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Jimin metió el papel cuadrado en su pantalón, y se limitó atentamente a cantar las notas del Himno Nacional, del Himno del colegio, y de seguir las oraciones religiosas que se recitaron al final del acto.

Su colegio era católico, así que no era raro recibir clases de Religión, o rezar todos los días oraciones a los Santos consagrados de su escuela. Así como tampoco era raro que durante el período de exámenes se elevaran oraciones dirigidas por los profesores, que cruzaban las aulas como alguna especie de rito para dar inicio, y traer consigo buenos resultados.

Este era su cuarto año en esta escuela, por supuesto que ya estaba acostumbrado. Igual que a las jerarquías que nada tenían que ver con sus notas. Ya que la mayoría de los chicos de secundaria había estudiado en este colegio desde el preescolar, todos conocían desde sus apellidos hasta la influencia que estos podían tener a su alrededor.
No era un secreto que a los más pudientes se les pidieran donaciones en favor de algún evento, o alguna actividad exclusiva de caridad. Tampoco lo era que estos mismos chicos que donaban tenían voz y voto en todas las organizaciones importantes que se dieran.

Todos ellos tenían vidas cómodas, sus padres tenían trabajos reconocidos, bien pagados, conducían autos que recorrían la pequeña ciudad con altos ruidos de motores. Sin contar las clases extracurriculares en caros centros y academias educativas.
Incluso los maestros parecían soportarlos mejor sabiendo de quién se trataba.

Era una escuela estricta en algunos aspectos, pero todos sabían que algo de dinero y unos cuantos hilos podían hacerte pasar de año, y hasta podían hacer que un profesor temblara si decidía ir contra la corriente.

Jimin sabía que algunos de sus compañeros eran simplemente malos, y no en el sentido de las clases. La maldad era algo que podías ver en los baños, siempre había alguna niña flacucha y sin carácter que se dejaba llevar por sus compañeras, que siempre terminaba llorando porque las otras le llamaban con apodos.

En la pubertad, en una secundaria, cualquier cosa que te sacara de lo "normal" te hacía objeto de odio. Un blanco fácil que tendría que construirse fuertemente mientras los otros intentaban que se desplomara.

Recordaba que en primer año, un chico obeso llamado Kim Namjoon había recibido insultos de forma directa. Ha Sungwoon le había gritado que era una jodida bola de grasa negra y pobretona, e incluso había tenido el descaro de cuestionarle el porqué alguien como él estaba en SU escuela.

Namjoon podía aceptar que era gordo, de hecho le gustaba comer y no podía evitarlo, no era 'negro', pero en comparación a los demás su piel era un poco más oscura, tal vez uno o dos tonos, pero eso no lo había enfurecido. Eso no había hecho que toda su ira se hubiese concentrado en el puñetazo que adornó la hermosa cara de Ha Sungwoon, no, la verdadera razón había sido que el molesto acosador se riera de él por ser pobre.

Eso le había dolido. No porque no tuviera sus comodidades sino porque ignoraba cuánto eso implicaba. Sungwoon ignoraba que sus padres eran profesores en otras escuelas, ignoraba que él era testigo de cuánto se mataban para poner el pan en la mesa, pagar las deudas y pagar su colegiatura. Y tal vez si él lo hubiese sabido le preguntaría por qué no iba a una escuela pública entonces.
Pero no lo sabía, no sabía que sus padres querían algo mejor para él y por eso lo mandaban ahí.

Pero el maldito sólo podría interesarse por sus propios asuntos, su propia nariz metida en lo que le importaría siempre... su propio culo.
Le habían llamado de todo, y Sungwoon era el que más le fastidiaba, pero nunca hasta hoy se había reído de su condición económica.

No quería ser expulsado, ciertamente no quería decepcionar a sus padres, pero la sangre podrida que salía de la nariz del contrario, y el espanto que causó por atacarlo lo condenarían de uno u otro modo. Y si no era eso, serían sus padres importantes que exigirían su salida.

De locos y apasionados | KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora