Capítulo 1: "El manchón, la voz y el aguacero"

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El campus estaba vacío esa mañana, apenas un par de ánimas se habían tropezado con la mirada honda del profesor Iriarte, quien respondía a los extraños con una sonrisa de cortesía, mientras por dentro mentaba el momento que se derramó el café sobre sus pantalones. Detestaba ser impuntual y el imprevisto le había costado ya quince minutos. Caminando al trote, cortaba por los atajos que conocía al dedillo gracias a trece años ejerciendo en ese recinto. Mientras cargaba con su maletín de cuero caramelo se secaba el sudor de la frente con apremio.

El afán le hacía transpirar como un puerco. Definitivamente la mañana de ese verano no le ofrecía buena cara. Lo único que le reponía un tanto el caos matutino era la vista. Se rendía ante la belleza de esos edificios históricos. Híbridos entre estilo Plateresco y arte gótico flamígero jugaban con su realidad por instantes haciéndole olvidar en que presente vivía. La universidad era  la cuarta más vieja de todo el globo terráqueo por lo que el practicar la docencia en ella era sinónimo de privilegio e indubitable consagración a su vocación. Aquella misma vocación que aun lo tacha de rebelde incorregible en las fiestas familiares por parte de su padre que en implícitos reproches no ha podido perdonarle el no dedicarse a la ingeniería civil al igual que él, al igual que sus otros dos hermanos, que sus tíos, que sus primos, que toda ¡la bendita familia!

Remembrar aquello le agregó más al mal humor comenzando nuevamente a estrujarse el retazo de servilleta que le quedaba contra el pantalón negro. Justo lo que necesitaba tras de tarde entrar al aula con tremenda mancha que le confundía fácilmente con un paciente de incontinencia urinaria. 

-Tranquilo. Desde un avión eso no se ve.

Aquella oración hizo que se espabilara dando un pequeño sobresalto. Al voltearse quiso adjudicarle dueña a la voz cantarina pero ya esta se hallaba lejos en el corredor, era evidente que llevaba prisa también. Dándole la razón y gracias por el valor que sin saberlo le proporcionó dispuso de lo que ya no era un retazo si no migajas de papel en el zafacón y se dirigió al salón.     

Parado en el umbral de la puerta del C-227, barrió con la mirada por encima, contando nueve cabezas. Si no aparecía rápido otra podía darse el lujo de cancelar el curso por falta de quórum, sentimiento que en el fondo no le disgustaba del todo. Impartir  las clases de verano de su colega Claudio fue más un acto de piedad que genuino deseo. Cómo negarle algo al recién divorciado. El tipo estaba al borde de una depresión y al fin de cuentas, Mateo no tenía mejores planes que vegetar todo ese mes disque acabando el manuscrito de su segunda novela, la cual estaba olvidada sabrá Dios en cuál archivo del ordenador. Al dar un paso adentro sintió un leve empujón por el costado. «Disculpe» alcanzó a oír por segunda vez consecutiva en esa voz cantarina. Observó la cabeza número diez, coger asiento como un bólido. La chica era un desorden ambulante, dejó caer el bolso más grande que su cuerpo a su lado, maniobrando el móvil, llaves, multa de estacionamiento y vaso desechable de café en sus manos como un acto de circo.

-¿Necesita ayuda?-inquirió Mateo atrapando una lapicera que se le rodaba de sus tantos tereques. 

-¡Ay sí! ¡Gracias!-contestaba sofocada.- ¿Será que el profesor aun no llega?-se acomodó el pelo lacio oscuro con premura, sonrió. -Uno que viene con estas prisas para nada- se quejó atando conversación de manera afable.

-No hay de qué preocuparse- dijo Mateo irguiéndose y soltando su maletín sobre el escritorio- ya estoy aquí.

-¡Enhorabuena!- profirió en quedo unos segundos después permaneciendo un poco avergonzada.

«Mi nombre es Mateo Iriarte y seré su profesor de literatura por el período del verano. Por favor verifiquen la codificación del curso para corroborar que están en el lugar indicado.» Ese comando sonaba estúpido pero para descontento de Mateo muchos de los jóvenes a los cuales enseñaba carecían del más mínimo sentido común. Ni por misericordia uno de ellos estaba errado de destino, así que para su dicha, desdicha o ambas, no le tocaba más que empezar a repartir los sílabos de contenido y dar su cháchara habitual de los objetivos que casi nunca eran logrados  de lo que proponía el curso. « ¿Alguna pregunta?» las caras somnolientas de la mayoría no albergaban dudas y ni hablar de entusiasmo. Para Mateo tampoco era una perita en dulce estar allí a las ocho de la mañana pero al menos se quitaba lo grogui para lucir presentable. Ni si quiera eso eran capaz de reciprocarle. «Bueno ya que no hay dudas, nos vemos mañana.»

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⏰ Last updated: Oct 21, 2012 ⏰

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Señorita ArévaloWhere stories live. Discover now