Capítulo 1: No juegues a los detectives

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2019

El reloj marcó las seis de la tarde, si quería estar a tiempo en el Club de los Caídos, debía salir ya. Guardé el uniforme en mi bolso, un poco de maquillaje y me puse los zapatos menos gastados que encontré en mi armario.

No sabía cómo lo lograba, pero ahora llegar tarde era casi como un récord personal, y el que fuera viernes no ayudaba mucho, en especial con el tráfico que había luego de que al Presidente Peter Anderson se le había ocurrido la magnífica idea de reestructurar las carreteras y las calles, lo que obviamente favorecía al vecindario de los Van Allen, sus más fieles socios, y al de los Baskerville quienes aunque se mantenían neutrales en las política, aún jugaban un papel muy importante en el monopolio de Hollerfield, siendo los inversionistas principales en lo que se trataba de educación.

Ese parecía un tema sin importancia para mí, una muchacha de diecisiete años que corría hasta la calle principal, con el cabello castaño alborotándose a sus espaldas, para subirse al bus que pasaba cada media hora; sin embargo, ese fue uno de mis mayores problemas para encontrar trabajo. Punto uno, era menor de edad y a pesar de que la edad en Argos para acceder a las cuentas bancarias, si es que tenías una, era de dieciséis, la edad para trabajar ganando un sueldo que no te obligara a pedir limosna en las calles, lo que a veces era más rentable, era de dieciocho.

Me había quedado sin números para contar la cantidad de veces que Matt intentó darme uno de sus lotes, como él los llamaba. No los necesitaba, si quería ir a la Universidad Araceli Gilbert y convencer a mi tío de que estaba lista para una vida adulta, debía ganarme cada centavo con el sudor de mi frente, pero en Hollerfield de alguna forma faltaban trabajos decentes y no es que las que trabajaran en el Club no lo eran, solo que no eran vistas de esa forma, no cuando no eras más que un simple espectador.

En el bus, aproveché para ponerme la pequeña falda roja sobre el pantalón e intenté domar mi cabello con un moño. Saqué el maquillaje que había metido en el bolso y de la misma forma en que lo había hecho desde que empecé el trabajo, apliqué en mi rostro lo que necesitaba para verme irreconocible en el pequeño espejo de la base. El maquillaje era como una máscara, las personas solo recordaban el labial rojo o las pestañas muy largas, rara era la vez que alguien con dignidad te reconocía fuera de la esquina de los inadaptados, y aún más raro era que si quiera te dirigieran la palabra.

Si me era sincera conmigo misma, apenas me sabía los nombres de algunos cosméticos y dónde aplicarlos, pero eso no impidió que una hora después frente al Club, las demás camareras y bailarinas exóticas, como preferían ser llamadas, me vieran y saludaran como todas las noches.

—Jess, te ves bien —Martina, mi compañera de turno, me envolvió con uno de sus brazos y ambas entramos al Club de los Caídos.

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Jessica Adams, ese había sido el nombre que había utilizado para entrar a trabajar en un lugar de mala muerte como lo era el Club, ese que no había funcionado cuando tuve que mostrar mi identificación y por ende revelar mi verdadera edad, pero que me había ganado el apodo de Jess, con el que la mayoría de las chicas me conocía. Me sentía asfixiada y aún no elegía si era por el diminuto uniforme que nos obligaban a usar o si el humo de los cigarrillos tenía algo que ver con eso.

En dos semanas me había adaptado a la forma en la que los hombres de ese lugar se comunicaban, las miradas que intercambiaban entre ellos y las chicas del escenario, el levantamiento sus cejas o los gestos que denotaba razones completamente diferentes por las que había iniciado a acostumbrarme al olor del alcohol mezclado con perfume caro.

Era increíble como algunos de los nombres más importantes del país, babeaban por los sucios suelos de baldosa negra. Mentalmente me había planteado un juego entre mi cerebro y yo, y era contar cuántos Van Allen encontraba en la noche, por supuesto que había pocos de ellos, pero eran cada vez más divertidos los alias que el mismo Van Allen inventaba luego de varias copas.

Detrás del seudónimoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora