Lo siento...

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Ella lo sabía, en el momento en que se miraron a los ojos, cuando le sonrió y le dió un beso con tal de calmarlo.

Deseó que ese beso hubiera sido el primero de muchos más.

Y soltó su mano, aunque su alma gritaba porque no se fuera.

Pero no había nada que hacer.

Deseó haber podido evitarlo, deseó haber podido pasar más tiempo con él, deseó haber prolongado más ese beso.

Y sobre todo, deseó poder estar viva.

Xóchitl pasó un brazo por su rostro, secando las lágrimas con rapidez. Volteó hacia atrás y sonrió un poco al ver a Don Andrés y a Alebrije discutir por la posición del cuadro familiar.

—¡Te dije que que la pintura es vieja, pedazo de lagarto!

—Perdoneme Don Andrés —replicó Evaristo entrando—, pero esta pintura es moderna, del renacimiento papá. Aquí, el único viejo es usted.

—¡Disculpate en este mismo instante cabeza de melocotón partido! —gritó el hombre agitando su espada.

Negando con la cabeza, terminó de colocar una de las viejas cortinas de la desgastada ventana.

Hacía algún tiempo—unas dos semanas al menos—, a Teodora se le había metido en la cabeza hacer limpieza en la mansión Villavicencio.

"Necesitamos purificar nuestras mentes y quitar las malas energías" había dicho.

Y ahí estaban, limpiando cada centímetro de la raída casa todo lo que podían. Mientras que la niña de cabello rizado había salido a atormentar a Nando San Juan, a quien le tocaba hacer de chambelán de una quinceañera.

Aunque Xóchitl intentó hacerla desistir; Teodora Vicenta de La Purísima Concepción de la Inmaculada Trinidad Villavicencio, Duquesa de Oraveras, Marquesa del Jujuy y Niña de la Condesa, estaba más que dispuesta en hacerle pagar a Nando las que le debía.

No sabía si era por tantos años de inmortalidad o que simplemente había madurado, pero Xóchitl había entendido que aún si los eventos del Charro negro no hubieran ocurrido, ellos se habrían tenido que despedir en otro momento.

Después de todo, los vivos debían estar con los vivos, y los muertos con los muertos.

Por eso le había dolido tanto dejarlo ir. Aunque era lo mejor para ambos: Xóchitl seguiría siendo un espíritu sin un cuerpo físico y Leo sería tomado por loco al estar con un fantasma toda su vida. No era justo para él.

Leo merecía tener una vida, casarse, tener hijos, verlos crecer... Y sin ella de por medio.

Si tan sólo ella viviera.

El frío tacto de Moribunda en su mano la hizo reaccionar. Sonrió, intentando parecer animada.

—¿Qué ocurre, Moribunda? ¿Necesitas ayuda?

La calaverita de azúcar la miró con tristeza y señaló su corazón, haciendo un ademán de rotura.

—No, estoy bien. Solo... Olvídalo, ¿Ya regresó la niña Teodora?

Moribunda hizo un gesto negativo con la cabeza. Un estruendo las hizo voltear.

—¡No escaparás lagartija con alas! —gritó el hombre a punto de correr. Evaristo lo detuvo.

—¿Qué pasó con el respeto al derecho ajeno es la paz, Don Andrés?

—¡He dicho que el cuadro es antiguo, hippie descarriado! —volvió a gritar él retomando su persecución. Evaristo suspiro y fue tras él.

—¡Chales... Sigan trabajando mi Xochitl, ahorita regresamos!

Finado, que acababa de llegar del patio, señaló por la ventana hacia la calle.

Ahí, en la puerta, se encontraba Leo, y justo detrás de él, Alebrije huyendo de la ira de Don Andrés con Evaristo detrás para calmarlo.

—Él no puede vernos —recordó ella con tristeza. Las calaveras la miraron interrogantes—. Ni sé, él nunca necesito poderes para vernos, todo el mundo lo hacía, pero parece que el límite de nuestros mundos ha sido marcado otra vez.

Intento fingir indiferencia, pero el hecho de que suspirara con alivio al ver que no iba a entrar, la hizo odiarse asimisma.

(...)

Teodora había vuelto, su rostro demostraba una profunda felicidad, y no era para menos, pues no había necesitado mover ni un solo dedo para que Nando hiciera el ridículo.

Resultó entonces, que al salir de la misa, la "huera deshabrida" con quien la había reemplazado, se plantó frente a él para gritarle sus verdades.

Y no solo eso, sino que también arrojó a sus pies todos los regalos que él le había dado.

Una gran humillación, por supuesto.

Teodora estaba rebosante de alegría, en apariencia, porque una parte de ella sentía tristeza y compasión por Nando. Tristeza y compasión que Xóchitl notó.

Despues de ayudar a limpiar el polvo de la biblioteca, la chica fresa se encerró a tocar el piano y no salió de ahí en toda la noche.

Hasta el patio interno se podían escuchar sus berridos y notas desafinadas. Xóchitl no entendía como todo Puebla podía dormir con semejante espanto.

Esperen, nadie puede escucharlos.

Suspiró al verse traslúcida ante la luz de la Luna.

Antes, cuando aún vivía, hubo un momento en que deseo tener un tono de piel más claro, para poder agradarles a los jóvenes del pueblo; ahora, deseaba que su piel fuera más notable.

—¿Xóchitl?

Volteó, asustada por la familiaridad de esa voz.

Sus ojos, curiosos y cautos; su cabello, que ahora estaba más largo de la cuenta; podría reconocerlo donde fuera.

—Leo...

El chico mantenía la mirada en su dirección, sin verla realmente.

—¿Xóchitl?

Leo alzó la mano, buscándola a ella, intentando palparla en el aire.

Ella lo miró con tristeza.

—Lo siento —susurró él—. Quisiera que lo... lo nuestro, hubiera funcionado. Que pudiéramos hacer algo para revertir todo esto...

Bajó la mano, y después de mirar unos momentos a la nada, se fue.

Con el corazón (o el alma) en la mano, la niña de las charamuscas suspiró.

—Yo también Leo, lo siento mucho...

¿Pero que podía hacer? Él estaba vivo y ella muerta, él tenía un futuro y ella... solo la eterna muerte.

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Bien, no he actualizado Castigo, no he hecho nada de provecho en todo este tiempo y... Si, me gusta el Leochitl.

Estaba tan molesta por los errores de argumento que presentó la saga que me puse a buscar fanfics.

Total, acabe escribiendo lo que pensaba como el primer capítulo de un fic, pero al releerlo, lo recorte y lo volví un shot.

Como siempre, agradezco que lo haya leído quien lo haya leído y hasta la próxima cuaresma \(*~*)/.

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⏰ Última actualización: Apr 23 ⏰

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