Abismo

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Ha.

Él ya lo sabía.

Siempre lo supo.

El nombre de ese elemento oculto dentro de aquello que dividió a su familia en pedazos. Eso que los obligó a reír, a lanzarse contra todos en puro dolor y agonía.

Y es ahí cuando se dio cuenta.

De que cada vez que el payaso reía...

Dolía.

Siempre supo que algo saldría mal, los indicios estaban allí para ser vistos después de todo. La lluvia incansable, el león de dos cabezas —dualidad metafórica y literal—. Y luego lo que ocurrió en la comisaría. Lo misterioso de la actitud de su padre y los sucesos inexplicables en torno a lo criminal y la sanidad. Pero la gota que colmó el vaso fue la falta de la presencia de su abuelo...

El sabía que iba camino a una trampa mortal  al dirigirse al zoológico casi abandonado por la muchedumbre que le temía a esa risa perversa . Cometió suicidio esa noche, asesinó su alma, su voluntad y parte de su vida en la búsqueda de aquel  que nunca dudó de él, que siempre lo vio no como un héroe ni como un asesino, sino como él mismo . Pennyworth... Alfred siempre fue y siempre será la piedra angular de los que había llegado a reconocer como su familia, y sin él todo se disolvía .

Los hermanos fueron por caminos distantes, el padre se obsesionó con aquel demonio de ojos de incambiable oscuridad y máscara podrida, el hijo emprendió la suicida misión de encontrar al que fue su abuelo.

Recordó toda su vida a la medida que caía, al tiempo que las aves nublaban su vista, a la vez que un petirrojo le daba la bienvenida a su perdición. Desde su concepción mecánica hasta el entrenamiento asesino. Desde el primer encuentro con su Alejandro Magno hasta este preciso instante, cuando caía hacia el abismo de un comediante sin rostro.

Su consciencia cayó al mismo tiempo que su cuerpo, y su mente lo traicionaba cada vez que intentaba recordar el momento en el que reconoció su propio rostro frente a él, en un plato de plata cual aperitivo, como si le hubiesen arrancado la máscara que era su cara. Y es eso lo que lo asustó, no el pensamiento de tener que vivir el resto de su vida con un rostro que no era el suyo o sin rostro en absoluto. Lo que más le aterró fue la idea de ya no ser capaz  ocultar sus emociones o pasado con una máscara de indiferencia al ser justamente su máscara lo que le fue servido como plato principal.

Pero su padre llegó a él, se dio cuenta de la farsa, y Damian nunca pudo decir  con seguridad si se sintió aliviado o decepcionado al  saber que su piel continuaba en su lugar correspondiente.

Sintió el gas invadir sus pulmones, corromper su mente.

Atacó a sus hermanos y pudo saber la verdad  detrás de la risa del payaso.

Ya que al reír de la misma forma pudo encontrar el dolor insoportable que el de pupilas inertes soportaba cada día de su sobrevalorada vida.

No recuerda nada más desde aquello, desde la oscuridad, y lo siguiente que supo es que el demonio de cabello verde había caído al abismo y todo volvía a la normalidad.

Excepto que no lo hacía.

Después de todo lo que había pasado cualquier ser humano necesitaría bastante  tiempo y mucha terapia para superarlo —si es que llegaban a superarlo—, pero ellos eran la familia de murciélagos, se suponía que al día siguiente estuvieran de nuevo en las calles, luchando contra el crimen y deteniendo a matones sin cerebro  de robarle a personas indefensas e inocentes, como si nada hubiese pasado, como si nada hubiese cambiado en lo absoluto.

Ellos eran fuertes, algo así, tan insignificante, no debería afectarlos porque en efecto, para el resto de las personas ellos eran indestructibles, fuertes héroes a los que golpeaban y luego se levantaban para continuar peleando.

Muerte Del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora