a las demás. De la recesión económica provocadora de sus miserias y todos los males del mundo hasta la cosmovisión del hombre postmodernista de la cual siempre vociferaban en el debacle absurdo se pasó sin interludio a las mujeres.

Tópico que no era en absoluto poco usual al charlar sin embargo traído a coalición está vez demasiado a la ligera. Mateo no supo cómo llevó una cosa a la otra cuando ya se encontraba tomando otro sorbo de vino espeso permaneciendo en silencio, escrudiñando a cada uno de sus acompañantes en el zaguán mientras intercambiaban pensamientos de la mujer joven, las veinteañeras con las cuales Mateo para su «suerte» según sus camaradas, compartía diariamente al ser catedrático auxiliar a grado universitario.

-La verdad es que no se cómo puedes estar todo el día rodeado de ricuras con tetas firmes capaces de lo que sea por obtener una A más y contenerte- seguía Pablo su mejor amigo del alma. Abogado de treinta y nueve, soltero y sin la más pizca idea de asentar cabeza. Él y Mateo han sido uña y carne desde que tiene memoria.

Mateo lanzó una pequeña carcajada mientras veía como los ojos cafés de Pablo se dilataban hasta asemejarse a dos platos. Colmados de la alegría libidinosa que le despertaba la simple fantasía de verse rodeado por un par de buenas tetas con patas. Cuando la verdad era que su espíritu de don Juan, título “juris doctor” y para rematar buena pinta de mujeriego profesional le era más que suficiente para amanecer con la mujer que le diera la real gana. Lo sabía bien, y por eso obtenía siempre lo que se proponía. Se comportaba como tirano abusando de su poder. Muchas han sido las ocasiones en que tanto Mateo como Pablo se han preguntado el cómo se llevan de las mil maravillas. Son tan similares como el agua y aceite. Mateo es el recto, circunspecto muy serio para su edad, con cuarenta y ya lleno de anhelos y preocupaciones de viejo. Tildado erróneamente de aburrido, varias veces se ha pillado envidiando a lo lejos a Pablo y ese carisma vivaracho que siempre lo respalda. «Político debes ser» le decía siempre al oírle su grandilocuencia pecadora a veces de enfermiza.

-A ver…- al fin pronunció palabra dejando la copa sobre la mesa- te recuerdo que soy profesor no artista porno. ¿Qué? ¿Acaso crees que mi trabajo consiste en ver muchachas bonitas con minis de mezclilla, que se agachan para alcanzarme el bolígrafo del suelo con la intención de dejar al aire un lindo derrière?

-¡Pues de ser así, favor de avisarme que me apunto!- Sebastián el casado y con hijos del trío exclamaba dando un palmazo  al aire como si dijera la cosa más graciosa jamás imaginada.

-Pero es que hay que joderse-Mateo resopló entornando los ojos mientras negaba con la cabeza ya resignado a los infantilismos que en el fondo le hacían chiste.

-Ya hombre, no te pongas sensible- le pedía Pablo mientras le bordeaba los hombros con un brazo.

- Pero piénsalo, tú no estás mal parao. Tienes presencia como dicen por ahí y a eso el hecho de que enseñas literatura- Sebastían reflexionaba meneando el bigote con una mueca. –Yo al dar cálculo no albergaba posibilidad con ninguna  más que la de la pura desesperación por no entender las integrales, y para eso siempre hallaban tutor-profirió finalmente encogiéndose de hombros.

Sebastián era al igual que Mateo profesor, no obstante dejó el empleo para cuidar a los gemelos ya que la madre tenía un gran puesto como titular del hospital central. Para Sebastián quien era de complexión regordeta y chaparra el tener una mujer tan competente como Inés tanto en el plano físico como intelectual no le acomplejaba en lo absoluto. Al contrario lo llenaba de cierto orgullo viril atípico entre los demás.

-Recítales a Neruda para que veas como en un tris desaparecen las pantaletas-afirmaba Pablo ya más entrado en copas, convencido guiñando el ojo.

Los tres rieron al unísono cuando un repentino silencio invadió la habitación. Fue entonces que Mateo recordó. Cerró los ojos por un momento en un vano intento por no vislumbrar en su memoria la nívea piel, aquellos labios carmesí, y esos ojos negros que le cortaban la respiración cada vez que se reflejaba su faz en ellos. Aun la escuchaba tan clara y viva susurrándole al oído:

«Me gustas cuando callas porque estás como ausente.

Distante y dolorosa como si hubieras muerto.

Una palabra entonces, una sonrisa bastan.

Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.»

Mateo abrió los ojos de agolpe, abrillantados por nostalgia líquida obligándose a regresar en sí, con un nudo en la garganta reconoció por milésima vez lo mucho que Julia gustaba de Neruda.

Señorita ArévaloWhere stories live. Discover now